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La Santa Compaña - Ratopin Johnson - (R)


Habíamos apostado varios vehículos en diferentes puntos de la carretera. Con el chaleco antibalas puesto y las armas preparadas, esperábamos detrás del Land Rover. Se suponía que «O vermello» , obligado por la presión de nuestros compañeros que llevaban todo el día peinando el monte, intentaría bajar por el bosque hacia los núcleos urbanos, quizá aprovechando la oscuridad, pero quién podía asegurarlo. Era un tío peligroso, e iba armado. «Parece que vamos a por Rambo», había dicho un compañero con sorna. Hacía un frío del demonio, que se nos metía en los huesos, y una nube de vaho se formaba alrededor de nuestras bocas.


El Capitán, castellano casi recién llegado, casado con una gallega, pensaba, no sé por qué, que el apodo de «O vermello» , venía del bermejo, el ave. Le tuve que explicar que vermello significaba rojo en gallego. Le llamaban así desde niño, como a su padre, y antes a su abuelo. Todo era debido al tono rojizo de los cabellos que adornaba la cabeza de los varones de esa familia. Eran «Os vermellos»


«O vermello» se había criado en una aldea del contorno. Yo también, aunque hacía veinte años que no había vuelto. Esa mañana, al entrar en mi pueblo, lo primero que vimos, envueltos en la niebla, fue el cruceiro, en el atrio de la Iglesia. Detrás de ella, las tumbas del cementerio, donde estaban enterrados mis abuelos. Todo tenía un aspecto fantasmagórico. Una vez estacionado el vehículo, pude saludar al alcalde, al que reconocí, aún después de tanto tiempo. Ya era el edil cuando vivíamos allí. Me miró sorprendido, y tuve que aclararle que era el nieto de Paco y Carmiña.


—Acórdome de ti, Anxo. Eras un rapaz e mírache agora —dijo sonriendo.


Imágenes de la infancia acudieron a mí. Cuando fuimos a vivir a Coruña, veníamos algunos fines de semana y los veranos. Me encantaba. Cuando falleció mi abuela, acabamos vendiendo la casa. Tan cerca en distancia física pero tan lejos después de todos esos años.


El alcalde dijo que «O vermello» era un bicho, ya desde niño. Y que esperaba que en una noche como la que se avecinaba, la Santa Compaña se lo llevara. Que sería lo mejor.


—¿La Santa Compaña ha dicho? – inquirió el Capitán.

—Sí —contesté—. ¿La conoce?

—Algo he visto en televisión —dijo riendo—-. Desde luego, nos ahorraría muchas molestias. ¿Aquí creen en estas cosas, no?

—Eu os ví —dijo el alcalde.

—Dice que los vió —dije—. A la Santa Compaña. Recuerdo cuando era niño que mucha gente decía habérsela topado. Se supone que si se te aparecen, es que vas a morir.

—Pero él está vivo. Vaya. Galicia profunda, bruxas, meigas… —dijo el Capitán.

—Mi abuela ponía ajos en la puerta de la casa —dijo otro agente, a lo que yo asentí pensando en la mía.


Mi atención se centró en el presente, en la carretera y el bosque que teníamos enfrente. El helicóptero, que oíamos, pero no veíamos, pronto se marcharía. El fugitivo, ¿se quedaría en el bosque al menos esa noche? ¿Se habría saltado nuestros controles mientras le esperábamos? Se le había comunicado por los altavoces que estaba rodeado y que no tenía escapatoria. Pero no había dado señal. Se palpaba cierta tensión. Tras unos instantes algo empezó a oírse por la radio. Lo tenían, lo habían cazado. Vi caras de alivio a mi alrededor.


No necesitaron emplear la fuerza. Estaba en un sendero del bosque, echado boca abajo, dentro de un círculo, que confesó haber hecho en la tierra con un palo. Les contó a los Guardias Civiles que lo detuvieron que se había encontrado con la procesión de la Santa Compaña: los encapuchados, el penitente delante llevando la cruz, las luces; no caminaban sobre el suelo, parecían ir levitando. E hizo lo que había aprendido de niño. Dibujar un círculo, quedarse dentro y no mirarles, para que no se le llevaran. Por la radio parecían llegar risas. Nos miramos. El Capitán abrió la boca.


—Habrá tomado a nuestros compañeros por estos espíritus. Muchas horas en el monte, cansancio acumulado, hambre, sed. La mente, a veces nos juega estas pasadas.

—Probablemente, Capitán —dije.

—Qué iba ser si no, Capitán —respondió otro —. El cuerpo de Levitadores de la Guardia Civil.


Nos reímos; al Capitán no le hizo gracia. No sé qué ocurrió de verdad, pero cuando pudimos ver a «O vermello» , al que traían esposado, su rostro estaba más blanco que una tiza.




Nota del Editor:

Propia de Asturias y por supuesto Galicia, la leyenda consta de la aparición de una fila de encapuchados fantasmales cuya función no es otra que la de visitar o poner en aviso de una futura defunción. Conocida también como Huespeda, Estadea, Compaña o Genti de Muerti, la Santa Compaña, su proveniencia está arraigada a las leyendas europeas pertenecientes a la Edad Media

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