Si tuviera que definirme, diría de mí mismo que soy un objeto formado por una superficie cóncava e impermeable sujeta a una estructura de varillas dispuestas alrededor de un eje central; por el lado opuesto termino en un mango por donde suelen asirme.
En fin, como supongo que ya sabréis, soy un paraguas.
Mi objetivo primordial es procurar, que quien me porte, no se moje con la lluvia. Un ingenioso artilugio, no del todo eficaz, porque tuve el gravísimo infortunio de ser regalado a una isleña, para más INRI, de secano.
Cuando paseamos, ella debajo y yo encima de ella, la lluvia sobre ambos con el tumulto de su música líquida salpicando mi resbaladiza cubierta, más que caminar, chocamos con otros peatones. A pesar de mi llamativo color amarillo fluorescente, visible desde bien lejos, no tienen manera de evitarme. La atolondrada canaria continuamente se excusa con un ¡ay perdón! o un ¡usted disculpe!
No sabe que hacer conmigo: trastabillea, tropieza con un escalón, con el borde de la acera, o contra la carrocería de los coches aparcados. Es torpe, no me pliega con presteza cuando estamos dentro de un habitáculo, lo cual, además de atraer la mala suerte, impide el paso por la puerta hecha para salir, o para entrar; no para atascarla con el puñetero paraguas. Me sacude dentro dejándome en cualquier sitio con el peligro de que alguien pise el charco que deja mi húmeda huella y se rompa la crisma. Para que nadie resbale, algún empleado tiene que apresurarse a colocar la señal en forma de triángulo advirtiendo del peligro.
La isleña no está acostumbrada a llevar prendas de invierno y, además, es de naturaleza lenta comparada con los acelerados peninsulares. Entre que se quita el abrigo, la bufanda, los guantes..., ya el chocolate o el café con leche se ha enfriado y todo el mundo ha dado buena cuenta de la ración comunal de churros madrileños. Entonces, casi en ayunas, vuelve a colocarse toda la ropa encima, y me abre vertiendo el azucarero o tirando la cuchara de algún infeliz parroquiano. Ya en la calle, me clava como si fuera una daga virtual en la espalda o el vientre de cualquier ciudadano tranquilo que se asusta al ver a una loca haciendo cabriolas, piruetas absurdas y desesperadas. Un pánico atroz se apodera de todos ellos que enseguida se apartan, ¡y hacen bien!
Podrían haberme regalado a cualquier otra persona acostumbrada a usarme con soltura. A veces, quienes me aprecian, me utilizan de bastón, o de cayado. Puedo ser un elemento útil a la par que elegante. En la oscuridad soy un faro, una guarida confortable, un resguardo en la tormenta, una cúpula satinada, el refugio de los besos.
¡Ojalá se decidiera por mi homólogo!, un impermeable la mar de eficaz contra la lluvia. Tampoco le agrada la clásica gabardina de grandes solapas, tan chula que incluso la publicitan las creadoras de tendencias, celebridades con miles, puede que millones de seguidores en las redes sociales. Las influyentes aconsejan adquirirla como una de las diez imprescindibles prendas de fondo de armario.
Como le gustan tanto las pelis retro de Hollywood de los años 40 y 50, cuando la Hepburn o el Borgart salen en la pantalla enfundados en las fotogénicas gabardinas, se queda embobada con la boca abierta. Me consuelo pensando que con ayuda de la propaganda subliminal, algún día, con suerte, su subconsciente la animará a canjearme por una de ellas. Al fin y al cabo, la gabardina no solo es para la lluvia, también es sinónimo de buen gusto y sofisticación. Pero nada, ¡que no hay manera! Dependiendo del tiempo, se empeña en tener una relación amorosa-esporádica conmigo. Una querencia a una sola banda que no comparto, pues le tengo verdadero pavor.
Cuando me busca en el fondo del rincón donde me relega, por fortuna cae poca agua en su isla atlántica, procuro hacerme diminuto e invisible, pero dado mi descomunal tamaño termina por encontrarme y someterme de nuevo a los vaivenes de su inexperta mano. Entonces, mis telas satinadas tiemblan.
Ahora mismo está intentando cerrarme, o abrirme, no sé lo que pretende, me agita como una posesa, hace trisss trasss, hasta conseguir romperme alguna varilla. Suspiro, un suspiro paragüil. Me armo de paciencia, quedo algo descompuesto y torcido con la vana ilusión de que se olvide de mí en cualquier esquina; con la vacua esperanza de que alguien con carnet de conducir paraguas me maneje con cierta cordura y con un poco más de respeto.
Estimados compañero, muchas gracias por vuestra ayuda, que no ha sido poca.
He subido a mi blog la versión dos ya corregida.
Te he hecho caso en casi todo, amiga ESTRELLA, salvo el último paraguas del final, pues me parece que queda mejor. he puesto el inri con minúsculas, quitado el "puñetero" y alguna cosa más que no recuerdo.
ISAN, efeictivamente es tratabillar, he prescindido de un ella.
PEPE, he eliminado de un plumazo ZAS, la escena de las peli de los 40, y resumido lo de la gabardina (fondo de armario, influencer, moda, etc...), por no casar en las escenas y que la voz del paraguas se confundiera con la de la autora.
Por todo ello, muchas gracias, a…
Gracias a ti, Jesús, por tomarte el tiempo de leer. Quería que vieras las similitudes entre tu historia y la mía, que en cierto modo las hay.
Tomo nota de tu nombre, compañero, no quiero perderte de vista.
Hola Isabel,
He leído tu "encaje verde en la mirada". es un relato muy bello, con un personaje muy bien construido que te hace vivir todo lo que ocurre en ese paseo por la playa.
Me ha chocado ese "lerén", he buscado por ahí y creo que es leré, sin la n: el cocherito leré...
¡Qué casualidad, dos Esperanzas el mismo día y en el mismo café!, jejeje
Muchas gracias por tus amables palabras sobre mi texto.
Nos leemos
Verso suelto
Contestando a tu pregunta apuntador: canariona, y si tuviera que contar la idiosincrasia de los isleños de cada una de las islas, las 750 palabras se me habrían quedado cortas :)
Muchas gracias por tu comentario, ya estoy leyendo el cuento de la urraca..., ya te diré apuntador.
Buenas noches compañero y gracias por tu visita.
Hola Isabel, me ha gustado tu relato, con todos sus pros y contras.
Es entretenido y cómico, la historia abunda en la personificación del afligido paraguas, pero no dejas de lado caricaturizar a la… ¿majorera, chicharrera, gomera, conejera, canariona…? la idiosincrasia de los isleños de cada una de las islas del archipiélago hubiera dado mucho juego.
Coincido con otra compañera al resaltar el detalle de esconder los besos tras el paraguas, ese guiño adolescente vitaliza mucho el relato.
También comparto la apreciación de algunos compañeros respecto a la confusión al cambiar la persona del narrador. Algo fácilmente subsanable y que no resta ningún mérito a tu trabajo.
Tu relato es un ejercicio imaginativo y creativo realmente bueno, y su lectura…