Martina sobrevivía en el pueblo del que fue su marido, una población como tantas en la España de posguerra. Eran tiempos dolorosos, en los que el poder fomentaba las delaciones y la vigilancia entre vecinos. Los niños de entonces aprendimos a escuchar lo que no se decía y mantener la boca cerrada.
De lunes a sábado los días se sucedían monótonos, pero los domingos eran estupendos, sobre todo en primavera y verano. Mi madre me calzaba unas fuertes botas y nos íbamos por el camino de la fuente Alta, hacia la sierra del Caballo. Los lunes las agujetas estaban aseguradas, pero mi madre era tajante: “sin esos paseos me quedaría canija y escrofulosa, tan paliducha que no me querría ni el niño de los mocos verdes”. Ante tan seria amenaza, salíamos andando (yo brincando) cruzando el río por el puente romano hasta llegar al prado de las Pozas donde yo podía tirar piedras al agua, pero sin acercarme a ella, porque: “una vez-allí-se-ahogó-una-niña-por-no-hacer-caso-a-su-madre”. Mamá lo decía de corrido como si fuese una sola palabra. Un poco más arriba, si te fijabas bien, podías ver la cueva de los Contrabandistas, que mamá llamaba de los Niños Perdidos. Durante la caminata no paraba de contarme historias que “eran más verdad de lo que yo creía”.
—¿Vendrán hoy las hadas?
—Seguramente, pero sabes que no podrás verlas. Se mueven con tal rapidez que resultan imperceptibles al ojo humano. Ya sabes: [V = d/t] no te da tiempo a verlas —mi madre decía cosas así de raras, posiblemente para recordar que antes de la guerra fue maestra y que el colmado del pueblo fue de mi padre, hasta que llegaron los buitres y se lo quedaron aunque ella sigue atendiéndolo. Sabía mucho de pájaros.
—¿Cómo unos buitres van a quedarse con un colmado?
—Igual que hay un pájaro carpintero, también hay uno ladrón: el cuclillo. El cuco se aprovecha del trabajo de los demás. —Yo no entendía nada, pero además tenía que prometer cerrar mi pico, para lo cual mamá cerraba una imaginaria cremallera en mi boca.
En esa mitad tienda, mitad taberna, pasaba yo las horas haciendo palotes y coloreando cuentos, mamá odiaba los palabros que allí se decían, el tabacazo, las riñas del mus…
—¡Pero-qué-voy-a-hacer-contigo-niña-de-mis-ojos! —decía juntando las palabras como si tuviese prisa por decirlas, y me daba un explosivo beso al lado de la oreja.
Al llegar a la curva del Rincón, apareció la pareja de la guardia civil. Caminaban con el fusil terciado, separados uno por cada cuneta de la carretera, como si estuviesen peleados.
—¿A dónde vas Martina? —preguntó el cabo.
—A airear a la niña y sacarla el humo del colmado.
—Vamos a ver a las hadas —dije al tiempo que mamá me daba un discreto pescozón.
—Pero no os alejéis mucho, hay bandidos y mucha gentuza en estos montes. Claro que… ¡poco les queda a esos hijos de puta! —masculló el cabo mientras limpiaba el sudor del tricornio con un pañuelo mugriento.
—Señor guardia… esa boca. No se preocupe que no vamos lejos.
Cuando la pareja se fue, mamá me miró seria.
—¿Estás enfadada conmigo?
—No Librada, pero ya sabes que las hadas son muy tímidas y no les gusta que las molesten. Ya falta menos para que te tengan confianza y puedas verlas. Pero seguro que si estos dos aparecen por el prado de las Pozas… se asustan y no volvemos a verlas. Las hadas son cosa tuya y mía, ¿vale-amor-de-mi-corazón?
—Sí mamá, un secreto como el de los buitres y que antes me llamaba Libertad. —Para más seguridad hice el gesto de echar el candado en mi boca, cerrar con llave y luego tirarla. En casa sabíamos guardar los secretos.
Cuando por fin llegamos a las Pozas, lo primero que hice fue mirar en la Piedra Plana.
—¡Han venido! ¡mamá, han venido! —Saltaba señalando la piedra. En ella había un corazón pintado con tiza, encima flores de tres colores: amapolas, lirios y violetas.
