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La tulivieja - Dama de Bailalunas - (R)


Era la primera vez que yo hacía sola un vuelo transoceánico. Iba con la ilusión de pasar unos días de vacaciones conociendo lugares nuevos y en buena compañía.

Me levanté para estirar las piernas y di un paseo por los pasillos del avión. De pie apoyado en la pared gris había un hombre que me miraba como si me conociera. Al llegar al destino y mientras recogía el equipaje le volví a ver y le reconocí. Era un compañero del instituto que hacía 30 años que no veía.

Pasaron algunos meses y los dos acabamos viviendo en Panamá que era el lugar al que viajábamos en aquel primer encuentro. Yo comencé a vivir en la capital, él en el Darién, al sudeste del país en la frontera con Colombia.

Aquel encuentro fue el inicio de una buena amistad. Es una aventura comenzar una vida en otro país. La de mi amigo Ramón era aún más emocionante pues se fue a vivir a Metetí a una zona selvática. Tenía el pelo de color bermejo y su piel rosadita, decía que se dejaba barba porque así quedaban atrapados los mosquitos en ella y no le picaban.

Cada vez que venía a la Ciudad de Panamá me contaba numerosas aventuras. Decía que en Metetí los fines de semana se sentaba con los paisanos del pueblo donde vivía, a charlar, jugar al dominó y beber cerveza. Contaba que la cerveza la compraban por cajas, se la vendían fresquita en la licorería, la ponían a los pies de la mesa y se iban bebiendo una tras otra rapidito para que no se calentaran.

Cuando se iba para su casa siempre le advertían de que tuviera cuidado con las brujas, con los duendes o con la Tulivieja. Ramón era muy incrédulo y se reía de estas advertencias. Una noche sin embargo se interesó por la historia de la Tulivieja, preguntó quién era “pues así a lo mejor podría hacerle compañía”.

Le dijeron que hacía muchos años una indiecita muy guapa que vivía en una aldea del Darién se enamoró de un joven de la aldea vecina. El joven también quedó prendado de ella. Era un amor prohibido pues la familia de la indiecita ya tenía acordado un matrimonio para la muchacha. Fruto de esta relación ella quedó embarazada y tuvo un bebé.

Cuando el joven se enteró salió huyendo temeroso de las represalias que pudiera recibir de la familia abandonando a la indiecita y al bebé. La joven madre era muy parrandera pero ahora tenía que cuidar de su pequeñín. Una noche, excitada por la música de los tambores que se oían en una aldea cercana, decidió salir de fiesta. Se vistió con su nagua más colorida, se puso algunas joyas de metal y un tule en la cabeza. Cogió a su bebé y se fue caminando a la luz de la luna hacia el lugar desde donde llegaban cada vez con más intensidad el sonido de los tambores. La aldea estaba sobre el margen del caudaloso río Tuira y allí protegido debajo de un barrigón colocó al bebé dentro de su tule pensando en ir un ratito a la fiesta y recogerle a la vuelta.

La fiesta estaba muy animada y rápidamente se puso a bailar el tamborito. Mientras tanto se desató una tormenta y la muchacha salió corriendo en busca de su bebé, pero cuando llegó al tronco del barrigón el caudal del río había crecido y sus aguas habían arrastrado al tule con el bebé dentro.

La muchacha enloqueció y comenzó a gritar llamando a su hijo. Como castigo a su irresponsabilidad se convirtió en un ser monstruoso, mitad ave y mitad humana que vaga por los ríos del Darién buscando a su hijo.

Algunas noches en que la luna brilla recupera su belleza y se baña en los ríos, si un hombre la ve quedará prendado de su belleza, ella lo invitará a bailar y después lo devorará.

Ese era el peligro que acechaba a mi amigo según los paisanos con los que compartía charla, dominó y cervezas. Aunque nunca pensó que fuera verdad, a veces al amanecer veía en el vaho del arroyo de detrás de su casa unas formas extrañas que parecían un cuerpo de mujer y le hacían recordar el cuento que le habían contado.

Este fue mi gran amigo, escéptico, divertido, siempre contando chistes y aventuras que le sucedían cada día. Hace tiempo que se fue pero siempre estará en mi recuerdo.



Nota del Editor:

La Tulevieja o Tulivieja es un personaje legendario de Costa Rica y Panamá, el cual es descrito como un fantasma femenino que, cubierto por una especie de sombrero llamado tule (con forma de plátano) y con los senos hinchados y erectos (unas veces chorreando leche, según la versión), se transformaría en un monstruo que va errante por los diferentes caminos y despoblados.

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