Estirar el cuello le supuso una pequeña agonÃa, dormir en el granero de aquellos granjeros definitivamente no habÃa sido una buena idea, sin embargo las vistas bien merecÃan en dolor de sus músculos. Ante ella se alzaba una consecución de gigantescas torres se superponÃan las unas a las otras en lo que era el edificio más grandioso que sus ojos jamás hubieran podido contemplar. Justo en el centro de éste una descomunal puerta de hierro tallado flanqueada por dos intimidantes argonautas de piedra los cuales sostenÃan sobre sus manos espadas, el conocimiento es poder supongo, se limitó a pensar.
En ese preciso instante la puerta, como dotada de vida propia, comenzó a abrirse con un fuerte estruendo dándole entrada al reino de la sabidurÃa. Sin dudarlo si quiera la joven se internó en la majestuosa aunque intimidante biblioteca del reino de Findaras sin si quiera volver la vista atrás.
Lo primero que Brissia percibió fue la ausencia de luz y el frÃo que hacÃa, invocando a las llamas inmortales un pequeño fuego verde surgió a su lado iluminando lo que era un extenso pasillo de techos infinitos. Un escalofrÃo le recorrió la espalda, los monjes que guardaban la biblioteca no eran famosos por su cortesÃa pero aquello era totalmente distinto, era como si se hubiera internado en una tumba. Procurando alejar ese pensamiento de su cabeza comenzó a andar.
Las puertas que daban a las descomunales salas llenas de libros estaban abiertas, el reloj de arena de una de ellas estaba roto en mil pedazos, su arena derramada sobre montones de libros y estanterÃas astillas, ninguna señal de luz alguna o de vida fue hallada, o eso pensaba. Justo cuando se disponÃa a inspeccionar la tercera sala a su derecha un gemido a su espalda la hizo sobresaltarse echando mano rápidamente de los sai que llevaba ocultos a los costados de su cadera. Súbitamente algo la agarró del brazo derecho tirando de ella hacia la luz de su fuego verde.
— Ayuda, por favor... ayúdeme— unas manos blancas y huesudas agarraban desesperadamente la manga de su chaqueta, la cara del hombre, al igual que sus manos estaba lÃvida, pómulos afilados, labios agrietados, una fea cicatriz fruto de un pasado peor cruzaba su rostro verticalmente surcando su ojo izquierdo, el derecho aunque abierto, era opaco.
— Por todos los dioses—, dijo la chica guardando rápidamente los cuchillos para sostener al anciano— ¿qué le ha ocurrido?¿que ha ocurrido aqu�
— Pensábamos que era un hombre... nos equivocamos— El horror se instaló en el rostro del pobre hombre revolviéndole el estómago a la joven, que habrÃa visto para que su cara se deformara de aquel modo.
— Pero, ¿quién?¿por qué?
— No, quién no, qué — Fue lo último que dijo el viejo antes de que algo lo agarrara y tirara de él hacia las sombras desapareciendo para siempre.
Invocando las llamaradas de los fuegos eternos de Isindal la pequeña llama verde creció rodeándola, haciendo que los más recónditos recovecos de la biblioteca se iluminaran, convirtiendo la noche en dÃa en un instante.
— Muestra tu fea cara sirviente de la oscuridad! —En ese preciso instante la oscuridad se arremolinó formando algo parecido a un cuerpo humano lleno de garras a cuyo alrededor las sombras flotaban, en su cara una afilada sonrisa llena de dientes, sin ojos aunque Brissia hubiera jurado que la miraba— Ahà estas hijo de mil perras —dijo la chica al tiempo que lanzaba uno de sus cuchillos sagrados en dirección a la cabeza del monstruo dando por iniciada asà una consecución de golpes, dentelladas y llamaradas los cuales destruyeron parte de una de las salas de la antiquÃsima biblioteca del reino. No fue hasta varias horas después que la joven druidesa consiguió atrapar a la quimera en un campo de su propia fuerza.
— No te lo voy a volver a repetir bicho, que buscabas aquà —Dijo al tiempo que lanzaba una descarga de poder a través del campo haciendo lanzar al monstruo un alarido espeluznante, no, no era un alarido, se estaba riendo. Aquella cosa infernal se estaba riendo en su cara. Entre alaridos y risas solamente distinguió dos palabras antes de que las sombras del espectro se volvieran a concentrar y éste desapareciera: A ti.
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