Anjali permanece bajo el inmenso sisoo, al costado camino, recitando el OM TARUNAYE NAMAHA una y otra vez, en voz que es apenas un susurro. Una oración que no es para que otro la escuche sino para ella misma, para que el todopoderoso Ganesha le permita abrirse en una actitud compasiva hacia ella y hacia los demás. El polvo la cubre con una gruesa capa, confundiendo el color de su piel, tersa, suavemente dorada de otros tiempos que parecen ya lejanos y que no son más que unos dos o tres años. Ahora está ajada, con rastros de golpes, heridas cortantes, quemaduras, rasguños y mil otras laceraciones que ya no recuerda. Permanece sentada porque no sabe qué otra cosa hacer, porque le dijeron que allà se quede, y allà se queda. Hace tiempo que está bajo el inmenso árbol, tanto que no recuerda que alguna vez fue otra persona, que tuvo otra vida, que fue una niña, que soñaba con casarse con un hermoso sari rojo y que iba vivir con la familia de su esposo. Ella es ajena al calor, a las moscas, a los insectos que clavan en ella su aguijón, a los vehÃculos que pasan, a todo. Hace tanto que no come que no lo recuerda. Apenas bebe algo del rocÃo y con ello sigue con vida. En tanto, sigue su eterna oración, una y otra vez. Anjali es un producto dañado. No puede siquiera acercarse a su familia; la deshonra de ella serÃa también la de sus hermanas menores. Por ello se quedó sentada donde la dejaron, a la espera de que el compasivo dios-elefante se acuerde de ella. El sari apenas la cubre, sus hilos de algodón han ido desapareciendo con la exposición constante al clima. Alguna vez fue rojo, como corresponde a una novia, pero pronto la ilusión desapareció. El hijo del mercader con el que se iba a casar, jamás existió. Tan solo encontró una escalada de violencia y explotación donde ella se perdió en la que tendrÃa que haber sido su noche de bodas. Tan solo recuerda una oración que su abuela le enseñara cuando era niña. OM TARUNAYE NAMAHA. La oración que la abuela comenzó a recitar cuando supo de su casamiento. Ha olvidado las demás palabras, ha olvidado a su familia, como su familia la ha olvidado a ella una cuando su tÃo la entregó al hombre ricamente vestido que habÃa bajado de un auto. El hombre le habÃa tomado una foto y al poco tiempo habÃa vuelto, asegurándole que su hijo aceptaba casarse con ella. Al contrario de lo habitual, el hombre habÃa ofrecido pagar la dote, habÃa dicho que su hijo se habÃa enamorado de la pequeña nada más verla y no serÃa feliz hasta hacerla su esposa. La pequeña Anjali habÃa aceptado feliz. Incluso su madre parecÃa feliz. Era la mayor de sus hermanas y se le ofrecÃa un maravilloso futuro. ¿Cómo no aceptar con alegrÃa semejante regalo? En el humilde hogar de las afueras de Delhi no habÃa muchas posibilidades para las muchachas, por bellas que fuesen. Solo su abuela habÃa llorado, ella no entendÃa por qué. ¿Por qué iba a llorar si se iba a casar, y además, el padre del novio habÃa entregado unas gallinas y una bolsa de arroz, al revés de los otros matrimonios? Ella ya habÃa tenido su primer sangrado no hacÃa mucho, sabÃa que debÃa casarse. Era una buena muchacha obediente de los preceptos que guiaban su vida. Pero ahora no recuerda nada, como no sea la oración que la abuela habÃa entonado una y otra vez el dÃa en que se fue con el hombre para no volver. Brutalmente quitaron su inocencia en un espantoso mercado de carne joven y fresca. Lo que ella imaginó que eran los preparativos para su casamiento no fue más que un vil remate. Se olvidó de hablar, perdió la memoria, tan solo podÃa recordar el mantra, y una y otra vez lo recitaba. Los castigos no pudieron impedir que callara. La abandonaron a su suerte porque asustaba a los clientes. Anjali, sola al costado del camino, cubierta de suciedad, moscas y polvo, espera a su esposo que vendrá en un elefante blanco para llevarla consigo. Trenza y coloca flores en su cabellera negra que en otra vida fue su orgullo, imagina que lo hace para su esposo. No camina, no puede siquiera ponerse en pie. Y si lo hiciera, no sabrÃa hacia donde ir. En tanto, entona un eterno mantra al compasivo Ganesha.
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