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La pared de cristal - Verso suelto- (R)

Todos los días, de once a doce, Esperanza sigue la misma rutina. Le enseña fotos: vestido de primera comunión, jurando bandera, con una mochila en la torre Eiffel, diciendo si en el altar,…; reproduce una casete con la voz de Isabel, ya fallecida, leyendo un cuento a su hija... Y todos los días le repite palabras recitándolas de tres en tres ― estrella, rana, caramelo..lápiz, niño, mujer...― intentando que alguna arañe el silencio. Esperanza acaba de obtener el grado en terapia ocupacional, cree en lo que hace, quiere ayudar a Leandro; le mira a los ojos, esas paredes de cristal que encierran un mundo amarillo. Está convencida de que con paciencia puede despertar la actividad cerebral dormida, provocar chispas de raciocinio consciente o inconsciente. Leandro vive dentro de una pecera, un mundo de lluvia, la lluvia de su Asturias natal. Un mundo de olvidos húmedos donde nada entre seres sin cara y sin nombre, entre anfibios, entre algas, entre sueños de otros. Un día, a punto de jubilarse, no fue capaz de encontrar su casa, ese fue el principio. A partir de ahí el mal avanzó sigiloso y taimado. Al poco tiempo no era capaz de afeitarse solo, más tarde Isabel tenía que hacerle el nudo de los zapatos y dos años después ni siquiera saludaba a los vecinos cuando se los cruzaba en el portal. Esperanza desgrana las palabras mirándole a los ojos al pronunciarlas, sabe que solo así puede llegar a Leandro. Intenta despertar en la mente enferma algún significado. Con cada palabra muestra una cartulina, en cada cartulina un dibujo, cada dibujo un objeto; y mientras lo nombra, como el pescador que acecha el corcho en la superficie del agua, ella busca en los ojos del hombre un parpadeo, una señal de que el pez ha visto el cebo. Pero hace mucho que los peces no pican, también hace mucho que brilla el sol; Leandro no mueve un solo músculo, la vista fija en el azul impoluto del cielo de Madrid. Esperanza anota en un cuaderno las palabras y las reacciones de Leandro; en dos columnas. Estudia el cuaderno intentando relacionarlas. Busca una rendija, un lenguaje con el que atravesar la pared de cristal. La mayoría de las casillas de la derecha están vacías. Las que no, solo contienen combinaciones de letras sin sentido para ella. Leandro dice “ulonisa” tras escuchar “Niño, triángulo, casa” o “tusapí” después de que ella pronuncie “Sapo, piedra, tuno”. Por más que le da vueltas, no consigue descifrar el significado de esos sonidos. Piensa que son un eco que retumba dentro de Leandro, lo que queda de la corriente de sílabas que fluye entre sus labios y los ojos de él, que luego se arremolina entre neuronas, se remansa después en las tortuosas circunvoluciones del cerebro enfermo y, al final, desemboca en un sumidero de autismo haciendo un ruido como el del agua cuando se vacía el lavabo. ... Hoy amanece cubierto. Hace mucho que no llueve; Esperanza lo interpreta como una señal y prepara una lista de palabras. Pero Leandro se muestra impertérrito, ensimismado dentro de su pecera, con la mirada perdida. Ella no se desespera; sigue leyendo y repitiendo las palabras de la lista mientras poco a poco el cielo se va oscureciendo. ―“Casa, lámpara, cuchara” ―, dice Esperanza mientras un relámpago enciende el aire. ―“pacacha” ―responde Leandro. ―“Colegio, galleta, pastel” ―se anima ella. ―”telgita” ―susurra Leandro en mitad de un trueno. Tras el estruendo la lluvia arrecia y repiquetea con fuerza en los cristales. Esperanza mira a los ojos de Leandro, se ve a si misma reflejada en su pupila, con la ventana atravesada de lluvia tras de si; piensa que él también la ve, le imagina al otro lado, mirándola, con la nariz pegada al cristal; siente que están a punto de romper ese cristal que les separa. Quedan pocas palabras por decir. Las pronuncia lentamente. ―Bote, pluma, papel. Silencio. ―Tecla, piano, coche. Silencio. Llega a la última línea, no hay más cebo en el cuaderno. Esperanza lee como si rezara. ―“Hilo, casa, cascabel”. ― y repite ― “Hilo, casa, cascabel”. Leandro parpadea, mueve los labios, estira los brazos, la abraza, y Esperanza le oye decir “Isabel...Isabel”, mientras se abandona a su abrazo entre lágrimas.


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