NADIE ME PROMETIÓ UN SAHARA - Jorge Torres (R)

Nuevamente vuelvo a presentir esa sensación, ese olor a alma mojada que me llega de dentro, es época que mi duro hielo de señales de sucumbir ante el embate de los sentimientos. Pronto aparecerá una gota, una simple gota, una austera gota, que solo sirve para delatar el proceso en gestación. Luego otra, y otra y ya son cientos de gotas deslizándose por los conitos vítreos de mi alma. Al fin la lluvia golpea firmemente con intenciones de ahogarme en su marasmo, pretenciosa en convertirme en otro número fatídico de algún resumen de noticias. Cruel lluvia, aguaceros infernales que lastiman desde dentro, constantes, arteros, malintencionados, gestados desde el más profundo fondo de mis tribulaciones, tan solo para que la muerte sea considerada. Acaso no contemplando que el bote de mi vida vaga a la deriva, escorado a babor a la espera de la gota que lo sumerja en el más profundo de los abismos, se empecina con sus toques acuosos que saben a sal. Dejando expuesto al tiempo ese pecaminoso triángulo amoroso compuesto de lluvia maliciosa, botes naufragantes y unas ganas locas de suicidarme. La lluvia continua haciendo eterno mi te matinal compañero de abordo, después de horas el también luce desleído, apenas revuelto por la cuchara de la memoria que se empecina en turbarlo. Brebaje tibio, acre dotado de amarillos desteñidos por la interminable lluvia de mis ojos.