Ya era sábado, por fin habían terminado las clases. Luis, Andrés y Jorge habían quedado días atrás para reunirse esa tarde para ir a la playa, a una cala que conocían bien. La isla de Mallorca es un paraíso para explorar lugares junto al mar. Esta estaba bastante oculta y de muy difícil acceso. Los tres, de vez en cuando, acudían allí a pasar la tarde y bañarse en sus cristalinas aguas, a ser posible sin nada de ropa, al abrigo de lo escarpado del terreno. Era difícil que alguien estuviera allí y sobre todo en estas fechas a mediados de Septiembre.
La sorpresa fue enorme cuando llegaron allí. Un yate de unos quince metros de eslora estaba encallado entre las rocas del lado derecho de la cala. Un yate blanco prácticamente nuevo, sin vestigios de haber tenido ningún accidente.
Empezaron a dar vueltas a su alrededor vociferando los tres con el fin de comunicar con alguien a bordo, pero nadie respondió y tampoco había ninguna persona por allí alrededor.
Luis, el más temerario de los tres, convenció sin apenas esfuerzo a Andrés y a Jorge para subir a bordo. No lo pensaron dos veces y desde una de las rocas saltaron a la cubierta del yate, introduciéndose de inmediato por el interior del mismo.
Al entrar en el camarote principal quedaron atónitos. Además del desorden que inundaba el habitáculo, el suelo aparecía en uno de los laterales totalmente cubierto de un polvo blanco, como adherido al suelo. Dejando atrás esta habitación siguieron su exploración. Jorge quería entrar en la sala de control o de mando de la embarcación, quería ver el timón y los aparatos de navegación.
– ¡Es impresionante!–dijeron los tres casi al unísono.
– ¿Cómo es posible con tanto aparato y tanta pantalla hayan encallado entre las rocas?
Andrés en ese momento vio que de un cajón apenas abierto de la mesa sobre la que estaban las cartas de navegación, asomaba una especie de libro que le llamó mucho la atención.
–Es el cuaderno de bitácora o diario de a bordo, ahí estará apuntado todos los datos de la navegación– comentó Luis.
Los tres se pusieron manos a la obra, abrir y leer todo lo que su curiosidad les inducía del cuaderno.
Les parecía muy interesante, reflejaba muchas rutas, señaladas en las cartas de navegación y anotadas con todo detalle. En el último trimestre el barco había navegado casi siempre por el Mediterráneo, haciendo muchas escalas en Italia, sobre todo en Sicilia a la que marcaba como origen de muchas rutas. También estaban escritos los turnos de guardias y servicios de la tripulación y los acontecimientos acaecidos durante las travesías. Así como vientos, oleajes, climatología, etc.
Pero al final de las páginas, algo llamó la atención de los tres muchachos. Según el diario de a bordo, en el último embarque habían subido tres hombres desconocidos para toda la tripulación. El capitán había reflejado su intranquilidad por estos pasajeros que la comandancia del puerto le había requerido embarcar. Algo en ellos no agradaba al capitán ni tampoco a gran parte de la tripulación. Durante ese siguiente trayecto con ellos a bordo habían empezado a surgir problemas, había escrito el capitán en el diario. Y allí terminaban todas las anotaciones.
Luis, Andrés y Jorge quedaron como en suspense. Decidieron después de varias ideas y especulaciones, regresar a tierra y comunicar el hallazgo a la Policía.
De regreso, explorando por otro lado del barco advirtieron como en uno de los camarotes se podían distinguir todavía unas manchas de sangre que habían sido lavadas casi en su totalidad.
Ellos mismos, durante la pertinente declaración que hicieron ante la Policía, después de que se personaran con las autoridades policiales en el lugar y exploraran el yate de arriba a abajo, le preguntaron al comisario:
– ¿Qué era aquel polvo blanco que estaba en el suelo del camarote principal?, y ¿Por qué estaba un barco tan moderno como este encallado entre las rocas, sin haber nadie ni dentro ni alrededor?
–Mejor que no sepias nada– les comentó el comisario.
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