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Los unos y los otros - Laura- (R)


Las sirenas sonaron, no nos importaba, ya estábamos jugados. Cada uno tenía una vía de escape diferente. No podía hacer más que confiar en el dato que me habían dado. Ellos tenían todas las de ganar: el tiempo, los recursos y la organización

Uno de los rayos rastreadores se me acercaba, barriendo el suelo con mortífera luz. Me disponía a dar un salto para ocultarme cuando descubrí la boca cuadrada abierta a poca distancia de mí. Me deslicé justo a tiempo. Alcancé a ver una leve luminosidad recorriendo los bordes antes de que volvieran a cerrarse. La oscuridad era total.

El suelo estaba cubierto por una gran capa formada por sustancias arrastradas por años. Debía andar con cuidado, podía activar una trampa. Sentí las ventosas de las sanguijuelas clavándose en mis piernas. Intentaba desprenderlas pero era como el trabajo de Tántalo. La lagartija de mi vientre comenzó a aumentar su temperatura, las molestas criaturas desaparecieron.

El collar que tenía instalado interrumpió su eterna vibración. Era la señal que esperaba. Tenía poco tiempo, pronto descubrirían mi ausencia. Tomé la llave que me liberaría, tenía muchas caras diferentes, debía insertar la correcta al primer intento o el geolocalizador se activaría.

¡Mierda! J-L no había llegado a decir cómo debía insertarla, tan solo me había dicho que el precio aumentaba, y no tenía ya nada más con qué pagarle, nada más que el animalito, pero eso no estaba en discusión

Mis dedos recorrían frenéticos las caras de la llave, tratando de descubrir la correcta. La lagartija se deslizó hasta mi mano, tomó la llave y la acercó al collar. La dejé hacer, mientras contaba hacia atrás los segundos que me quedaban. El cero estaba próximo. Con un chasquido, el collar se destrabó. El animalito volvió a su lugar. Arrojé el collar donde me pareció sentir que la correntada se tornaba veloz.

De pronto, el piso desapareció bajo mis pies. Intenté suavizar la caída extendiendo los brazos para asirme a algo, todo inútil. Caí sobre un montón de piedras, algo se me clavó en la pierna. El dolor era intenso. Intenté quitarlo, no pude.

Examiné el pozo. Las rocas sobre las que estaba probablemente pertenecían a las paredes. Me dio algo de esperanza pensar que tal vez no era una trampa sino un accidente. Escuché pasos, precedidos por la inmisericorde luz de un rastreador. Me oculté, cubriéndome como pude con rocas. El rastreador bajó. Su maligno ojo rojo me descubriría.

De pronto sentí frio, y me adormecí. Sentí la luz barriendo las rocas del fondo. Se detuvo unos instantes, buscando indicios de temperatura corporal. No los encontró, siguió su recorrido. Los pasos se alejaron. La sangre volvió a circular, el dolor volvió a latir. La lagartija se deslizó hacia la pierna herida, de a poco el dolor remitió. Logré salir del pozo aferrándome a lo que parecían raíces, pero no podría avanzar mucho si no conseguía ayuda.

La pierna había comenzado a latir. Era un recordatorio constante de que debía encontrar ayuda. Mi temperatura comenzó a elevarse producto de la fiebre. La piel alrededor de la herida estaba tersa, hinchada, frágil al tacto. Apoyaba un pie delante del otro en forma mecánica, tratando de no pensar en el dolor.

Al girar en una de las interminables vueltas, las tinieblas comenzaron a remitir. Una suave tonalidad rojiza se divisaba a lo lejos. Fui hacia allá. La tonalidad rojiza fue pasando al negro, pero era extraño. A diferencia de la oscuridad plana que conocía, esta era una oscuridad diferente, con pequeñas luces dispersas.

Una reja de hierro me detuvo el avance. Me dejé caer. No podía seguir avanzando.

La lagartija comenzó a emitir un silbido de baja frecuencia. Del otro lado de la reja apareció un niño. Se acercó a la reja y la atravesó. Me tendió la mano. En su interior, tímida, una flor que todavía no había abierto me miraba.

—Bienvenida, te esperábamos —me dijo el niño, y me guio a través de la reja.

***




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