Ahí, al frente, la montaña. Me mira arrogante. Alta y amplia, muy verde y muy fresca, se siente ama de este valle. Me detengo a observarla detalladamente. Le da pleno sol, en este día despejado, y ella se siente alegre. Cubierta de bosques, no teme daños del sol ni de las fuertes lluvias de temporada, pero sí les tiene pavor a los incendiarios; le han robado extensos trozos, uno aquí, otro allí; este año, el anterior, el otro…
Aguzando la vista, llegando a todos los rincones, podríamos encantarnos contemplando las idas y venidas de los más diversos seres fantásticos… Estos habitantes han vivido en su montaña por siglos; sus ancestros estaban allí aún antes de que llegaran hombres lejanos fortalecidos por armas de fuego y prevalidos de una supuesta propagación de creencias salvadoras. A estos los salva su habilidad para esconderse; mantienen su mundo aparte del nuestro, que ven corrupto. No obstante, mi afán por conocerlos me llevó a hacer una excursión para verlos de cerca.
Llegué al borde del bosque, me despojé de ropas, las guardé bien y comencé a arrancar ramas y a atármelas por el cuerpo hasta que quedé exacto al Hojarasquín del Monte (a mi idea del Hojarasquín del Monte). Penetré adentro, seguro de que los seres fantásticos me tomarían por uno de ellos y no desaparecerían. Nada. Solo pájaros, ranas, algún mico. Despreciaba las bellezas naturales, por mi obsesión de encontrar a aquellas criaturas. Al rato sentí sed; me hinqué a la orilla de un arroyo, confiado en la pureza de esas aguas.
Al incorporarme, enjugándome con el dorso de la mano, me llevé tremenda sorpresa: en un claro se encontraban estacionadas unas navecitas brillantes, suspendidas en el aire, que emitían un leve zumbido. Me acerqué con cautela y no vi a nadie; sus pasajeros deberían de estar adentro o dispersos por el bosque. Me agazapé a la espera de los que debían ser los extraños tripulantes y, tras largo rato, el arrullo del zumbido me llevó a los reinos de Morfeo.
Desperté fascinado por las apariciones, pensé en salir del bosque, pero en medio del arbolado de verdes fascinantes y del aire fresco impregnado de vaho vegetal, presencié una danza de animalitos silvestres alrededor de la Madremonte, quien no era, para mi sorpresa, ese ser aterrador que describen los campesinos, huesuda, de largas extremidades y ojos bermejos que arrojan llamas, sino una mujer joven, hermosa y elegante, de sensuales formas, vestida de ramajes y flores, todo dispuesto con exquisito gusto,coronada de luces de origen incógnito y que exhalaba perfumes embriagantes. Me quedé extasiado mucho rato.
Al volver a mis cabales, me atreví a preguntarle
–Bella mujer, ¿por qué te escondes en este bosque si allá afuera podrías tener un buen pretendiente?
–Yo estoy en todos los bosques.
Nota del Editor:
El Hojarasquín del monte es un ser extraño, durante décadas los campesinos han afirmado que es un hombre con aspecto de árbol, otros dicen que es un ser demoníaco que puede causar el más horrendo de los terrores hasta al más valiente de los valientes y otros prefieren considerar que el Hojarasquín no es más que la conciencia de la naturaleza.
La Madremonte, llamada también la Madreselva, es un personaje legendario del folclor colombiano, presente en diversas regiones como Antioquia, Andes centrales y occidentales de Colombia, y los valles del Magdalena y el Cauca. Es descrita de diversas formas, generalmente una mujer que cuida de los montes y las selvas, y tiene poderes sobre el clima y la vegetación. Su origen proviene de antiguas deidades indígenas suramericanas que representan a la «Madre Tierra».
Su descripción varía, desde un monstruoso ser femenino cubierto de musgos, ramas y bejucos, de ojos encendidos, hasta una mujer joven, hermosa, elegante y alta, vestida y coronada de ramajes y plantas, o bien, una anciana huesuda de largas extremidades, vestida de hojas