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La mochila roja (B) - Ismael Tomas - (R)



La mochila roja

Días atrás me había comprado una mochila roja, mejor dicho, otra mochila roja. No sé si sería la sexta o séptima que había comprado, pero eso sí, siempre rojas. La explicación es fácil. Desde que tenía cuatro años mis padres me llevaban de excursión muchas veces, a partir de la primavera, para disfrutar de la naturaleza. En esa época habían comprado una preciosa autocaravana que hacia las delicias de cualquier viaje, debido a que no necesitábamos nada más que encontrar un sitio bonito donde se pudiera acampar sin problemas. Muchos fines de semana además de casi todas las vacaciones salíamos con unos amigos de mis padres los cuales también viajaban en su autocaravana. De ahí vino mi amistad con Aurora, hija de estos amigos y que, como yo, era traviesa y aventurera. Su afán de aventura y su alegría me ayudó a pasar unos momentos inolvidables en nuestras acampadas. En cuanto llegaba el buen tiempo ambas estábamos esperando con ansia el poder salir de acampada.

Yo siempre llevaba mi mochila roja, normalmente con mi merienda y alguna otra cosilla secreta. Mis padres me la compraban siempre roja porque pensaban que sería más fácil encontrarme si me perdía, y así fue varias veces. En alguna de las excursiones, Aurora y yo nos adentrábamos en el bosque intentando explorar lo inimaginable y en un par de ocasiones perdimos la orientación. Gracias a que nuestros padres siempre estaban pendientes y nos controlaban desde lejos viendo siempre el rojo de la mochila no hubo sustos mayores.

Así estuvimos varios años. Aurora y yo nos hicimos muy buenas amigas, llegando mas adelante a estudiar juntas y muchas veces quedábamos para preparar exámenes en casa de ella o la mía, aparte de contarnos alguna confidencia, pues ya éramos adolescentes.

Teníamos una gran afición al deporte al aire libre, y nos encantaba el montañismo y el esquí.

Mas tarde, un año después de las fiestas de Navidad, aprovechando que había nevado intensamente, nos fuimos las dos a esquiar a una zona de la Sierra que era poco conocida. Nosotras la habíamos visitado varias veces en verano haciendo planes para cuando pudiéramos esquiar, y ese era el momento. La montaña nos esperaba, llena de nieve virgen y con una temperatura extraordinaria. Sabíamos que disfrutaríamos a lo grande y ya nuestros padres nos permitían viajar solas. Aurora ya tenía carnet de conducir y un coche pequeño muy bonito.

La montaña era preciosa, toda cubierta de nieve por la ladera Norte. Subimos a la cima por un sendero de la ladera Sur y al asomar a la otra cara, cientos de metros de ladera casi recta llena de nieve nos esperaban. No pudimos contener la emoción y allá nos lanzamos, a toda velocidad. ¡Extraordinario!.

Pero algo inesperado rompió la Felicidad, una terrible avalancha, quizá provocada por nosotras mismas, nos sorprendió a mitad de ladera cuando descendíamos ya aterrorizadas a toda velocidad.

La avalancha nos engulló, prácticamente toda la nieve de la montaña se vino abajo. No podíamos controlar nuestra desesperación y miedo y además, terriblemente creíamos que no sabían bien nuestro paradero. Habíamos sido demasiado aventureras e imprudentes por querer esquiar en un sitio solitario.

Cuando el agente del helicóptero de rescate de la Guardia Civil, en una pasada vio al trasluz de la nieve una pequeña mancha roja, ya habían pasado dos días.

Gracias a una corazonada de mi madre, que seguramente habría escuchado alguna conversación con mi amiga, intuyó la zona donde estábamos comunicándolo así a los agentes, después de comunicar nuestra desaparición en el teléfono de emergencias al día siguiente.

Una vez más, mi mochila roja me salvo la vida junto a la de mi amiga, pero nos quedaron unas terribles secuelas para recordarnos siempre nuestra imprudencia. Yo perdí una mano y aurora quedo lisiada para siempre. Pero creo que si no hubiera sido por mi mochila el desenlace sería mucho peor.


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