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Un largo silencio -Josefina- (R)

Había estado sentada en aquella silla al lado de la ventana por dos horas cuando la enfermera se acerca y le dice: - Su cena está servida, señora. - No tengo deseos de comer, respondió Sara. - Pero usted debe comer algo. La ayudó suavemente a levantarse y en ese momento una foto cae de entre sus manos. La enfermera se inclinó a recogerla. - ¿Es usted la mujer de la foto? - No lo sé. La conservo porque me agrada verla. - ¿Dónde es? ¿En África? Hay muchos elefantes. Se los ve al fondo como en silencio. - No se lo menciones a Juan en la mesa. Aclaró Sara nerviosamente. - Bueno, asintió la enfermera con una sonrisa. Habían pasado diez años desde aquel viaje a África. - ¡Despierta!, ¡Despierta! Sara levantó los párpados y pudo ver las manos de Juan sosteniendo dos pasajes. Destino Kenia. Siempre habían querido visitar ese lugar. - No fué fácil conseguirlos - Juan explicó. Tuve que sobornar al comisario para que me los entregase - sabes que su hermano es piloto de línea. Sara dió un salto en la cama y en un segundo estaba besando a su esposa con pasión y agradecimiento. Él recorrió con su mano las bien formadas nalgas de ella y se dejó besar. El reloj de pared del dormitorio marcaba las doce del mediodía. - El avión sale a las 8.00pm, no tenemos mucho tiempo, dijo Juan. Todo sucedió muy rápido. Ahora Sara repasaba con la mirada el comedor de la tienda en Kebu, los manteles individuales de hilo blanco, candelabros de plata y un arreglo floral en el centro. Cenarían con el embajador y sus amigos. Sara estaba espléndida en su vestido blanco. - Estás simplemente perfecta - dijo Juan. Ella sonrió. - Sara - quiero presentarte al príncipe Abdul de Arabia - dijo el emperador. Él rozó con los labios su mano y ella se estremeció. Ese hombre alto,rudo enigmático con ese atuendo típico árabe. Durante la cena no dejó de observarlo. de regreso al hotel, Sara argumentó estar muy cansada, se dió una ducha y entró en su cama simulando dormir. Juan, como todos los días debía escribir su diario de viaje. En un momento la observa, su respiración lenta apenas movía aquel camisón cuyos breteles caían sobre sus hombros. Había dicho que estaba cansada. A la mañana siguiente un mensaje esperaba secretamente en la recepción del hotel. El empleado deslizó el fino papel y ella lo estrujó en su mano. No bien Juan se alejó a saludar algunos diplomáticos, ella leyó ese mensaje. - "Esta tarde a las cinco en las caballerizas del hotel." Sara inventó una salida con la mujer del embajador y Juan aprovechó el tiempo libre para contratar una cacería de leones por los montes. Lo buscó entre la gente que recorría las caballerizas. Abdul se acercó a la balustrada envolviéndola con su perfume, puso su mano sobre la cintura de ella y Sara se sintió flotar. Caminaron unos metros, el príncipe deseaba observarla de cerca, la quería suya. Había algo en Sara que lo cautivaba, su dolor por no poseerla era similar a un aguijón clavado en su pecho. Tomaron dos caballos y salieron al galope. El viento sin clemencia desgarraba las entrañas de la tierr, la arena se movía peligrosamente bajo las patas de los caballos, de repente el caballo de Sara levantó sus patas delanteras despidiéndola de su montura cayendo pesadamente al suelo. El sonido de un disparo había embrabecido al animal. Abdul yacía inmóvil a los pies de su caballo. Cuando Sara despertó estaba en una cama de un hospital. Juan, sentado a un lado dibujaba una sonrisa en sus labios, no obstante la observaba con preocupación. Sara había perdido la memoria debido al golpe rcibido en su caída. Ahora en una casa especial para discapacitados le habían dicho que ese hombre que la visitaba diariamente era su marido. Solo Juan sabía que había sucedido, nunca se mencionó el nombre Abdul delante de Sara. Solo esa foto la movía.

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