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No hay justicia, a veces, solo victoria - Carla Daniela

Claudia esperaba en el cuarto de la comisaria de la mujer para realizar su denuncia. Su garganta estaba seca, y sus manos muy húmedas. No había ensayado que decir, y ni siquiera estaba segura de no estar loca. De lo único que estaba segura era de que no podía quedarse callada. En su cartera tenía toda la evidencia y aun así, dudaba de su verdad. —Hola Claudia. Yo soy Gabriela y te voy a tomar la denuncia. Contame que pasó, tomate el tiempo que necesites. —Gracias. Bueno… emm… ¿Viste la película El eterno Resplandor de una mente sin recuerdos? —Si, hace mucho. ¿Por qué? —Porque creo que me robaron los recuerdos. —Un silencio inundó la pequeña habitación. En la mente de Claudia, el arrepentimiento se sacudía violentamente. Nadie le iba a creer. —¿Cómo? —Suena loco, lo sé. Ni siquiera sé por dónde empezar… —Tranquila… Intentalo. —Cuando yo era chica, mi mamá falleció de alzhéimer, y desde entonces siempre tuve miedo de perder mis recuerdos, así que escribo todo en un diario. Nadie lo sabe, ni mi marido, ni mi hija. Nadie. —Ok… —La semana pasada fue el cumpleaños de Tati, mi hija, y al querer escribirle una carta, me di cuenta que habían muchas cosas que no recordaba bien, así que recurrí a mis diarios. Cuando comencé a leerlos me di cuenta que me faltaban más recuerdos. —Quizás lo mejor sería realizar un estudio neurológico… —Sí, ya se…. Por favor, escuchame, yo sé que es una locura, lo sé… Pero lo raro es que me faltan solo los malos recuerdos de mi marido. ¡Mira! —Las manos temblorosas de Claudia revolvieron su cartera, de ella sacó uno de sus diarios. —Acá dice que en una cena de navidad, frente a toda la familia, mientras apretaba mi panza Mario gritó que ya era hora de reemplazarme porque estaba muy gorda. Creo que lo recordaría. Escribí que sentí muchísima vergüenza. —A veces la mente reprime recuerdos difi… —O este: Mario es amigo de un ginecólogo muy distinguido y me obligó a que mi embarazo lo atienda él. Yo quería parto natural. Todo estaba bien hasta que en el último control me dijo que tenía que ir a cesárea al día siguiente, no escribí la razón. Lo que si escribí meses después, es que la esposa de este ginecólogo me contó que ellos programaron mi cesárea a propósito. ¿Sabes por qué? Porque ellos jugaban juntos un torneo el día que supuestamente paria. —¡Hijos de puta! —Este me da mucha vergüenza. Acá dice que me distraje con el carro del super y lo golpeé. Me pegó un cachetazo en frente de todos. ¡Pero no me acuerdo! Uno más: Una noche me encerró en la habitación con Tati bebé ¡Por cinco días! solo porque el verdulero me llamo “Corazón”. Escribí que pasé mucho miedo, que mi hija no paró de llorar, que tuve que hacer caca en un rincón. Que cuando nos dejó salir, solo destrabó la cerradura y no me dijo nada. Que temí que mi hija muera porque yo no tenía más leche. O que a mí me pase algo y ella quede sola. ¡Y no recuerdo nada! —Claudia ¡Todo esto es terrible! vamos a denunciarlo todo. ¿Qué es lo último que recordas? —No estoy segura… ¿Vamos a denunciar que hasta se metió en mi cabeza? —Eso va a ser muy difícil… Esas pastillas de película no existen y si existieran serían imposibles de conseguir… —El ginecólogo seguro tiene algo que ver, es otra mierda como el... viaja mucho a Estados Unidos, quizás ahí… Hace no mucho anoté que estaba sorprendida porque Mario me preparó un té con masas. Ahí tuvo que haberme drogado o algo… —Yo te creo. —Los ojos de estas mujeres se encontraron por un instante e intercambiaron una triste y fugaz sonrisa. * Hacia un mes que Gabriela había recibido el caso, todo su entrenamiento le gritaba que era un disparate, pero le creía, no sabía cómo, pero sabía que Claudia tenía razón. No supo más de ella y sin pensarlo, decidió ir a visitarla. —¿Si? —Hola Claudia… Hacía rato no sabía de vos, y vine a ver como estabas, o si necesitabas algo. —Disculpame… ¿Nos conocemos? Gabriela se fue sin ninguna respuesta y aun así, lo entendió todo: Mario la había descubierto y borró hasta el recuerdo de la comisaria. Un simple detalle la tranquilizó: la alianza de Claudia ya no apretaba su dedo. Al maldito le salió el tiro por la culata, al olvidar todo lo malo, olvidó que lo único que la amarraba, era el miedo.

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