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Panadería "Buena Masa" - Amadeo - (R)

El martes trece, la panadería del pueblo no abrió al público: siempre lo hacía a las ocho de la mañana. Una media hora más tarde, varios clientes se agolparon frente a la vidriera y extrañados comentaban con amplia y notable creatividad, las posibles causantes. Un vecino, sin avisar a otros, corrió hasta la casa de la dueña, Amanda, la mujer —viuda— del fundador y le avisó de la situación y cierre del local. Ella, alarmada llegó, entro y tras de sí cerró la puerta: no quería clientes curiosos. Ya en el salón de ventas, llamó al maestro panadero y al joven ayudante que eran quienes debieron abrir y despachar el pan. Silencio total. Nadie, nada se movía. Amanda pasó a sala de amasado: nadie. Silencio. Solo pudo descubrir restos de masa leudada sobre la mesada de granito gris. Todo en perfecto orden y limpio. El horno frío: esa madrugada no se lo había encendido. Cada minuto aumentaba el desconcierto en ella. Pasó al depósito de harinas e ingredientes: no faltaba nada. «Algo muy extraño pasó», agitada, dedujo. De los dos empleados: ni rastros o mínimos indicios. Le llamó la atención que la puerta del fondo estuviera entreabierta y con una huella oscura, extraña, de la mano de un niño. «¿Un niño en la panadería? Esto es muy raro», repitió dos veces y salió a la calle y avisó a los clientes que ese día no habría venta de pan, ni de masas. «Iré a la comisaría», les aseguró. Rodolfo, el detective, pidió a Amanda datos de sus empleados y fue en busca de ellos. En la pensión donde ambos vivían no los vieron el día anterior ni ese martes trece. Los vecinos tampoco pudieron orientarlo: «Son buena gente», aseguraron varios. Desorientado fue e inspeccionó en detalle la panadería: nada chocante, ninguna pista ni conjetura. Solo una marca opaca de una mano izquierda infantil que, mirada con lupa parecía sin huellas digitales. «Raro, muy raro», pensó el detective. Se acercó a la pequeña porción de masa leudada, la sintió enemiga y con olor a jazmines. «Raro, todo muy raro» repitió en voz baja. Tomó una muestra y sin comentarle a la dueña, ni saludarla fue directo al laboratorio químico de su preferencia, donde pidió un análisis completo y urgente. Al día siguiente leyó el informe: harina desconocida, no es de trigo, tiene micropartículas de zafiros o muy similares. «Raro, rarísimo», reflexionó, frotándose los labios. Sus ojos parecían esferas. Regresó a la panadería y sin prisa pero con meticulosidad extrema la recorrió hasta descubrir una pisada de un nene de unos seis años. En el piso había restos de un barro ocre muy claro, irreconocible. «El barro no es de este pueblo, capaz que sea de otra galaxia», desvarió Rodolfo sonriente por la ocurrencia y se propuso hacerlo analizar. Presagiaba que ese dato lo orientaría hacia la verdad. El jueves quince a las ocho de la mañana el maestro panadero y su ayudante abrieron la panadería, previo haber horneado todo con éxito y de acomodar en los estantes los panes, masas y medias lunas recién elaboradas. El olor en el salón era delicioso. Siendo más de las nueve, solo un cliente se había acercado y al ver la persiana levantada y la iluminación interna, comenzó a gritar: «¡Buena masa, está abierto!», «¡Buena masa abrió!»… Minutos después le llegó la noticia a la dueña, que estaba reunida con el detective buscando novedades y muy confundidos corrieron hasta el local y frente a los dos empleados que los miraban extrañados, Amanda les preguntó: — ¿Dónde estuvieron? ¿Qué pasó que martes y miércoles no abrieron? — Nada. Trabajamos como siempre y abrimos a las ocho. Todo normal ¿Por qué?, ¿qué pasó? —preguntó el panadero. — ¿Vieron algún niño adentro de la panadería? — ¡Ah…! Sí, en la madrugada. Nos miraba raro, le preguntamos su nombre y nos habló en idioma extranjero, metálico. Parecía mareado por eso apoyaba sus manitos en las paredes y caminaba desorientado. Quisimos ayudarlo, pero se alejó y… desapareció. Nunca más lo vimos. Fue un ratito. Por todo lo demás: normal. — ¿Por dónde se fue?, Hoy ¿Algo diferente? —preguntó Amanda, pálida y preocupada, al pensar que hubiera hecho su difunto. — La producción salió excelente… Hay gente esperando. Atendemos y volvemos —dijo el maestro y con señas invitó al ayudante a seguirlo. — Abducción —dedujo el detective—. Abducción extraterrestre —dijo mirando a la dueña y llevar su dedo índice a los labios en señal de silencio.

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