Mamá no era presumida, pero en el prado de las Pozas siempre sacaba su polvera, se daba un retoque y perseguíamos a los pájaros con el espejo, su reflejo se adentraba en la cueva de los Niños Perdidos. A continuación, sacaba de su mochila un mantel y algo de comer mientras yo me iba a corretear-por-ahi-pero-sin-hacer-el-loco-que-nos-conocemos…
Al atardecer, mi madre me llamaba a gritos, se hacia tarde. Invariablemente, las hadas habían aprovechado un sueñecito de mi madre para robarnos nuestra merienda.
—No roban —decía mi madre— es que son traviesas y les gusta cambiar las cosas de sitio, además son glotonas: les gusta el pan con queso, el embutido, la fruta y los roscos de sartén. Las mas gamberras beben vino y algunas fuman a escondidas… pero... ¡mira! ¡han dejado un poco para ti!
Mamá volvía un poco más mustia a casa, cansada pero con fuerzas para llevarme dormida a “coscoletas”, y empezar una nueva semana de trabajo, para olvidar que un día fue maestra y su Antonio el dueño del colmado donde trabaja. Tenía tanta faena y tantas ganas de olvidar que no podía olvidar nada.
Hoy hace setenta y dos años desde la noche en que nos despertaron los disparos. Esa noche en que se oyeron gritos desde el monte y ladridos de perros. Desde la ventana, se distinguían luces de linternas como enormes luciérnagas enloquecidas, el pueblo se volvió un enjambre de hombres de verde y charol que iban de un sitio para otro llamando a las puertas de las casas, y mi madre lloraba musitando: ¡pobres niños perdidos!
Ahora mi nieta me acompaña al prado de las Pozas. Ya no hay hadas, ni corazones pintados en la Piedra Plana y soy yo quien deja sobre ella flores rojas, amarillas y moradas.
NOTAS DEL AUTOR:
1. Ley de Responsabilidades Políticas: “Las penas consistían en inhabilitación absoluta, o especial en los cargos que tuviese, destierro y sanciones económicas que iban desde la pérdida total de los bienes, incautación de bienes, pago de multas, etc.” (A. Carceller). https://losojosdehipatia.com.es/cultura/historia/la-ley-de-responsabilidades-politicas-un-arma-mas-de-represion-durante-el-franquismo/
*
Hola, Jorge:
¡Enhorabuena!, por tu extraordinaria propuesta tangencial al reto, puesto que no solo has logrado un gran relato, sino que supiste tocarnos el alma con tu sentido homenaje a quienes formaron parte del bando republicano, especialmente a las maestras y madres abnegadas, como a tu entrañable personaje de doña Martina, que tuvo que ingeniárselas para sobrevivir fuera de la vigilancia estricta de los tricornios y vecinos chivatos (esto lo añado de mi cosecha), capaces de acabar con la vida de los "sospechosos" (rojos).
Coincido en las alabanzas ya mencionadas por tantos compañeros a la hora de valorar tan positivamente tu relato, puesto que con suma facilidad nos trasladas al turbulento escenario histórico de nuestro país en las postrimerías …
Hola LABAJOS.
Una historia de la que no puede marchar de la memoria y que todavía quedan muchas colgaduras... y peligrosas .
Felicidades por tu texto magistral.
Un cordial saludo(8)
Hola Labajos. Excelente tu relato. Me gustó mucho . Tanto el cuento como la redacción son muy buenos. No tengo más que agradar a lo comentado por los demás compañeros. Tengo que leerlo otra vez con más calma para poder disfrutarlo. Te felicito, un abrazo y cuídate mucho.
A BERUMEN (16).
Hola Labajos
Me toca por turno pasar por tu relato y, la verdad, ha sido muy gratificante. Ciertamente, al leer los comentarios de los compañeros he querido releerlo una vez mas y he disfrutado de el todavía mas. En el principio no había visto la relación de los buitres, la cueva y el espejo. En este sentido has sabido llegar a la mente infantil de la niña con el engaño de las hadas y hacerla feliz. Te felicito, me parece una historia genial y muy bien desarrollada. En cuanto a las faltas, ya te lo indican los compañeros anteriores. Me pase por el enlace que pusiste al final y la verdad es que la gente debió sufrir mucho.
Un saludo…
Hola, Labajos. Desde luego un cuento de hadas que se aleja por completo de los clásicos. Ha sido un acierto cómo lo has planteado: la madre hablandole a la hija de hadas para cubrir uns realidad terrible, la del terror que infundieron. Tiene este relato muchos detalles que lo hacen digno de premio. Te felicito. Un abrazo.