-Es natural-dice-las ideas están en el aire. Un día condensan y caen. Es la lluvia. Como la que está a punto de caer, pienso apartando la cortina y observado los gruesos nubarrones que se esponjan en el horizonte. Me vuelvo para mirarla. Ahí está, reinando en mi sofá mientras fuma con parsimonia. Es ella. Hermosa, perspicaz, ocurrente, y sin embargo… -Pues no llueve mucho por aquí últimamente- le contesto airada- Diría más bien que llevamos un largo período de sequía…creativa. -¡Pero qué dices!-responde-Si no he parado. ¿O no te acuerdas ya del niño aquel cuyo padre impulsa en un columpio tan fuerte que aterriza en la luna? O la mujer que compra una estación de tren y la convierte en librería. ¿Y qué me dices del caracol que pierde su concha y pasa mil peripecias para ocupar una caracola? -¡Bah!-me burlo- eso no son historias. Ni ideas siquiera, meros apuntes no más. -¡No pretenderás que te haga yo el trabajo! No estaría mal, pienso. Por una vez. Que resultara fácil. Que las palabras fluyeran de mis dedos sin esfuerzo, como los arroyos de la nieve derretida. Que no hiciera falta construir una historia, si no que simplemente existiera y se nos mostrara y viajara hasta el papel, como el aire, como el agua. No este esfuerzo titánico y a menudo torpe y desmañado, de trasladar lo que bulle en mi cabeza a algo con mediana coherencia. De poner orden al caos, de rozar siquiera la belleza. Este encontrar la palabra justa, este escarbar entre el lenguaje, que es como desenterrar diamantes en una mina profunda y angosta cavando con una cuchara. El gozo de escribir ¡Ja! Lo he sentido tantas veces como dedos tiene mi oreja. Es inquietud, desasosiego. Mi musa me observa con sorna. Me dan ganas de matarla. -¡Asesinarme a mi! ¿Pero qué ibas a hacer tú entonces? ¡Tú! La que no puede vivir únicamente en la realidad, la que busca en los recovecos otras historias que no son la suya. Tú, que recorres mundos sin moverte del sitio, que siempre estás andando a la caza de más. Para la que los cinco sentidos no son suficientes. Si matas a la musa, la que te convertirás en cadaver serás tú. Apesadumbrada, no puedo más que admitir que tiene razón. Mi mirada se desvía a una esquina de la habitación en la que un triángulo de sol amarillo rebela que los nubarrones se han disipado. Matar a la musa, dibuja mi pluma azul. No está mal para empezar.
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