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LOS JOYEROS DE LA 420 - Labajos


Desde 1985 Marcos y Ginés comparten la suite 420 de la prisión Modelo Valenciana, también unas diligencias previas por atraco con violencia y lesiones.

Valencia contaba entonces con dos fenómenos sociológicos. El primero, la “Ruta del Bakalao”, que superó a la “Movida Madrileña” con su atronador acid house. El otro: los atracos a joyerías.

“Leandro-joyeros” se disponía a cerrar cuando una elegante pareja traspasó su umbral. Se apreciaba en la joven un incipiente embarazo y en él un deseo de satisfacer cualquier capricho de ella. El propietario tasó mentalmente el Rolex y los gemelos del cliente, la pulsera y los pendientes de ella… finos, discretos y carísimos: Dinero tenían.

—Esa piedra es muy fuerte para ir a la uni, por su precio podemos llevarnos la cadena y los pendientes.

—¡Como si quieres llevar las joyas de la corona!

—Pero los pendientes son más de poner…

—No se casa uno todos los días…

Don Leandro estaba seguro: vendería todo el lote incluido el Dupont de oro que el muchacho miraba distraídamente.

—No tengan prisa —dijo el propietario al tiempo que hacía una discreta seña a sus dependientes que no paraban de mirar el reloj—. Yo me hago cargo.

Al tiempo que salían los empleados, llegó el encargado de la limpieza del escaparate, limpios los cristales por fuera, el comerciante abrió la puerta para que pudiera hacerlos por dentro. En ese momento otra persona entró, el trabajador enjabonó el cristal que quedó totalmente opaco. El último en llegar, a quien nadie había prestado atención, lucía ahora pasamontañas y empuñaba una pistola. No necesitó decir nada: todos tenían las manos en alto. El atracador entregó al propietario una bolsa.

—Nada de chatarra. ¡Abre la caja!

Lo mejor para abrir una GRUBER es que su propietario lo haga, pero teniendo cuidado. Es frecuente que el industrial cuente dentro con arma dispuesta para la ocasión. En un instante sonó un disparo, el limpiacristales miró su camisa ensangrentada, Pili gritaba, su novio trataba de taponar la herida del limpiador con un pañuelo, el joyero temblaba pistola en mano y el atracador corrió con el botín.

Una ambulancia tarda poco en llegar, pero las mentes codiciosas son rápidas.

—Lo pasado no tiene solución, saquemos provecho de lo sucedido. —El novio seguía taponando la herida.

—¡Acabo de disparar a este hombre!

—¡No! ¡Ha sido el atracador! No va a pagar usted los platos rotos, don Leandro —dijo el cristalero que, una vez repuesto del susto, veía su herida menos grave—. Del seguro al menos cobraremos algo.

—Lo que ustedes digan —murmuró Pili.

—¿Todos de acuerdo? —El joyero miró alrededor—. Sabré agradecerlo. Es muy sencillo: entró, robó, disparó y corrió—. Don Leandro escondió lo mejorcito de su joyería en el falso techo. El día no iba a salir tan malo.

Meses más tarde, en la pista de Barraca suena ‘Subculture’ de New Order. Marcos, recuperado del disparo no siente dolor gracias a los mimos de Pili y al par de rayas que acaba de meterse. Pili baila, el pedrusco en su anular multiplica los brillos de la bola de espejos. “Será muy fuerte para todos los días, pero ella lo lleva porque le sale de ahí mismo”.

—¿Otro tirito, Marcos?

—No. Voy muy puesto…

—Pues yo voy a empolvarme la nariz.

Pili entra en el los lavabos, una sombra lo hace después.

—Deberías ser prudente con eso, Pili. Fíjate en tu “ex”, hace cuatro días lo encontraron en los meaderos de Spook, frío, con una chuta en el brazo. Yo me llevé cuatro pesetas, pero vosotros vivís a todo trapo.

—Sé buscarme la vida…

—No me chupo el dedo. —La navaja de Gines brilla—. ¡Tu sortija da mucho cante!¡Dámela!

Se escuchan gritos. Los de seguridad corren, Marcos también. Finalmente, todos entran puntuales en comisaría.

En la cárcel, Ginés llega cabizbajo a la 420 como siempre que Pilar viene de visita… Marcos le pasa el canuto que acaba de liar.

—Soy un pringao, Marcos… ¡Está preciosa!, sus ojos brillan como la piedra de su anillo. Sabe que yo sé…

—¡A mí me dices! Cumpliré condena por un tiro que me pegaron y cuando la veo detrás del cristal pienso: ¡Cómo cantaste canario! Pero me vence su sonrisa. No solo engancha el caballo y… aquí estamos, ¡en régimen de cuernos compartidos! Lía otro, Ginés.

Leandro conduce su Mercedes mientras Pili llora. Es el ritual de las visitas a la cárcel. En la radio el Fary canta: “El amor es una droga”.

*




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