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—¿Un café con...? —dice el Doctor Pine, mi único amigo.
—Nada más.
—Venga, yo invito; no es ninguna molestia.
Bajo la mirada. Ya sé que no es molestia, que unas tostadas con tomate, queso y jamón serrano, a mi amigo, no le supondrán nada, pero es que ya llevo mucho abusando de su lenidad. Cada día, aunque solo entre semana, nos reunimos aquí, en su despacho, y charlamos de banalidades. Incluso echamos unas risas. Y sí, casi siempre, me suele convidar al desayuno. Algo que agradezco, mi economía es peor que mi trabajo de mozo de limpieza.
Él coge el teléfono y hace la comanda. Luego, se recuesta y me pregunta cómo estoy; me ve irregular. Aunque irregular no es la palabra. Más bien extenuado, lívido, exangüe... ¿Por qué?, pues por la insipidez de mi quehacer diario. El ríe y dice que también se encuentra de alguna manera similar, pero que pasar tiempo conmigo le ayuda a sentirse mejor. No sé si creérmelo; parece una técnica terapéutica, aun así, me relaja. Siempre sabe cómo hacerlo.
Es un insigne doctor en psiquiatría. Decenas de títulos enmarcados dan cuenta de ello, y, a pesar de estar al cargo de la clínica, una larga lista de pacientes bregan por citarse con él. Sin embargo, aún saca tiempo para charlar con el pusilánime “limpiarretretes” de su amigo. De hecho, si poseo esta ocupación es por él:
Me contrató a cambio de cama con pensión completa en la misma clínica que dirige. La pega es que el holgado vulgo de trabajadores del centro me aborrece. Tienen celos de mi serendipia y conspiran echarme. Sus miradas les delatan. Incluso, en ocasiones, han intentado hurtarme los bártulos de limpieza, como si estuviera haciendo algo indebido. Menos mal que mi egregio amigo siempre aboga en mi defensa; si no habrían acabado conmigo.
Al rato, un auxiliar entra con el almuerzo.
—Déjelo ahí mismo —dice el doctor con su sonrisa de barbián y señalando una mesilla delante de un pequeño sofá.
Él obedece, aunque, antes de irse, me mira a mí y al carrito de limpieza que tengo aparcado en un lateral y suelta una socarrona sonrisa. Será berzotas. ¿Qué pasa? ¿A ti también te gustaría tener un trato así del Jefazo?
Sin embargo, el doctor se levanta y me anima a que le acompañe al sofá.
—¿Sigues tomándote las pastillas que te receté?
—Claro. —Es cierto, nunca le defraudaría.
—Bueno, pues tengo otras mejores, siéntate y tómatelas —y al decir eso saca unas capsulitas que deposita junto a mi taza.
Con la ayuda del humeante brebaje, me trago los medicamentos. Él, sin embargo, se queda de pie, agarra su café, solo ha pedido eso, y se va pensativo hacia el ventanal de la pared lateral mientras yo comienzo a comer y hablar de necedades.
Al rato, me dice:
—Sabes, Horacio —así me llaman—, tenemos que cambiar la dinámica de estos encuentros.
Ese comentario me pilla por sorpresa, casi me atraganto con el último trozo de jamón.
—¿Cómo? Esto..., sé que puedo ser un estorbo, pero...
—¿Estorbo? —me corta con una risilla aguda, casi un vagido—, ¡no hombre!, además, no vamos a dejar de vernos.
—Entonces, ¿qué has querido decir?
Él apura su café y mira el reloj. Es tarde, lo noto.
—Por eso no te preocupes, el lunes lo hablamos. Ahora ve a descansar.
—¿Descansar? —río—, si tengo toda la planta por limpiar.
—Ya... —Su expresión se torna algo dubitativa—. ¿Y si lo dejas por hoy? Llamo a alguien para que se lleve tus cosas y te vas derecho al cuarto. Además, puede que ese nuevo fármaco haga alguna reacción, así que hazme caso, «es una orden» —termina sarcástico mientas agarra el teléfono. Yo no protesto. La verdad es que, con la panza llena, un poco de sesteo me vendrá bien.
A los pocos segundos entra uno de mis bascosos compañeros de limpieza. El doctor se aproxima y le dice algo por lo bajo. Entonces, el indeseable coge mis bártulos, me mira con desgana y dice.
—Vamos, vente.
Eso me enfurece.
—No necesito que me acompañes —comento incómodo—. ¡No estoy loco!, solo es que vivo aquí, entre orates, nada más.
—Maldito interno de los huevos —susurra, aunque lo bastante fuerte para que lo oigamos, sobre todo el doctor que empieza a reprenderle por tamaños modales.
Yo, sin embargo, doy media vuelta y me largo a prisa para que nadie me siga.
—Hasta el lunes, Horacio —oigo ya desde el pasillo, eso me reconforta—. Recuerda: tómate las píldoras nuevas.
*
Laura, tienes razón en cuanto a todo lo que cuentas, el sonido, la colocación de cada palabra... Ufff solo de pensarlo me agobio jeje. Muchas gracias por pasar y un fuerre abrazo.
Menta, me alegra mucho que te haya gustado.
Un abrazo y nos leemos!
Buenas tardes Pepe: Me ha gustado mucho tu relato. He disfrutado leyéndolo y sorprendiéndome con el final.
Enhorabuena. Un saludo, Menta
Hola Pepe.
Menudo trabajo nos has dado con todas esas palabras que ya no se usan y que has insertado con gran habilidad.
No sé, pero la elección de la palabra aporta mucho al texto. Tiene que ver con la sonoridad, con la forma en que se la paladea, en que se va formando, incluso el contexto y la manera en que se insertan en la oración, la ubicación de la sílaba tónica, en fin, un montón de cosas que nuestro lenguaje actual ha perdido.
Coincido contigo en que los sinónimos no son lo mismo a la hora de un texto literario. Y me han dado a pensar bastante con ellas.
Te felicito, añadiendo las mismas a las de los…
El placer es tu visita, Jorge, muchas gracias por el comentario y paso a leerte en breve.
Hola, Amadeo, gracias por pasar y dejar tus sugerencias. No entiendo eso que dices del diálogo inicial, solo hay dos personajes principales y dos secundarios que salen un ratito en el relato. Los primeros son el doctor y el orate que se cree de la limpieza y el diálogo inicial empieza con el doctor preguntándole si quiere algo más que un simple café. No sé si es eso lo que me preguntas, si no por favor, házmelo saber. Lo de las palabras, pues es complicado y un tema que no domino, y entiendo que te hayan sonado algo forzadas, sobre todo con el cambio de procedencia, jeje.
Un abrazo y te debo una visita.