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Nadie muere por amor (C) - Viviana

El 24 de abril, cuando el museo dio por concluida la semana de la cultura argentina en Fearth, mi vida tuvo un nuevo renacimiento.

Aquella noche, apenas llegué, noté una incomodidad generalizada reflejada en los rostros de cada uno de mis colaboradores. Miradas evasivas, caras de preocupación, saludos ligeros. Me acerqué al sonidista con el que había profundizado en este viaje un acercamiento que, para algunos, traspasaba la frontera de la amistad y le pregunté que estaba pasando. Me abrazó, me dio un beso y me dijo que todo iba a estar bien. Ese acercamiento tan intimó me descolocó, sentí toda la sangre de mi cuerpo en la cabeza y me alejé avergonzada. No parecía que todo estuviera bien porque la alegría y el entusiasmo que nos habían acompañado todo el viaje, se había esfumado.

Ante mi manifiesta incertidumbre fui directo a Érica. Ella era la única persona del grupo que me diría lo que necesitaba saber. No se inmutó ante mi pregunta, pero hizo una pequeña pausa antes de hablar y me lo dijo. Mi ex marido estaba entre los asistentes.

Me nublé. Mis piernas no me respondían. Busqué una silla mientras Érica me traía un vaso de agua el cual me alcanzó y luego se alejó. Estuve a punto de pedirle que se quedara, que me diera el abrazo que necesitaba; pero no me animé, ella siempre tan seria, tan excesivamente distante, no habilitaba esa posibilidad de acercamiento. Como nadie se asomaba a mi alrededor, mandé un mensaje a través de whatsapp y le pedí a todos que se acercaran que necesitaba decirles algo. Fueron apareciendo en silencio, con la vista clavada en el piso. Seguramente pensaron que el concierto se iba a a suspender.

Era entendible, no era un secreto el trágico final de mi matrimonio. Estaban a la vista las huellas que yo misma había dejado en mi cuerpo para evadirme del dolor. Habían pasado casi tres años desde la última operación, de las catorce a las que me sometí y mis manos, o lo que quedaba de ellas, eran la muestra del daño que uno mismo puede provocarse. Pero la mutilación no sólo fue externa. Internamente tuve que trabajar duro para volver a salir a la calle y ser la pianista que fui y que ahora soy, aún con 7 dedos. Pero volví y renací aun más talentosa, más entera, más segura de mí misma. El desamor y la traición de un hombre no habían logrado derrotarme.

Sentía gotas de sudor que bajaban de mi cabeza, un nudo en la garganta y la tensión en mis brazos. Sin embargo tomé valor y comencé a hablar.

Les hablé como madre, como amiga, como hermana. Les conté quien era yo, cuando tenía 10 dedos, algunos sonrieron, y quien era ahora. Les dije que lamentaba haber encontrado la completitud en mí misma después de haber sufrido tanto. Les rogué que jamás permitieran que nada ni nadie, les arrebatara de su vida. Mi error había sido creer que sólo una pequeña porción de mi persona era mía, pero cuando estuve a punto de perderla, me levanté y luché.

En un rato, agregué, van a observar a una persona y a un piano que luego de la primera nota se van a fusionar, a convertir en una unidad y que, después del concierto, el piano sería el piano y yo sería Laura, una mujer igual que todas, sin apellido, sin profesión, sin fortuna. Solo una mujer llamada Laura.

Respiré hondo, les agradecí el cariño, la comprensión y el trabajo. Cada uno se dirigió a su puesto y yo salí al escenario.

Los murmullos cesaron apenas llegué. Fue instantáneo, sólo los movimientos se aquietaron lentamente hasta que cada uno se acomodó en su lugar, atentos al preludio del encuentro, más que del concierto. Lo busqué con la vista y lo encontré parado con una actitud impostada. No quería evadirme y yo tampoco lo pretendía. Entonces, como impulsada por los hilos que manejan los titiriteros, me acerqué y lo saludé con un beso. Ya pasó, le dije.

Me senté en el taburete y apoyé mis manos en las teclas. Me uní al piano y desplegué mi arte. Brillé más que nunca. Al terminar, lo busqué con la vista pero ya no lo encontré. El público me aplaudía de pie y les regalé veinte minutos más. Fue una noche memorable. Había superado mi miedo, mi tristeza, mi dolor.

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