Me encanta ver a los niños jugar en el parque. Podría pasar horas observándolos desde la ventana, perdiéndome en su inocencia despreocupada, en su candor. Aún desconocen la fragilidad humana y su único cometido es el de divertirse. No son conscientes de que nunca serán tan felices como ahora. Pero hoy no hay ventana, ni niños en el parque. Mejor, tengo que concentrarme.
Entiendo que verme en esta situación podría disparar miles de prejuicios, pero te pido paciencia y comprensión. Nunca pude disfrutar como aquellos niños dado que nunca fui uno normal. Mi columna torcida, mi cojera y mi rostro deformado por los últimos coletazos de la viruela hacían de mí algo diferente. Infrahumano. No tuve mucha suerte con las cartas que me tocaron, he de admitirlo. Pero la vida te obliga a jugarlas, te toquen las que te toquen. El problema fue que nadie quiso jugar a la vida conmigo. Ni mi madre, abandonándome en una iglesia, ni mis compañeros de orfanato, burlándose una parte del tiempo y huyendo de mí la otra. En fin, me acostumbré a ser yo y mi aspecto, y a guardarme mis cartas para cuando pudiese jugarlas. Y créeme cuando te digo que es difícil. Nadie debería estar solo. A la vida en soledad le falta algo, está incompleta. Como un plato de sopa sin cuchara. Como un triángulo de dos lados. Llueve.
Llueve poco, pero llueve. Mis rodillas, cansadas de renquear, me lo dicen. Y promete empeorar, aunque a mí no me preocupa. Estoy más concentrado en el conjunto de muelles, palancas, eslabones y pólvora que me inspecciona el cielo de la boca. Es mi turno y he aquí mi mejor baza, mi movimiento final. Porque estoy cansado del juego y quiero retirarme. Este es el regalo que dejo a la vida: una existencia sutil y una habitación cubierta de mis pensamientos. Mi dedo, amarillo a causa del tabaco, por fin se decide a jalar el gatillo. Al mismo tiempo, un trueno confirma lo que mis rodillas amenazaban. Bien. Así nadie más que nosotros escuchará el disparo.
Ojalá el martillo encuentre la única bala del tambor.
Ojalá los niños nunca dejen de jugar.
Clic.
Mario
Después de leer las recomendaciones para comentar, escribo sobre la forma. La leo impecable, el contenido me parece también sutil, y alegórico, triste un final catastrófico, según el hilo conceptual del relato. Da pautas para seguir leyendo hasta el final contundente.
¡Gracias!
Saludos, Mario
He llegado a tu relato porque he estado recibiendo los comentarios de toooodos, como parte del grupo de administradoras de la página. Siempre es grato leerlos, ahora con un punto casi obligado porque la curiosidad es grande.
Debo confesarte que el tema de quitarse la vida no me agrada para nada, penosamente he conocido a tres personas que lo han hecho. Incluído un compañero de mi colegio, que es su momento tenía solo trece años. Al igual, (o similar) que tu protagonista, era un niño con dificultades físicas, parecía un nene de siete años, con labio leoporino y también sin madre. Vivía solo con su padre y su hermana que le hacía la vida de cuadritos. Así que…
¡Ah! Eres Isabel. Apuntado :)
Hasta el mes que viene
Es el nº 12 "parodia sobre un paraguas". Ya me lo comentaste :))
Hola, Laura.
Gracias por tu visita. Me alegro de que te haya gustado.
Saludos