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Señales? -Lucía Hernández

Una noche le pedí a él que me demostrara con un hecho puntual, sus dotes milagrosas; porque, según mi hermano, cuando necesitaba un consejo, él se lo daba; mi hermana lo invocaba cual Dios y decía que siempre la ayudaba, y mi mamá repetía que él siempre la acompañaba y aconsejaba. Yo lo invoqué unas cuantas veces y la verdad es que no me dio resultado. Soy escéptico. Me parece, no sé. Pero aquella noche le pedí que me diera fuerzas para presentar mi proyecto ante el directorio. Si me animaba a hablar y lo aceptaban, mi vida sería otra. Ya imaginaba el portarretratos plateado sobre mi escritorio con la foto familiar o comprándome trajes en el shopping o contratando la excursión sobre el lomo de un elefante, como había contado una vez el director de finanzas. Me dormí sonriendo, imaginando los aplausos y las felicitaciones. A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, apareció en el jardín un colibrí. Dio dos vueltas en el patio y luego se posó en una flor. Muchas veces vi colibríes, pero esta vez lo tomé como una señal. Era él que, evidentemente, había oído el desafío y así me demostraba que estaba presente. A los pocos días recibí otra señal. El arbusto de bignonia, que él me había regalado cuando nos mudamos, se desplomó. Se había secado. Recordé el desafío al que lo había retado y no pude tomarlo como algo negativo. Al contrario, venía a transmitir cambios, renovación. Y la última señal, no me dejó dudas. En el memorándum mensual se anunciaba que el 14 de julio habría reunión de directorio. Justamente el día de su cumpleaños. Llegada la fecha, no podía contenerme. Estaba seguro, confiado en que iba a ser un éxito. La reunión comenzó a las 9 de la mañana y 9.05 ingresé con la bandeja portando 10 cafés. Luego de servir, me coloqué junto a la puerta a la espera de algún pedido, como era habitual. Esperé nervioso, aclarándome la garganta continuamente, moviendo las manos mientras ellos conversaban sobre temas triviales y justo antes de que el presidente tomara la orden del día, pedí la palabra. Ninguno de ellos levantó la vista, seguramente acostumbrados a que mi presencia fuera invisible. Pero se hizo un silencio, me coloqué donde todos podían verme y hablé. No tardé ni cinco minutos en exponer mi idea. Me escucharon atentamente y en silencio, hasta que uno de ellos comenzó a reírse, contagiando al resto. No aguanté el bochorno y me retiré. Cuando estaba llegando a mi casa, un dolor de cabeza que parecía menor y pasajero, se acrecentó. Llegué como pude y le pedí a mi esposa que me acompañara a la guardia. Apoyé la cabeza en la camilla y cerré los ojos, mientras escuchaba de fondo la conversación de los médicos. Soñé que me acercaba al colibrí, nos mirábamos y se posaba en mi hombro. Pero ese momento increíble se vio interrumpido por un aguijón que una abeja clavaba en mi brazo. Yo gritaba y el picaflor se alejaba rápidamente. Cuando abrí los ojos, una enfermera me estaba tranquilizando, acariciándome el brazo con una mano, mientras en la otra portaba una jeringa enorme. Ya te vas a sentir mejor, me dijo. A las dos horas estaba acostándome en mi cama, sin ningún dolor ni molestia, pero esa noche no pegué un ojo. Estaba muy enojado. No sólo no me había ayudado, me había hundido y todo era por su culpa. Luego de dos días en mi casa, sin que nadie sospechara que mi estadía no respondía a una cuestión médica, recibí un llamado de la empresa. Me dijeron que debía presentarme a primera hora en el despacho del presidente. Me levanté en el horario habitual, me cambié pero no fui a la empresa. Fui al cementerio a descargar, frente a su tumba, toda la furia contenida, pero cuando lo tuve delante, lo único que hice fue llorar. Le pedí perdón. Algunas cosas salen bien y otras mal y eso no depende de él. Volví a mi casa dispuesto a contar lo que había pasado, pero cuando di vuelta la esquina vi el auto de presidencia parado en la puerta, el chofer me saludó afectuosamente y me dijo que entrara rápido. Encontré al presidente tomando mate con mi mujer en la mesa de la cocina. Me acerqué, me dio la mano y me dijo – Vamos socio, tenemos mucho trabajo por delante. Gracias papá!!!

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