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PAREDES INVISIBLES - El chaval - (R)


Ante la sorpresa que supuso la llegada del coronavirus y posterior medida de confinamiento, se creó un nuevo orden de abstracción y apatía al estar privado del roce familiar y amistades, entre otras.

Pero la televisión triunfante programó para deleite de los inactivos, anuncios geniales para vencer el aburrimiento.


Su ronroneo y su facilidad para engullir en su cuerpo cilíndrico todo lo que encuentra a su paso, nos decidió que también queríamos ser tan felices como demostraba la persona televisiva, repantingada en su sofá viendo funcionar el aparato con nombre musical. Pudimos constatar dos cosas complementarias, a saber: que se puede hacer el vago, mientras tengamos a alguien o algo que nos haga el trabajo y que puedas eliminar el polvo y los pelos del perro, solo apretando un botón.

En poco más de dos días, el juguete ya estaba en nuestro poder. Con manos impacientes abrí el envoltorio para leer las instrucciones con detenimiento.


Primera atención al uso: Necesita un lugar para descansar y reponerse una vez haya cumplido con su cometido. En este caso, “todavía” hay un hueco debajo de la cama –a pesar de la reticencia de mi mujer, que no le ilusiona tener algo que esté escondido y la pueda despertar a medianoche--.


La programación ya está efectuada, según las instrucciones gracias a mis nociones de informática, --no es fácil para neófitos --. La primera reacción de trabajo es que seguirá el contorno o perímetro del piso, para después en líneas rectas repasar todo lo que resta. Probamos con expectación familiar, incluido el niño, la puesta en marcha y nos dimos cuenta por primera vez de que ¡no tenemos paredes! Todas…todas, están ocupadas por armarios, recibidores, sofás, mesitas, jarrones sillas floreros… todo adherido a las paredes. Parada forzosa del artilugio. Recapacitamos, y sale la ocurrencia de una…


Solución momentánea: Con ayuda de dos escobas, una para mí y otra para mi mujer, ir retirando todos los obstáculos posibles; sacar el polvo acumulado y pelos del perro y dejarlos al paso del aparato limpiador, para no decepcionarlo en su primer día de trabajo.


Dos espectadores de excepción: el perrito lanudo y nuestro hijo de cinco años; el primero, temerario como siempre, ladrando y queriéndose limpiar las uñas acercándose con descaro a la escobilla limpiadora; y el pequeño, jugando a que no me pillas saltando delante de el.


Después de subir sillas sobre la mesa, retirar jarrones, sofás y el sillón abatible, el ingenio encendió sus luces rojas para anunciarnos su cansancio y se retiró a descansar a su garaje particular debajo de la cama. Nosotros hicimos lo mismo, pero en el sofá.


Estudio de las mejoras posibles:

No puedo permitir que un insecto rastrero nos deje exhaustos cada vez que necesitemos de sus servicios.

Primero: suplementar las patas de los dos sofás con unos tacos de madera, para dar mayor altura y que pueda limpiar sin impedimento.

Segundo: para la mesa de centro, subir las patas con cuatro tarros de los usados como crema para el aseo personal. Es igual si están usados o no.

Tercero: El movimiento de las sillas del comedor se hará por turnos; tres de ellas se situarán encima de la mesa y la máquina podrá limpiar el espacio que ocupaban. A continuación, el mismo sistema para las otras sillas. (ojo, poner una manta sobre la mesa para no dañar el barniz).


El resto de los espacios, como habitaciones, baño o cocina, no se asemejan en nada a las que puedan tener las casas por donde trabajan estos ingenios mecánicos; continuaremos la limpieza con el aspirador.


Estas operaciones –a pesar de las mejoras—requiere de dos personas, la efectuaremos los sábados, y como al niño le divierte sobremanera el jugar a creer que le puede pillar los pies, programaré el aparato para que recorra el pasillo y parte del comedor, donde habremos esparcido serrín de madera y las cáscaras de las pipas de girasol, peladas y comidas la noche anterior viendo un partido de futbol.


No deja de ser una forma de amortizar su coste, mientras esperamos el fin del confinamiento y llevarlo a la chatarra, o por el contrario deshacernos de los muebles.

***




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