Un día renacerá la poesía. (C)
Ayer, la intérprete salió del dormitorio envuelta en un elegante vestido de noche atado al cuello, dispuesta a tocar desde su salón para el público a través de las redes.
Una dulce Melodía invadió la estancia regalando una paz absoluta. Inundó los muebles haciéndolos flotar libres de miedo. Penetró el cuerpo de los pocos humanos de la habitación, un octogenario y un risueño niño Down, devolviéndoles la calma que habían perdido. Traspasó la pared con un halo angelical borrando la tristeza del habitáculo. Nadó los diez metros de agua del estanque donde buceaban las carpas, ignorando la rabia contenida en el líquido ya descontaminado. Culebreó por el jardín palpando cada rincón con ternura derrumbando meses de aburrimiento, incertidumbre e impotencia.
Besó tulipanes, lirios y nardos;
acarició margaritas de botón, petunias y azucenas;
abrazó espinas de rosal, púas de limonero y pinchos de espino real;
meció amapolas, campanulas silvestres y flores de almendro;
mimó jaramagos, aulagas y tapaculos;
apapachó piedras, terrones y guijarros del lodo;
arropó mamíferos, aves e insectos;
enseñó a volar a polluelos,
a nadar a benjamines pececitos,
a salir del agua a renacuajos
y a trepar a crías de reptiles.
Metió la llave en la cancela,
giró media vuelta hacia la derecha muy despacito
y vibró en Do mayor.
Empujó lentamente los hierros con gran prudencia.
Hiperventilaba.
Alzó la vista y descubrió la nota Sol en la cumbre.
Como un torbellino
escaló en el pentagrama
hacia su encuentro.
Coronada la loma
se dio cuenta que debía volver
o sería multada por desacato,
pues tenía que quedarse recluida en casa como los humanos.
Su entristecido rostro regresó a la cárcel, abatido.
A partir de hoy, no existen obstáculos. Por fin puede deambular por el planeta sin que detengan su canción. El estado de alarma ha concluido. El confinamiento ya no es necesario. Se siente libre y feliz. Como el Fénix despierta, toma carrerilla, despliega las alas y planea. Nada ni nadie la puede parar. Vuela sendero arriba buscando la cima. Solo se detiene al alcanzar la meta, el pico del Hielo en Re menor. Observa maravillada las maravillas que Madre Naturaleza le obsequia:
Abre los pulmones y recibe el aire más limpio que jamás había respirado,
escucha trinos de pájaros que nunca antes había percibido,
distingue colores fantásticos a los cuales no había prestado atención,
nota aromas increíbles e inimaginables bañando su piel,
roza la copa de los árboles con dedos de pianista
y recibe de regalo el efluvio de las frutas maduras aplaudiendo su visita.
Un diluvio de sensaciones, sentimientos, emociones y locura
revientan en lágrimas a borbotones.
Llueven notas y partituras en un arcoíris musical.
En la atmósfera flota la conexión y el agradecimiento.
Mientras, en las entrañas de la tierra late un corazón sano y fuerte.
Mañana, acabada la sinfonía, la artista bajará la tapa para cubrir con delicadeza las teclas del hermoso instrumento de percusión. Se dirigirá a la puerta del piso, volteará la vista con una linda sonrisa hacia su incondicional amigo, le tirará un guiño, se rodeará el cuello con el pañuelo rojo, cogerá el bolso preferido y rebasará el umbral con una tranquila respiración.
Bajará los veinte escalones que separan la primera planta de la calle, contando de uno en uno los peldaños. Desplazará el portalón derecho de la cancela y anclará los tacones en las baldosas grisáceas de la acera aspirando la libertad tan ansiada.
Con las palmas de las manos juntas,
agachará la cabeza
saludando en la reverencia y
apoyando las rodillas en el suelo:
besará la tierra,
ordeñará el barro,
mamará su leche
y sentirá el renacer de la poesía
convertida en Melodía.