John se derrite por Diana, esa colega atractiva y simpática, llenita y de sensual caminado; de solo verla se le despiertan todo tipo de sensaciones. Ahora se le ha presentado la oportunidad de atraerla: le propone participar juntos en una investigación. Ella, que también admiraba en silencio sus ojos azules y afabilidad, acepta sin preguntar siquiera de qué se trata. Él no le cuenta todavía que es una investigación de la NASA sobre los efectos de los vuelos espaciales en la libido.
La agencia ha manejado el proyecto con mucha discreción y, por razones morales, busca parejas de astronautas que ya se quieran. John la presenta como su pareja y, aprovechando que ella no conoce bien el proyecto, le hace firmar todo. Cuando ella se entera en detalle, se “resigna” a participar y, después de una rigurosa selección, ellos dos resultan escogidos y pasan a entrenamiento.
Se llega el día del lanzamiento; el vuelo transcurre sereno, la vista sobre el planeta es fabulosa, los inspira románticamente y empiezan a vivir fascinantes momentos amorosos, que pueden disfrutar en privado en la amplia cabina asignada a ellos solos. Pero solos, en verdad, no están: Will y Samanta, sicólogo y médica, los acompañan, desde un habitáculo separado. Estos les hacen ocasionales entrevistas y, además, analizan los datos de biometría que les proporcionan los sensores; unos que no van adosados al cuerpo, con marañas de cables; son muy avanzados: desde las paredes, perciben las temperaturas, pulsaciones, presión… y hasta registran los suspiros, risitas y gemidos.
Unos días después, mientras avanzan de noche y John está acariciando con pasión a su pareja, los aborda una extraña nave, ocupada por seres desconocidos. El susto les interrumpe el embeleso y también a los científicos su sueño; los cuatro enfrentan con valor a los piratas; estos están impasibles y se muestran amistosos. Son como seres humanos, apenas con sutiles diferencias físicas y les hablan en su idioma, como si fuera su propia lengua materna.
Les piden calma, les dicen que vienen de un lejano planeta, en tal y tal ubicación astronómica, y les hacen saber que están investigando a los humanos. Mientras pasan esos primeros minutos, los alienígenas perciben las feromonas, discuten algo entre ellos y les insinúan intercambios de pareja, “para refinar la investigación”. Todos quedan perplejos, excepto John, quien de inmediato elige a una bella y sensual mujer, alta, de curvas que marean y mirada que hipnotiza, sin importarle la intimidad que había desarrollado con Diana; de inmediato, ella se lo lleva consigo a su nave y crean un campo de fuerza que les impide ir tras ellos. Los científicos intentan informar de la situación al centro de control y encuentran la comunicación completamente inhabilitada.
Cien horas más tarde, otro de los seres regresa a raptar a Diana; no se quiere dejar, pero el sicólogo le recomienda no oponer resistencia; quizá podrá aprovechar para traer a John de regreso. Después de varios días, la nave invasora se desacopla, prende cohetes y se pierde en la distancia. Por los sistemas de comunicación, ya restaurados, llega un mensaje que les dice que las dos nuevas parejas formadas se van a vivir al exoplaneta; les piden no preocuparse, pues John y Diana se han adaptado muy bien a sus nuevos compañeros y están viviendo con ellos experiencias mil veces más emocionantes que las que han quedado registradas en la investigación terrícola.
Will y Samanta regresan a tierra y la NASA no sabe cómo justificar ante la opinión pública la ausencia de los astronautas investigados. El cuento del rapto por una nave alienígena no lo creería nadie.
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