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Mi amigo Fante -Amadeo- (R)

Mi amigo Fante

Esta madrugada, luego del gran festejo de mis ochenta años, acompañado de hijos, nueras, nietos y de alcohol en abundancia, permanecía desvelado, en soledad apabullante, cuando de forma inesperada recordé el cumple de mis seis años.

«Aquella noche, también sin poder dormir por las emociones vividas a la tarde, rodeado de amiguitos, primos y vecinos, donde corrimos, jugamos y yo soplé, entre aplausos y buenos deseos, las seis velitas. Muchos de los regalos habían sido –casualmente– los que yo quería y los otros, todos muy lindos. Mi alegría había durado una semana o más. Recordaba que insomne, abrazando un peluche pensaba en todo lo acontecido, los juguetes recibidos y la torta. Me debí haber dormido pues me despertó un ruido cercano. Abrí los ojos y vi, sorprendido, como de la foto de la selva, salía el elefante. Daba pequeños pasos, esquivaba árboles y por fin bajó a la repisa y de allí, a la mesa, a la silla y saltó al piso. No lo podía creer –no supe (hoy tampoco) si había soñado o era realidad–, entonces me senté en la cama y vi como varios de mis juguetes se acercaban a Fante –así lo había bautizado, cuando yo era bebé– y comenzaron a conversar. Yo los escuchaba, pero no les entendía. Jugaron y corretearon un buen rato. Ya agotados, mi perrito Boby, el oso, las gallinas y sus pollitos, se despedían para relajarse, Quedaban Fante, un muñeco pequeño y la jirafa, que sentados descansaban. De pronto entró una abeja por la ventana del dormitorio y comenzó a zumbar cerca de mi cabeza, la espanté y se posó sobre Fante, quien al minuto vociferó y agitó con delirio su trompa. Daba pena verlo sufrir. Me levanté y de un tironcito le saqué el aguijón –enorme– y la pobre abeja, fue a morir bajo la cama. En agradecimiento, Fante me abrazó con su trompa áspera y de pronto, desorientado, comenzó a dar vueltas. Los juguetes se burlaban de él, le hacían bromas y él los corría para castigarlos. Casi pisó al muñeco: fue cuando le grité que se portara bien. Me escuchó y desde entonces no corrió, caminaba de aquí para allá. Parecía haber perdido la memoria. Me dio pena, verlo así, pero no sabía cómo ayudarlo. Un buen rato después Fante se acostó y de pronto se levantó contento. Creo que quería volver a la foto. Vi cómo subía a la silla, luego a la mesita y de allí, con un salto de payaso, a la repisa. No le costó ingresar al papel enmarcado, a su lugar definitivo y creo también, a esperar la próxima aventura. Feliz me dormí. Cuando, cerca de medio día desperté, lo primero que hice fue mirar la foto y sí, allí estaba Fante, rígido, en posición de rey y pude detectar el punto rojo, de donde yo le había sacado el aguijón. Me levanté emocionado y busqué bajo la cama el cadáver de la abeja, pero no, no estaba».

Luego de aquella noche, hace ya setenta y cuatro años atrás, me había nacido una duda: «¿Habré soñado?», y me repetí esa misma pregunta cientos de veces. Aún hoy, a los ochenta no sé la respuesta, tampoco se la preguntaría a nadie: me tomarían por tonto. ¿Sueño o realidad? ¿Realidad o sueño? Ya no me importa: soy feliz con tan hermoso recuerdo.

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