En la vida de las personas, de vez en cuando se abre la ventana de los recuerdos. Jacinto, que vivÃa desde hacÃa dos años en una residencia se habÃa encontrado aquella mañana recordando su primer baile. No era nada nuevo en él, solÃa recorrer los hechos vividos con frecuencia. Le daban energÃa para seguir.
Lo que sucedió fue que a este recuerdo le acompañó otro: su primer beso. Se sonrió. No, no habÃa sido el mejor de ellos, sin embargo, siempre lo recordarÃa.
Recién cumplidos los quince años, Jacinto tuvo que asistir a la boda de su primo mayor. A la hora de la comida le pusieron en la última mesa, junto al resto de los menores.
¡Viva los novios! Aquel continuo grito le estaba empezando a agobiar cuando Lourdes, una de las comensales que habÃa junto a él, le dijo:
—¿Sabes bailar? —la pregunta no le sorprendió del todo, al comprobar que estaban recogiendo las mesas, para hacer hueco en la pista de baile. Pero, sà que le preguntara a él.
El muchacho, le dijo:
—No lo he hecho nunca, asà que no tengo ni la más remota idea. ¿Por qué te interesa?
—Jacinto, eres el único chico de mi edad que hay aquà y me gustarÃa poder bailotear contigo. Si quieres te puedo enseñar unos pasos antes de que dé comienzo.
Él pareció dudar, pero al final aceptó.
Buscaron un lugar apartado del tumulto que suponÃa los ciento cincuenta invitados, todos hablando casi a voz en grito.
Lourdes se esforzó porque en tan poco tiempo Jacinto aprendiera al menos los pasos del vals y el pasodoble.
Este tener entre sus brazos a Lourdes le enardeció. La muchacha era bonita y comenzaba a resaltar en ella una silueta de mujer.
Los novios dieron comienzo al baile. El vals del Danubio sonaba en la pista y ellos se incorporaron, cuando el resto de los invitados ocupó esta.
El calor de la sala, algo de licor que habÃan logrado catar y las burlas de algunos familiares ante lo poco bailarÃn que resultaba Jacinto, les hizo plantearse abandonar la sala.
Esta gozaba de un pequeño jardÃn al que acudieron. Continuaron bailando al tiempo que la luz del dÃa iba desapareciendo a medida que transcurrÃa las horas.
Los cuerpos de la pareja cada vez estaban más juntos. En un momento en que Lourdes fijó su mirada en Jacinto, este depositó un beso sobre sus labios.
Fue como un pequeño chispazo. Puesto que Lourdes se asustó y separó su cuerpo del joven.
La chica regresó a la sala toda excitada y Jacinto quedó solo en el jardÃn sin saber qué hacer. Reconoció para sÃ, que habÃa sido un temerario al besarla.
Sacó el pañuelo y quitó el polvo de una especie de banco que parecÃa abandonado en el lugar y estuvo pensando que excusa poner si ella se lo decÃa a sus padres.
Mientras, tras acabar aquel baile anunciaron que se producirÃa la última actuación de la orquesta.
Jacinto ya estaba a punto de marchar, cuando Lourdes hizo su aparición.
El gesto de sus brazos, aunque con algo de temor, le invitaban a que de nuevo la llevase a la pista. Jacinto aceptó.
La tomó entre sus brazos para bailar un pasodoble. Sus cuerpos volvÃan a estar tan unidos que no podÃa pasar ni el viento.
Esta vez fue Lourdes la que acabó besándole. Fue un gesto tranquilo, largo y húmedo que le harÃa soñar durante meses con aquel momento.
Lo que se suponÃa que ocurrirÃa, no fue asÃ. El pequeño romance surgido no tuvo continuación. Eran jóvenes, y aquello fue una fantasÃa, que seguro asimilaron los dos.
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