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Operación Bermudas - Maurice - (R)

OPERACIÓN BERMUDAS

Las gotas salpicaban la ventana después de rebotar en el alero, y resbalaban hacia abajo por el vidrio, cansadas. Enzo pensó que la noche sería larga para pasarla despierto. El insomnio ahora, se había convertido en un invitado de piedra que se negaba a marchar. No como sus amigos, que estuvieron en casa un par de horas y, sin apurarlos, se fueron. Cuando terminó de revolver el café, chupó la pequeña cuchara y la dejó al costado de la taza. “Esta vez ─pensó─, el negocio sería de alto riesgo para los tres, si al rompecabezas que venían armando desde hacía meses se le caía una de sus piezas”. El recorrido, la entrada y salida, los hábitos meticulosamente estudiados del personal de seguridad y su cambio de guardia. Los momentos en que el personal de limpieza hacía su labor; la participación involuntaria del público distrayendo la atención de cajeros y demás empleados; todos y todo podría conspirar en contra y debía articularse matemáticamente para la consecución del objetivo final.

El doctor Enzo Rigaldi era médico especializado en emergencias. Extrapolaba el sistema de triaje ─o de trillaje, donde se separa el grano de la paja─ a todas las situaciones de su vida cotidiana. En las catástrofes, el método se empleaba para clasificar a los pacientes por colores. Para Enzo, lo que en las próximas horas llevarían adelante, lo categorizaba junto a sus amigos cómo “código amarillo”: una situación de emergencia con riesgo vital que podía complicarse en cualquier momento. Le costó levantarse del sofá donde se había acomodado después que sus socios se marcharon. Se dirigió al dormitorio con la intensión de recostarse, y sin dormir, al menos relajarse y pensar, acortando la noche.

Inés, gerente del banco; Daniel, segundo en la línea jerárquica; eran los únicos con acceso autorizado al sistema informático que controlaba las más importantes cuentas. A pesar de su larga amistad con el abogado, para Enzo significó un gran esfuerzo persuadir a su amigo que el éxito residía en un baquetazo definitivo a la existencia. Para ello era condición sine qua non saltar algunas barreras convencionales, cuidando de no producir irreversibles “daños colaterales”. Y Daniel debería trasladar este convencimiento a su jefa, cerrando así la sociedad operativa. Al final, el golpe ─si tenía éxito─ les dejaría metálico suficiente para despreocuparse definitivamente de toda cuestión mundana. De lo contrario, su futuro quedaría hundido en la zozobra y la extinción. Esto exigía jugarse en blanco sobre negro.

Igual que el área del Atlántico comprendida entre Puerto Rico, Florida y las islas Bermudas, conforma un triángulo donde ─según se dice─, se han producido desapariciones misteriosas de embarcaciones y aviones; los 5 millones de dólares archivados en planillas Excel de la empresa financiera, desaparecerían con un par de “clics”, para figurar ─en segundos─ como depósitos en cuentas offshore de bancos localizados justamente, en Miami. Y todo ejecutado por esta “sociedad triangular”.

La tormenta había pasado; la noche también. Siete y treinta. En media hora se iniciaría la atención al público, y el operativo también. Saltó de la cama, donde la inercia del sueño había comenzado a invadirlo. Esta vez no se ducharía como siempre hacía antes de salir de su casa. Con un poco de agua fría sobre su rostro sería suficiente. El relax definitivo lo dejaría para más tarde.

Experimentó una sensación nueva cuando el Daiquiri helado atravesó su garganta. Cómo si aquel refresco ingerido bajo el ardiente sol caribeño reforzara la serenidad que le provocaba la visión del horizonte. En la blanca arena, Daniel e Inés ocupaban sendas reposeras a cada lado de la de Enzo. Y la dirección de sus miradas parecía coincidir. ─ ¿No creen que deberíamos buscar a nuestras familias en el hotel? ─dijo Daniel rompiendo el silencio cómplice─. Hace rato que estamos aquí. Inés volvió su cabeza hacia el abogado con una expresión de asombro. ─ ¿No te parece que este momento es solo para nosotros? Dejame saborearlo en paz. Seguro estarán roncando todavía. Mirá tu amiguito lo preocupado que está... ─terminó irónicamente. Enzo escuchaba sin la mínima intención de intervenir. Pensaba que, después de todo, el sol, el agua salada y especialmente la protección del Wells Fargo, justificaban cualquier desvarío.

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