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LA TELARAÑA - Bea - (R)


Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos, es algo que Mera tuvo que aprender por las malas en los casi tres años que llevaba vagando por el continente intentando encontrar cualquier miserable pista que la llevara a averiguar el paradero de su padre.

Todo lo hecho y dicho, todas las cosas robadas durante todo este tiempo la trajeron aquí, a la resplandeciente ciudad de Helas. Un paradisíaco punto de encuentro para mercaderes y piratas en cuyas casas esculpidas en pulcra piedra blanca descansaban sus maltrechos cuerpos y cuyas aguas turquesa surcaban barcos cargados de oro y especias para el rey y su corte.

Un sitio en el que cualquiera estaría tentado de encontrar la paz, sin embargo no habría tal cosa para ella, no hasta cumplir con lo pactado con esa secta de charlatanes, no hasta llegar al final del camino que se marcó hace ya tanto.

—Si no haces ninguna tontería no tiene porqué salir nadie herido —dijo al tiempo que le colocaba a un joven de pelo castaño y brazos musculosos un cuchillo de obsidiana en el cuello.

—Vaya, vaya, mira lo que ha traído la marea —señaló el muchacho al tiempo que levantaba las manos en señal de rendición. Pero algo no encajaba, había sido demasiado fácil y ese tonito de burla no denotaban nada bueno.

—Qué narices...— La joven Mera ni siquiera tuvo tiempo de terminar la frase cuando el chico le retorció con una mano la muñeca con la que sujetaba la daga haciéndola soltar un alarido de dolor al tiempo que le propinaba un cabezazo tan fuerte que la hacía caer de espaldas al suelo total e irremediablemente aturdida.

Intentó levantarse como pudo a pesar del dolor que se extendía tanto por su nariz como por la muñeca retorcida, sabía que tenía que defenderse, los del Circulo Escarlata le habían dicho que de caer en las garras de aquel individuo estaría perdida, sin embargo nada pudo hacer salvo dejarse caer en las garras de Morfeo.

Lo que parecían ser mil agujas heladas la despertaron súbitamente. Tomó aire bruscamente intentando centrar la mirada en el ser que tenía delante.

—Buenos días —dijo una alegre a la par que burlona voz— veo que ya te has despertado, perfecto, entonces comencemos. —Una vez consiguió deshacerse casi por completo del aturdimiento que la albergaba, se dio cuenta de que no sólo tenía atadas las manos a la viga del techo sino que la persona que tenía delante era aquel al que había ido a secuestrar, el ladrón y asesino más buscado al sur del río Efige; Jax Nour.

—El cubo de agua helada sobraba, gracias —señaló ella intentando ganar tiempo, tenía que pensar rápido como huir.

—¿Tú crees? —La mirada oscurecida de Jax recorrió su cuerpo a la vez que la comisura derecha de sus labios se curvaba en una sonrisa traviesa, mierda tenía que admitir que el condenado era guapo, muy guapo— mira pensaba ser cortes y hacerte las preguntas de rigor, ya sabes, "¿quién te ha contratado?" y "¿porqué estas aquí?" pero creo que será mejor que vaya directamente al final.

—Por mí puedes irte al carajo —Ni siquiera lo vio moverse, simplemente un segundo estaba delante de ella y al siguiente estaba tirando de su pelo hacia atrás dejando su cuello al descubierto y pinchándoselo con el extremo de la daga de obsidiana haciendo que un hilillo de sangre corriera lentamente por su cuello.

—No tengo claro si quien es más idiota si los del Círculo Escarlata por contratar a alguien como tú o si tú por aceptar...—Algo detuvo en seco el vomito de sinceridad que le estaba escupiendo el asesino a la cara dejando caer la daga súbitamente— de...¿de dónde has sacado esto? —,en la mano derecha de Jax un colgante de latón medio desgastado por el tiempo.

—No creo que tener fe sea un delito, ¿no crees? —mintió. No sabía si la desconcertaba más el hecho de ver a un consumado villano aturdido por un colgante de una diosa o el hecho de que comenzaba a sentir lástima por él.

—Tú no...ni siquiera sabes lo que es esto ¿verdad? —el desconcierto en el rostro de la chica no hizo sino confirmar lo preguntado, se pasó una mano por el cabello, dejó caer el colgante y dijo al tiempo que se subía al alfeizar de la ventana para desaparecer por ella —nos volveremos a ver Mera.

*




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