Los cuatro parroquianos que quedaban en el saloon, abatidos después de una noche de juego y diversión, no parecieron darse cuenta de la entrada de aquel tipo en el local. Pero allà estaba, en medio, mientras las puertas del establecimiento se movÃan rÃtmicamente detrás de él. Sólo Andy, el dueño y barman, que trajinaba detrás de la barra, y Cora, una de las chicas, que recogÃa vasos y jarras, repararon en él. Se sacudió con fuerza su chaquetón amarillento y una nube de polvo se levantó, mezclándose con la luz del alba que entraba del exterior. Quedó iluminado de esa extraña y bella forma el forastero, produciendo una imagen que dejó a barman y camarera atónitos por un instante.
—Lo siento amigo, llega tarde. Cerramos hace unas horas. Tenemos que dormir —dijo Andy.
—Tengo entendido que los hermanos Miller están aquà —respondió el hombre con voz profunda, como si no hubiera oÃdo nada de lo que le habÃan dicho.
Eso despertó la curiosidad del barman, que pareció cambiar su discurso.
—Bien pensado, viéndole cualquiera dirÃa que necesita un trago, señor...
El tipo avanzó hacia la barra, inundando el lugar con el sonido de sus botas sobre el suelo de madera, y el golpeteo de las espuelas. Cora observaba desde un rincón.
—No necesito nada. Soy William Morton —dijo con fuerza. La sola pronunciación del nombre pareció congelar el ambiente. Cora observaba. Algunos tipos se despertaron. Andy habÃa palidecido.
—Pensaba que estaba en la cárcel – balbuceó.
—Me he fugado. Estoy buscando a los Miller. Sé que Frank no está, pero me contentaré con Sam y Edwin.
—¿Para qué los busca? –—repuso nervioso.
—Voy a matarles —contestó sin inmutarse.
—Es usted muy temerario al venir aquà solo —dijo sudando—. El sheriff Frank Miller, ausente en estos momentos, y sus hermanos representan aquà la ley.
—Lo sé. Sé también que ellos mataron a mi hermana Sarah y van a pagar por ello. Yo no harÃa eso —dijo, observando como Andy habÃa bajado la mano intentando alcanzar algo.
—¿Qué quiere decir? — dijo sin poder sostener la mirada de Morton.
—No cogerÃa ese revólver. No te servirá de nada. Tú eres Andy, el dueño de esto. Forzaste a mi hermana y la obligaste a prostituirse. Voy a matarte también.
Andy hizo un movimiento rápido. Llevaba un colt en la mano derecha. Morton le agarró del brazo con su mano izquierda, y el barman empezó a gemir de dolor. Mientras, con la otra desenfundaba su seis tiros. Le disparó dos prácticamente a bocajarro. Andy salió despedido hacia atrás estrellando su cuerpo contra un espejo, haciéndolo añicos.
Para entonces todo el mundo se habÃa lanzado fuera, salvo Cora que se habÃa quedado quieta, paralizada del miedo. De pronto, una bala alcanzó a Morton en el hombro derecho, y otra en la pierna izquierda. Los impactos apenas le trastabillaron un poco. Los proyectiles habÃan venido de las escaleras que llevaban al piso de arriba, donde Sam y Edwin Miller, alertados por el jaleo, y sin haberse puesto los pantalones, sostenÃan sus pistolas humeantes. Morton, sin titubear, dirigió su arma hacia ambos y apretó el gatillo cuatro veces, dejándoles gravemente heridos. Seguidamente, extrajo un Winchester de su chaquetón, se encaminó hacia donde yacÃan, los encañonó, y sin mediar palabra, los remató. Cora, aterrada, temÃa ahora por su vida, pero Morton no parecÃa ni verla. Sólo exclamó antes de marcharse, helando la sangre de la muchacha:
—¡Decid a Frank Miller que William Morton vendrá a por él!
Al dÃa siguiente, cuando el Sheriff Frank Miller regresó y fue puesto al corriente de los acontecimientos, sintió dolor y rabia por la muerte de sus hermanos, aunque les criticó el hecho de «tener que ir juntos hasta a follar». Mandó traer a Cora:
—Cuéntame lo que pasó.
Cuando la joven terminó, preguntó incrédulo:
—¿William Morton?
—SÃ. Andy le conocÃa, dijo algo de su hermana Sarah —respondió la chica—. ¿Quién es?
—Tú eres nueva por aquÃ. Alguien del pasado.
—Dijo que se habÃa escapado de la cárcel.
—No puede ser.
—Lo dijo claramente, con una voz que daba miedo.
—¡Te digo que no puede ser! —gritó—. William Morton fue colgado hace tres dÃas. Yo mismo vi como enterraban su cuerpo.
La joven abrió los ojos, y pareció entender. Besó la cruz que llevaba al cuello.
—El diablo. Volverá —musitó.
Miller miró a la chica, que padecÃa compadecerle con su mirada, como si ella pensara que nada ni nadie podÃa hacer que escapara a su destino.
—Lleváosla —acertó a decir.
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