El sol se ocultaba tras los tejados de París, un reflejo de luz anaranjada brillaba sobre las azoteas, los árboles del parque se mecían al compás de la brisa y un olor a primavera llenaba el aire de promesas. Parada en la acera, Marie contemplaba el majestuoso edificio que se alzaba ante ella. Miles de mariposas aleteaban en su estómago y un vértigo de libertad le inflamaba el ánimo de alegría. Lo había conseguido. No había sido fácil pero, sí, lo había logrado. La Sorbona. Aquel había sido su sueño desde niña. Un anhelo imposible que abrasaba sus noches de insomnio, que se rebelaba contra la escasez o la miseria y burlaba una absurda prohibición: el incomprensible veto que, años atrás, su Polonia natal había impuesto sobre la educación de las mujeres, una opaca losa que le aplastaba el alma y la hacía llorar lágrimas de rabia.
Poder estudiar sin límites, ser dueña de su tiempo, aprender con el mejor plantel de profesores de Europa... Una fantasía hecha realidad de la que temía despertar.
Al bajar esa tarde del tren había corrido, ilusionada como una cría, hacia el barrio latino. Sin mirar el reloj, preguntando a los transeúntes, pisando charcos, tropezando con los adoquines. Ajena por completo al embrujo de la ciudad o a la belleza del Sena, ansiosa solo por atisbar la cúpula de la universidad ─su universidad, se decía con candor una y otra vez─ y comenzar a empaparse de su esencia.
Y allí estaba ahora, clavada desde hacía un buen rato en la plaza, cosida la sonrisa a los labios, confiada y feliz. Consciente por primera vez de que en ese momento comenzaba su vida, de que su vocación quizá la convirtiera con el tiempo en la excepción: una mujer rebelde batallando con dureza en un mundo de hombres. El camino sería largo, no lo dudaba, pero estaba preparada. Los reproches no le importaban y las heridas del desdén, sin duda, valdrían la pena.
La ciudad de la luz era ya, en aquel final de siglo, la capital del mundo, del arte, de la arquitectura, del amor, de la poesía...
Ella la haría también, pronto, muy pronto ─un presagio de futuro destelló veloz ante sus ojos─ capital del saber. Alquimia del talento y de la ciencia.
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Hola, Marta.
Realizas una hermosa descripción de Paris, con el encanto de quien se encuentra comenzando a vivir su sueño.
Mis saludos
Laura (este mes no participé)
Hola Marta
Cuando leí tu escrito, reviví un momento similar parado frente a Sorbonne y sintiendo la felicidad de pertenecer a sus entrañas. Un solo personaje, dejando volar sobre el viento de Paris su felicidad, acentuada ella por la discriminación que viven las mujeres, de acuerdo a lo contado en el escrito, en Polonia, en algún momento. Porque no ubicas temporalmente el cuento, puede ser cualquiera en el sigo XX. Mas que un cuento, considero que el escrito es un anécdota, no hay un conflicto, un nudo y un desenlace, el clímax no aparece. Pero eso no invalida tu escrito, lo importante es hacerlo y tan bien como tu lo has logrado.
Ahora si se refiere como lo señala Tirma…
Buenos días Marta. Me alegra “ver” que participas, y encima me has tocado en suerte de vecina.
¿Hablas de Marie Curie? Si se trata de ella, no sabía su nombre de Paulina, no conozco ninguna otra polaca de la época que lograra entrar en la Sorbona y en el hermético mundo científico reservado a los hombres.
Has reflejado perfectamente esa primera impresión de un París lleno de luz dorada que tanto atrajo a los pintores, pero sobre todo, has sabido contar el pálpito emocionado de que, ¡por fin!, sus anhelos de estudiar (no le permitían hacerlo por su condición de mujer en su Polonia natal), y estar entre “la crème de la crème” de los mejores profesores de Europa. …
Bonitos sueños que la mayoría de las veces la realidad, esa hdlgp, se lleva por delante. 😊