En los tiempos antiguos/
de nuestro rey don Fernando /
del vasto y grande reino/
de Aragón, el segundo/
princesa mora encerrada /
en convento castellano/
prisionera mucho vivió/
en esos tiempos lejanos.
Por el frÃo y el encierro, /
perdida su tierra amada/
de frÃo y encierro murió/
sin ver su tierra lejana.
Su altiva, orgullosa Cairo,/
ay, su ciudad fortaleza, /
la de los mil y un palacios/
no volvió a ver en su vida./
Voluntad de su señora/
vendida sea como esclava, /
para que sin morir, viva /
como monja entregada. /
Odiada por su piel sedosa/
y labios de rojo vino, /
entre muros altÃsimos/
su vida perdió sentido.
La princesa recordaba/
su gran ciudad fortaleza,/
la del mercado multicolor, /
de tapices y de seda/
a orillas del rÃo Nilo/
y del desierto dorado, /
mecida por las palmeras/
besada por el ocaso.
Querida ciudad fortaleza, /
la de los mil minaretes/
donde muecines llamaban/
cada atardecer a los fieles.
Eternas como el tiempo, /
falúas y pirámides, /
y la enigmática esfinge, /
la añeja, antigua trÃade.
No volverá su mirada /
a la del Nilo nacida/
de su constante renacer, /
la aluvial isla Gezira.
Adiós a la calle Al Muizz /
la de mezquitas, palacios/
y mil otras maravillas/
nunca fueron olvidados./
La recta calle principal, /
la fantástica Qasr al-Ayn,/
frente al gran rÃo nacida/
donde aguarda la plaza Ismail./
Adiós al Khan El Khalili, /
asombrosa y rica calle /
con especias, oro y marfil, /
alfombras, tapices y té.
Perdido el aromático /
barrio de los perfumistas, /
perdido el canto vespertino/
del muecÃn en su mezquita./
Las brumas de la distancia/
no borraron la terraza/
desde donde con su padre/
veÃa la gran Madrasa.
Cada dÃa, cada noche, /
cantó a la Mezquita Al-Azhar /
donde aprendÃan el Corán/
en famosa universidad.
Cada dÃa, cada noche/
esperó escuchar al muecÃn /
con su inconfundible canto/
convocando al fiel a oración,/
en lo alto del minarete /
a rezar la gloria de Alá /
en cada santa mezquita/
cantaban la santa verdad.
Adiós a la bella, rica /
mezquita de Ahmad Ibn Tulun/
Con minarete ceñido/
por escalera caracol./
Adiós a las largas noches/
en terraza del palacio/
a los pobres escuchando/
conversar a orillas del rÃo ./
Adiós a la amada ciudad/
de las mil cupulas y arcos/
de mezquitas y palacios/
herencia de su pasado.
Adiós al zoco, mercado/
donde orfebres y especieros/
en torno a aromado café /
con alfombreros y tapiceros/
compartÃan novedades, /
noticias y beneficios./
Adiós a bellos jardines/
con rosales y jazmines /
Adiós, pétreas albercas/
de la madre de ciudades/
Adiós a los mil aromas/
a los colores vibrantes,/
y a los conocidos usos/
de los ritos ancestrales.
Adiós a las caravanas/
de impertérritos camellos, /
habitantes del desierto/
legendarios como el dios sol./
Adiós a toda su vida/
a las canciones remotas/
adiós, cálidas arenas/
adiós, vida de señora
La mora perdió la vida /
entre el frÃo y la soledad/
solo quedó de recuerdo/
pobre canto en la vastedad/
en católico convento, /
sin zapato digno alguno/
calzando sus pequeños pies,/
quebrada, gritó un segundo.
Pura, dulce sangre mora/
sangre como vino rojo/
se deslizó por las losas/
gastadas de un convento.
*
Nota del editor: El relato ha sido escrito bajo el género romance (composición poética), por lo que se ha separado según la barra (/) asignada en el original.