Margaret Dashwood se encontraba en sus aposentos frente a un imponente espejo que, a pesar de ser muy antiguo, era capaz de reflejar los más escondidos defectos de la piel de los que se atrevÃan a ponerse delante. Se contempló, y sonrió satisfecha. La diadema de zafiros y brillantes era el complemento al vestido que lucirÃa tras la ceremonia religiosa de su boda, que se celebrarÃa aquella misma tarde.
De repente se acordó de unas palabras que habÃa pronunciado su querida hermana Marianne cuando estaba perdidamente enamorada del joven y apuesto John Willoughby. ¡Marianne era tan apasionada y romántica…!
—"Amar es arder, estallar en llamas".
Las habÃa escuchado hacÃa unos seis años y no las habÃa olvidado. Entonces ella era una niña, y al oÃrlas se quedó asombrada al notar que estas palabras, aun sin entenderlas, habÃan penetrado profundamente en su alma. Le hubiera gustado oÃrselas pronunciar también unos dÃas antes de su enlace con el coronel Brandon.
Siguió contemplándose en el espejo. Pero ahora estaba muy seria, muy concentrada en ciertos pensamientos para los que nunca habÃa encontrado respuesta. ¿Cuándo arderÃa en amor?, ¿estaba realmente enamorada de su prometido, el capitán O’Neill? Cuando conviviera con él, ¿experimentarÃa lo que era estallar en llamas?
Llamaron a la puerta, y sin esperar que diera su permiso, entró Elinor, que se echó a sus brazos y le llenó la cara de besos. Le seguÃan sus tres hijos, y un poco apartado y tÃmido, el señor Edward Ferrars, su joven, bondadoso y encantador marido. Después de intercambiar saludos, besos y abrazos, el señor Ferrars salió del tocador llevándose su prole al jardÃn, y dejó solas a las hermanas para que pudieran ponerse al dÃa de las nuevas noticias.
Se miraron con una risita de complicidad y Margaret le entregó con sigilo a Elinor una carta de Phillip, su amante. Regocijada y nerviosa, Elinor la cogió, y mientras la abrÃa se retiró hacia los ventanales buscando intimidad. Por uno de los senderos que partÃan de las caballerizas vio al capitán O’Neill, que oculto tras unos aligustres besaba a su prima Eleanor. Pero no pensó más en ello. Cuando terminó de leer la carta, la metió en el sobre y se la devolvió a su hermana, que la escondió en un cajón oculto de su secreter.
—¿Qué tal? ¿Buenas noticias? —Preguntó Margaret.
—SÃ. Veré a Phillip después del almuerzo, junto a los rododendros, cerca del templete. Tengo tantas ganas de verle, de estrecharle entre mis brazos, de amarle, de…
—Bueno, bueno, no sigas que todavÃa no me he casado, sigo siendo una joven soltera, pura y casta que debe mantener intacta su buena reputación.
—Tienes razón, perdona. Ahora, cuéntame que tal está nuestra madre.
—No te puedes imaginar todo lo que ha viajado esta primavera. La reclaman en todas las mejores mansiones de la región. Cada dÃa es mejor jugadora de naipes y ha ganado una fortuna en las últimas veladas. Sospecho que hace trampas.
—No digas eso en voz alta. Nadie debe saberlo. ¿Cómo le ha ido su negocio de apuestas?
—Con las apuestas de las carreras de caballos ha ganado mucho, pero con la de galgos, no. Claro que siempre mantiene su negocio seguro, el de prestamista. Creo que según se hace mayor es más usurera.
—¿Cómo puedes decir eso de madre? Calla, calla. Tú eres la menos indicada para decir esas cosas. Ahora vivirás con ella en Norland. Madre se esforzó en recuperar nuestra finca. Sin ella, Norland todavÃa serÃa de nuestro hermanastro. ¿Tengo que recordarte que nuestro padre le dejó a él heredero de todo lo suyo? Como nosotras éramos mujeres y nacidas de su segundo matrimonio, nos dejó solo la esperanza de hacer un buen matrimonio. Ha luchado por todas nosotras y eso hay que agradecérselo profundamente. ¿Qué novedades hay en nuestro querido condado de Sussex?
—SÃ, vamos a cambiar de tema. ¿Qué tal está el señor Ferrars? Le he visto muy bien, muy guapo, siempre vestido a la última moda de Londres, con gemelos ebúrneos igual que el alfiler de la corbata.
—Pues está muy bien. Le veo feliz, ahora tiene un lÃo con su nuevo mayordomo. Es un chico encantador. No ha venido porque tiempo atrás estuvo en casa de Lord Carrington y no querÃa encontrárselo aquÃ. Bueno ya sabes, los lÃos de siempre. ¿Cuándo llega Marianne?
—Enseguida. Me hace mucha ilusión que toque el órgano durante la ceremonia y que tú leas varias de mis poesÃas. ¿Te das cuenta? Esta tarde empiezo a vivir.
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