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Un caso extraño - K. Marce - (R) +18

Los detectives habían abandonado la escena dantesca. Un policía menos experimentado había vomitado ante la magnitud de tremendo asesinato. Todo parecía indicar que era una venganza, por la saña del acto. Los peritos tomaron fotografías, recolectaron cabellos, sangre y masa encefálica de las paredes, el cabezal de la cama y hasta el techo. El arma homicida no estaba en el sitio, sospechaban que había sido un objeto romo.

Los vecinos cercanos no vieron, ni escucharon nada. Los padres fueron encontrados en su cama, por el casero quien notó la puerta abierta, la ausencia de las usuales discusiones de la pareja y el llanto de su bebé de solo dos semanas de edad. Del bebé no se sabía nada.

Al detective Rodas, junto a su compañero Deras, se les asignó el caso. Habían entrevistado a casi todos los vecinos, todos coincidían que los jóvenes no eran ni maduros, ni responsables. Un apartamento conocido como "casa loca", por las constantes fiestas de drogas que ahí se suscitaban. Todos tendidos en cualquier rincón. Aunque la actividad había mermado desde que la mujer había dado a luz. Decía en burla que iba a "donarlo", ya que se rumoreaba darlo en adopción a un buen postor por una buena pasta, expresaron los vecinos.

—¿Tenían enemigos, disputa por drogas? —dijo Deras, leyendo sus últimas anotaciones—. Lo sabes, no estaríamos aquí si no fuera por el bebé secuestrado.

Rodas estaba seguro de ello. El barrio no era un buen lugar, el edificio estaba tan infestado de delincuentes como de cucarachas.


Tocaron el timbre de un apartamento en la primera planta. No escucharon con claridad la voz que les dio respuesta. Un chillido extraño, previo a que la puerta se abriera.

En una silla de ruedas eléctrica, una mujer de gruesas gafas y un tubo metido en la nariz, meneó la cabeza.

—Ah, pasen, supongo que es por la pareja de arriba —retrocedió su silla para darles entrada.

—Detectives Rodas y Deras. ¿Usted es Vanessa Vargas? —dijo el viejo detective sin consultar sus notas.

—No, soy su prima Fátima; hace tres semanas se fue a Costa Alta, a ver a mi tía enferma. Le cuido el apartamento —los hombres se vieron entre sí—. Sí, aunque me juzgue limitada, puedo guardar cosas en cajas; mis manos no están lisiadas.

Los detectives observaron algunas cajas apiladas.

—¿Su prima se está mudando? Hay un camión afuera —dijo Deras caminando por el espacio. Era un lugar muy limpio y ordenado, nada parecido a los de los otros inquilinos —¿Por qué se muda?

—¿Y lo pregunta, con esos muertos en el tercero? Se cansó de vivir aquí. Además está mi tía... aunque es terminal siempre se guarda esperanza. Quiere estar con su madre.

—¿Conoció a la pareja? ¿Vio o escuchó algo extraño?

—Ayer mientras guardaba los CDs en esa caja, —señaló una grande por la ventana—, miré al joven con un hombre mayor, se empujaron mutuamente. El hombre le punteó con el dedo el pecho. No le tomé importancia. Sabe, este barrio es violento, hay peleas por todo.

—¿Cree que puede hablar con un perito para un retrato hablado? —preguntó Rodas, observando el camión de mudanza. No llevaba muebles, solo cajas.

—¿Es necesario? Hoy tengo viaje a Costa Alta, hace dos horas debía irme. No me dejaron ni sacar esas cajas, ese hombre debe estar sumando costo extra por la espera. ¿Puedo regresar a media semana?

—Sí, claro. Si no olvida como lucía el tipo.

—Ordinario, alto, algo grueso, sin cabello. Detective, ¿el bebé es niño o niña?

—Es un varón. Penosamente no encontramos fotos en los celulares de los padres.

—Que terrible, digo, los chicos eran unos adictos; pero es espantoso pensar qué le pueda pasar a la criatura en manos equivocadas —dijo la mujer acomodando su respirador.


Después de responder todas sus preguntas, permitieron que terminara su mudanza. No les resultó curioso que ella pidiera irse en la parte trasera del camión, con esa silla pesada por el tanque de oxigeno que se apoyaba a una caja metálica bajo su asiento.


Dos días después regresaron al mismo edificio por un nuevo llamado del casero. El cuerpo de la escort fue encontrado envuelto en plástico dentro la refrigeradora en el apartamento del primer piso, junto a su cuerpo estaba un mazo de metal. Detrás de la puerta del baño estaban las instrucciones de cómo construir una incubadora. La compañía de mudanza no existía y Fátima nunca regresó.


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