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LA SEQUEDAD DEL MEDIO DÍA (CL2) - Lucho - (R)


Cuando Rubén llegó al pueblo, por las calles el viento corría a sus anchas y una levantisca de polvo, como una niebla, ocultó del lugar hacia donde iba. La gente con recelo lo seguía desde lejos. El caballo rezumaba sudor hasta las patas, el hombre con los labios tostados y la piel quemada por la resolana. Los tacos de sus botas salían del estribo cargadas de la resequedad del camino. Cuando la polvareda se esparcía su sombra se proyectaba sobre el piso. El bigote caía sobre su boca y un chicote de tabaco pendía de sus labios. Descendió de su montura frente a la cantina, su taconeo se sintió sobre el maderamen a la entrada y el golpe de las dos alas de la puerta las cimbró con fuerza. Los que estaban adentro fijaron sus ojos en la fortachona figura del recién llegado y bajaron sus cabezas. Alguien silbó a ritmo lento pero firme. De los labios de Rubén salió una sonrisa, enmarcada por el mostacho negro.

―Un aguardiente doble ―su voz tronó en medio de un silencio cargado de miedo.

―De inmediato ―se atrevió a musitar el cantinero.

―Vengo cargado de muerte ―rugió de nuevo― el asesinato de mi hermano no quedará impune y vengo a cobrarlo ―todos enterraron la mirada. El silbo dejó de oírse. Sus ojos se posaron en el rostro de cada uno de los que se encontraban en la cantina― Yo sé quién fue el gatillero que lo mató, pero también sé de dónde vino la orden ―tan solo se escuchó la respiración que venía desde las mesas.

La gente se arremolinó en las afueras del establecimiento. En ese pueblo olvidado, lo que estaba por suceder había que presenciarlo. A lo lejos se escuchó el ruido de un motor. Tres motocicletas se divisaron sumergidas en la polvareda. Se veían en el horizonte, un sol perpendicular que caldeaba hasta los tuétanos las hacía ver como un espejismo. Los entrometidos de la calle buscaron refugio detrás de los árboles. De la cantina salieron de a uno dejando adentro al cantinero y a Rubén. El ruido de los motores se fue haciendo más intenso y una nube de polvo baño a los curiosos. El sol, el polvo y la tensión desbocaron la transpiración por los cuerpos. En las camisas debajo de las axilas quedaban las marcas de la temperatura. Las cintas de los sombreros se percibían empapadas de sudor.

Aparcaron al lado del caballo que se notó nervioso, presentía algo. Cuando ingresaron al establecimiento, sus ojos se demoraron para ver, mientras desde adentro salió una ráfaga de tiros. De los tres, dos cayeron al suelo, mientras el otro se atrinchero a un costado de la puerta. Se escuchó encender el motor de una de las motocicletas y partir rauda. Afuera nadie se movió, todos permanecían ocultos, expectantes. Rubén terminó el trago que tenía servido, pagó y mientras salía miró en donde habían ido a parar los fogonazos de su arma. Dos de los disparos dieron en la cabeza de los pistoleros. Soltó una risotada, como botando su miedo.

―Díganle al alcalde que luego vengo por él, yo sé quien mandó a asesinar a mi hermano. ―Se montó a su caballo y partió al galope.

Un rato después la policía hizo el levantamiento de los cadáveres, sin que el alcalde se hiciera presente. Eso extrañó a la gente, las preguntas se sucedían, pero nadie tenía la respuesta. Era claro que el hermano de Rubén había defendido su tierra con todas sus fuerzas y por mucho que trataron de hacerlo ir no pudieron, hasta que un día apareció en la plaza, cruzado sobre la montura de su caballo. Días después llegó una nota amenazando venganza y detrás de ella apareció Rubén.

El mandatario nunca más se volvió a ver por esas calles polvorientas. Llegaron chismes de que había muerto en la capital, en una situación que aún no se aclaraba. Lo habían encontrado acribillado a tiros en su casa. De Rubén no se supo más, solo quedó el recuerdo de su figura intimidante.

Ahora una mansa brisa sacude las calles del pueblo, sus casas y a sus moradores mientras se diluyen en el olvido. Permanece en sus mentes el día en que llegó un hombre en una cabalgadura, detrás de él otros en moto, pero solo volvieron a salir uno montando un caballo al galope y otro rastrillando las llantas de su motocicleta. Algunos dijeron: con el olvido, mañana será mejor.


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