¡Hola! soy Lucecita. Me llaman asà porque cuando intervengo en una acción de ayuda, siempre género mucha luz y paz a mi alrededor. Soy un hada y la misión principal que tengo es la de ayudar a las personas mayores y también a los niños pequeños. Nosotras podemos utilizar la magia, pero no penséis que todo nuestro trabajo es bonito, hay veces que tenemos trabajos muy duros como el que os voy a contar hoy.
Érase una vez un bebé que no paraba de llorar durante toda la noche. Por el dÃa también lloraba, pero menos. Cuando su madre se metÃa en la cama para dormir y recuperar las fuerzas, el niño empezaba a sollozar y no cesaba hasta el amanecer. Entonces se quedaba dormido una hora y pasada esta, se despertaba, volvÃa a revolverse en la cuna y a llenar cada rincón de su casa con sus llantos.
Una de sus abuelas conocÃa muchos trucos para solucionar los problemas cotidianos, pero después de observar al niño, como era muy sabia, llegó a la conclusión de que a la criatura le habÃan echado mal de ojo.
—¿Cómo es posible que haya un ser tan desalmado que sea capaz de hacer eso a un recién nacido? —gimió la madre.
La abuela insistió varias veces en que deberÃa llevarlo a una hechicera.
Todos los habitantes del pueblo conocÃan a una maga que tenÃa un puesto en el mercado. Al dÃa siguiente, a la vez que hacÃa la compra, fue a verla y le explicó lo que le pasaba a su bebé. La buena mujer le aconsejó que tuviera mucha fe y que no tuviera miedo, ella sabÃa como solucionarlo.
—Por lo que me dices tu hijo ha sido hechizado y le han insuflado una fuerza muy potente porque proviene del diablo. Si tienes miedo, busca una persona valiente que no le importe enfrentarse al mal mientras yo intento anular el poder diabólico que le invade.
La maga continuó diciendo:
—Tienes que traer a mi casa el próximo dÃa de luna llena, una olla de barro, unos calzoncillos del niño, unas ramas de olivo verde, una piedra pequeña estilo canto rodado, mejor si es de la playa de Riazor, tres cabezas de ajos enteras y una estampa de San Judas Tadeo. Yo participaré en el conjuro, pero la ceremonia la dirigirá otra hechicera especialista en conjuros diabólicos.
A mÃ, Lucecita, me abrasó el sentimiento de ayuda que se expandió en mi corazón. Me acerqué a la madre y vi que su aura contenÃa algunas manchas del diablo. Hice magia y me presenté ante ella como una antigua amiga del colegio. Hablamos un rato y empatizamos. Entonces me pidió que le hiciera el favor de asistir a la ceremonia del conjuro. Acepté.
Efectivamente el primer dÃa que hubo con luna nueva me acerqué a su casa. Mi amiga habÃa metido todo lo necesario en una cesta de mimbre con tapaderas. Me acerqué al niño, lo cogà en brazos y le hice monadas, él me miraba como si pusiera todas las esperanzas en mÃ, yo me sentà tan útil y tan poderosa que le dije a la madre que no se preocupara que iba a salir todo muy bien.
Llegué a la casa de la hechicera y pasamos directamente a la cocina. Me dijeron que pusiera la olla con agua al fuego, a continuación, introduce las ramas de olivo, los ajos, la estampa y por último el calzoncillo blanco que quedó nadando por encima de todo. Me advirtieron que notarÃamos la presencia del diablo por el cambio del color de las llamas y porque el calzoncillo se llenarÃa de piojos negros. Empezaron a invocar al diablo con una especie de letanÃa, una de las magas recitaba una estrofa y la otra parecÃa que le contestaba con otra.
De repente, gritaron las dos a la vez y se abrazaron. ParecÃan muy asustadas. Yo permanecà inmóvil. Sólo pensaba en el bebé y en mi amor que le protegÃa de cualquier mal.
Las dos se desmayaron y se cayeron al suelo con estruendo. Como pude las reanimé y las dejé recostadas en un sofá.
Me marché de la casa con la certeza de que aquel niño dormirÃa toda la noche.
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