En el talego (1) me llamaban Reme. Acostumbro a terminar las frases añadiendo las palabras ¡qué remedio! No puedo evitar esa muletilla conformista.
Ahora me llaman el Gafe. Lo soy: he de reconocerlo. La gente que lo sabe procura alejarse de mí, pero incluso a distancia irradio el cenizo contaminando de mala suerte a quien gravita en mi atmósfera. Fui consciente de ello durante un ingreso en la cárcel Modelo de Valencia. Os contaré y vosotros mismos juzgad.
Marcos el Tuberías y Matías el Chispas (M&M’s para abreviar) compartían la celda 403. Ambos eran presos de confianza, y reducían su larguísima condena trabajando como fontanero y electricista respetivamente. Formaban un buen equipo que ahorraba a la administración penitenciaria una buena cantidad de dinero en las continuas reparaciones del viejo edificio de la calle Castán Tobeñas. La 403 estaba casi siempre abierta, y la presencia de los M&M’s era continuamente requerida en cualquier punto de la cárcel. Esta movilidad era aprovechada por la pareja para todo tipo de trapicheos: ¡Hay que buscarse la vida, Reme…!
Marcos y Matías cuchicheaban acuclillados en una esquina del patio, con un movimiento decidido de sus manos reclamaron mi presencia.
—Mañana te incorporas al equipo de mantenimiento hemos convencido al funcionario Chapuzas de la necesidad de colocar tela asfáltica para evitar las goteras en ese taller —dijo el Tuberías señalando la dependencia anexa al muro de la prisión.
—Cierto —admití—. Siempre aparece encharcado y hay que baldear… ¡Qué remedio!
—También ayudan los continuos cubos de agua que nosotros desparramamos por el suelo. —El Tuberías se partía de la risa.
—No entiendo nada… ¡Qué re…!
—Mira, melón —interrumpió el Chispas— como sabrás, el director ha mandado aumentar la altura del muro con cuatro metros de valla metálica coronada con una bonita concertina de pinchos. Eso servirá para evitar que salga de aquí ni una lagartija, pero sobre todo impedirá que caigan bolas (2) desde fuera.
—¡Se acabó el Roland Garros!, nos fumaremos el pijo, ¡qué remedio!
—¡Nos fumaremos todo Ketama! No estaremos aquí. Y ahora entras tú: ¡escalerita y al tejado! Nosotros te seguimos para ayudar, y al otro lado… ¡Tachan: el andamio para poner la tela metálica!
—Pero hay doble muro, mientras bajamos, lo trasladamos al segundo y subimos… ya nos han pillado los guardias. ¡Un fracaso sin remedio!
—No lo moveremos… bueno, sí. Lo balancearemos hasta hacerlo caer sobre el borde del segundo muro, saltamos y a la calle. ¡Todo cuadrado como que me llamo Marcos!
El día de la fuga yo temblaba como una flor, movimos con fuerza el andamio hasta que el vaivén hizo caer la estructura… Todo hubiera ido mejor si el andamio midiese uno o dos metros mas, pero el cacharro chocó con estrépito contra la mitad del otro muro, caí y me rompí una pierna. Los otros lograron saltar a la calle. Yo esperé la llegada de los guardias… ¡Qué remedio!
De regreso del hospital, me encontré con los M&M’s en el departamento de “conflictivos”.
—¿Qué pasó?
—Sacamos a un tipo de su coche para la huida… —dijo el Chispas.
—…Y resultó ser un cochecito adaptado para discapacitados. Tuvimos que meter de nuevo al tipo para que condujese, a los quinientos metros ya nos habían cogido —terminó el Tuberías.
—Otra vez será, ¡qué remedio!
Desde entonces noto que los otros presos retroceden ante mi presencia, incluso algún gitano exclama: “¡mal fario!” mientras toca con sus dedos índice y meñique el marco de una puerta.
(1) m. jerg. cárcel ( local de reclusión de presos).
(2) Pelotas de tenis, rellenas de droga, lanzadas desde el exterior de la cárcel.
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