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Un grito solitario y triste - Amadeo (R)

Un grito solitario y triste

La llovizna, con breves interrupciones, persistía desde hacía unas cuarenta y ocho horas. Los cultivos, en ese atardecer fresco pero tolerable, continuaban saturados por tal humedad. La madre, de Wenzel, que preparaba el almuerzo en esa casa de campo, alertada por un brusco silencio recién descubierto, buscó con la vista a su hijo de seis años. Ya no jugaba cerca de ella. Tras confirmar que no estaba allí, rodeado de sus juguetes, dejó la cuchilla sobre la mesa y lo llamó a los gritos. Nadie respondía. Para salir en su búsqueda, corrió, tropezó con la mesa y cayeron fuentes, vasos, cucharas y la cuchilla. Con una mano lastimada, escapó bajo la llovizna por el sendero angosto y bien conocido para llegar al tanque australiano y al pozo profundo. Frente al gran eucaliptus se detuvo un segundo al ver, en la tierra tan mojada, tres marcas con forma de triángulo equilátero. “¿Pisadas?”, se preguntó sin palabras y al retomar la carrera se respondió: “¡Es muy raro!”, y recordó haber escuchado por radio algunas noticias fantasiosas sobre posibles y futuras invasiones de animales marcianos y se repitió: “¡Es muy raro! ¡Seguro que no será por acá!”. Asustada llegó al pozo y confirmó que la tapa color amarillo estaba cerrada, firme e inviolada. El agua del tanque: limpia y sin oleaje. Respiró aliviada y mirando al cielo, agradeció a Dios. Desesperada regresó hacia la casa: no le importaban sus zapatillas ni el pantalón salpicados y sucios. No cesaba de gritar el nombre de su hijo, tan inocente y amoroso para ella. Al llegar al corral, lindero al arroyo, vio al padre de Wenzel correr hacia ella, dejando atrás el establo. Él había intuido restos de peligros ajenos. Ya frente a frente y obnubilados ambos, se ofrecían órdenes y opiniones mutuas. De pronto oyeron un grito solitario y triste. Esa voz, con cierta agudeza de silbido, les era irreconocible. Gritaron a dúo, con potencia incontrolada el nombre de Wenzel. Nadie respondía. Tampoco escucharon, otra vez, aquel chiflido que parecía voz infantil. Se miraron y corrieron hacia el galpón. Cercano a él, descubrieron más huellas, más pisadas triangulares, algunas profundas, otras menores y superficiales. Con sus cuerpos forzaron el portón, entraron al vacío y miraron hacia la derecha, hacia el sótano. “¡Abierto… y la tapa lejos!”, exclamó la madre, con palabras entrecortadas. Una voz dulce, amigable, clamaba por ayuda. El padre rugió como un animal angustiado y bajó envalentonado al máximo. — Hijo… ¡Wenzel! —llamó— ¿Estás aquí?, responde, por favor. No veo. Está muy oscuro — Si papi. No te asustes. Estoy bien. — ¡Gracias a Dios! ¿Qué haces aquí? ¡Sabes que te está prohibido bajar! — Sí, papi, pero no sé… Alguien me metió aquí para conversar. — ¿Para conversar? ¡¿Quién fue?! — Sí, papi, un amigo raro pero bueno. Hablamos…, yo le contaba de mis juguetes y del avioncito azul, pero no me entendía y yo tampoco a él.

Las caricias duraron minutos, los ojos se llenaron de lágrimas y finalmente, sobre sus hombros, el padre sacó a Wenzel, del encierro. El abrazo con la madre fue profundo e irrepetible. Almorzaron sonrientes y en paz simulada por los mayores. Luego ya tranquilizados, en reunión de tres, conversaron: — ¿Cómo se llamaba tu amigo, el del sótano? — Me lo dijo, pero era un ruido raro, como un pitido doble. — ¿Y qué aspecto, que forma tenía? — Era como nosotros, alto como vos papá, pero… todo triangular: los brazos, las piernas hasta la cara. No usaba zapatos. — ¿Tenía la cara con ojos, nariz y boca? — Sí, por supuesto, pero parecía de fierros brillantes. — Bueno, bueno ¿Jugaron? — Sí, un ratito porque al no entendernos, nos aburrimos y él se fue algo enojado. — ¿Dónde está ahora? ¿A dónde se fue? — No sé, pero creo que debe haberse ido al cielo, que es de donde vino… así dice la tele. — ¿Te tocó? ¿Te lastimó? — No… Es mi amigo y por eso le regalé mi avioncito azul. Se lo llevó, creo que contento. — Bueno. Ahora me voy a trabajar y vos, Wenzel no te alejes de la casa y obedece a tu — . madre que te quiere mucho. Te amamos. — Si, papi

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