Antes de encontrarnos con el enemigo en el Paso de Maiwand, miré a mi alrededor, y vi hombres con la mirada encendida, otros casi niños, con ojos asustados, algunos con los párpados cerrados, murmurando, como si estuvieran apurando sus últimas oraciones. Después, la batalla, bajo un sol abrasador que hacÃa que el casco y el uniforme se pegaran al cuerpo, y aquella derrota que quedará para los anales. En cuanto a mÃ, una bala me hirió en el hombro. Murray, un compañero, me puso de través sobre un caballo y asà pudimos alcanzar las lÃneas británicas.
Agotado por el dolor, junto con otros maltrechos soldados fui trasladado al hospital base de Peshawar. AllÃ, exhausto, dormà varias horas y cuando desperté, lo primero que và fue los dientes ebúrneos de alguien, que inclinaba su cuerpo hacia mÃ, y al que yo miraba hacia arriba, por lo que comprendà que estaba echado en un camastro. Sentà dolor en el hombro. Recordé donde estaba. HacÃa unas semanas me habÃan destinado a Bombay, y estando allà habÃa estallado la segunda guerra afgana, por lo que nos habÃan enviado a un grupo de soldados ingleses e indios, sin apenas instrucción, a Kandahar.
Enseguida reconocà al dueño de aquella dentadura, era el doctor.
—Doctor Watson, ¿cómo se encuentra? Duele, ¿verdad?
—Sà —acerté a decir.
—La bala ha hecho añicos el hueso, y también ha sufrido algún daño la vena subclavia.
Miré de reojo hacia el hombro.
—Vamos a dejar todo ese lado inmovilizado. No hay que moverlo, si queremos que se recupere. ¿Está de acuerdo, doctor?
Asentà con la cabeza. Se marchó, y escuché una voz a mi izquierda, o sea por el hombro bueno.
— Entonces, ¿eres doctor?
Era alguien tumbado también sobre un camastro. Miré su pierna vendada.
—Un sable pastún. Poca cosa. Me llamo Davis. Del 101º de Granaderos, Brigada de InfanterÃa,
—John Watson —contesté—. Del 66º, Berkshire, también Brigada de InfanterÃa. Y sÃ, soy médico asistente.
Se incorporó un poco en el catre.
—Bueno, creo que no te conviene hablar mucho.
—Fue un desastre, ¿no? —dije.
—Una escabechina, cerca del millar de muertos. Ese sol...y ¿qué pasó? Eran muchos los afganos, bien armados. Con artillerÃa también, ¿Es que no lo sabÃan? ¿Qué pensaban, que serÃa esto un paseo? Enviaron a gente casi recién llegada a Bombay... en fin.
—Lo sé —dije.
—Bueno, no hables más. Descansa.
Pasaron los dÃas. Me iba recuperando, y al mismo tiempo iba escuchando el discurso cada vez más encendido y negativo de Davis, que lanzaba a casi todo el mundo, excepción hecha de oficiales, claro está. No podÃa dejar de pensar que se podÃa meter en problemas. Incluso ser acusado de traición. El Ejército no permitÃa que nada ni nadie minara la moral de los hombres.
Tiempo después, cuando pude caminar, me paseaba por las salas, salÃa a las terrazas. Volvà a fumar, y un dÃa mientras Davis y yo compartÃamos el tabaco, me habló de un chico que habÃa perdido la pierna, y estaba ansioso por volver a luchar.
—Le mandaran a casa. Yo no tendré esa suerte. Pero él está furioso, quiere pelear. Está deseando perder la otra pierna.
—Esa es la actitud, ¿no? Yo estoy deseando volver al servicio —respondà en un tono un poco despectivo.
Me miró asombrado y ya no volvió a sacar el tema. Un dÃa, me comentó que le iban a dar el alta, y volverÃa a su puesto. Iba a iniciarse una ofensiva sobre Kandahar, que estaba sitiada. Se necesitaba todo hombre disponible y también acudirÃan tropas desde Kabul. Se despidió y le envidié. Sólo pensaba en limpiar la imagen de Maiwand, y añadir algo de honor a mi carrera militar recién empezada.
DÃas más tarde, las noticias llegaron. Se habÃa recuperado Kandahar, asestando un golpe mortal al ejército afgano. La guerra estaba prácticamente finiquitada. Además, el doctor vino a verme y me contó algo que me dejó helado. Davis habÃa muerto en combate.
Pensé que regresarÃa a Bombay, cuando caà enfermo, preso de una fiebre muy alta. Padecà de cefaleas, y unas marcas aparecieron en la cara. Como médico, los sÃntomas eran claros: tifus. Se ha cobrado más vidas en las guerras que las balas enemigas. Pasé meses en que no se apostaba un chelÃn por mi vida. Cuando regresé con los vivos, el consejo médico, viendo mi estado, decidió devolverme a Inglaterra.
Asà se resume toda mi experiencia castrense. A algunos esa campaña les trajo honores, pero a mà solo calamidades. Y un incierto futuro por delante.
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