—¡Uy!, hola Marga, cuánto tiempo sin verte —exclamó llena de alegría. —¡Hola Rosa, por fin estoy de vuelta! He estado un poco pachucha y por eso no he salido al patio, pero ya estoy mucho mejor. Veo que tú estás igual de bien que siempre —dijo Margarita. —Gracias, querida. La verdad es que no me puedo quejar. Para los años que tengo me conservo bastante bien —respondió tan presumida como siempre, haciendo gala de su arrebatadora belleza. —¿Alguna novedad por el barrio? —quiso saber Margarita con curiosidad. — He visto mucho movimiento en la vivienda que está al otro lado de la calle. Jacinto me contó que la han vendido y que en breve vendrán nuevos vecinos. ¿No te parece maravilloso? —Sí, creo que es genial. ¿Es la casa esa que tiene una cinta roja y blanca atada a los árboles del jardín delantero? —La misma. Creo que han delimitado la zona para que no aparquen coches y poder dejar sitio al camión que traerá todos los enseres de la nueva familia —¿Estás segura de eso? ¿No será que van a podar los pinos? —preguntó Margarita temblando. —No van a cortar nada. No te preocupes —contestó Rosa—. Bueno, cuéntame que te pasó estos días. —Nada grave. Ya sabes que en primavera siempre me viene ese cansancio tan desagradable que me hace estar alicaída. Además, había bebido poca agua. Al final estaba prácticamente desmayada. Así es que tomé ese jarabe reconstituyente, el de todos los años, y mírame, me encuentro fenomenal. Por cierto, ¿crees que saldrá un ratito el sol? Es que estas nubes tan oscuras y amenazantes no me gustan nada. —No te quejes Marga que estamos en la época del año en la que necesitamos los chaparrones más que comer. Que el verano cada vez es más largo, más seco y más caluroso. Así es que ¡bienvenidas sean las borrascas y los chubascos! ¡Deberías estar muy agradecida! —le reprendió Rosa con dureza. —¡Pero si no me quejo! Es solo que después de tantos días sin salir a la calle me apetecía disfrutar un poquito del calor de los rayos solares. Además, las tormentas me aterran. Acuérdate del año pasado cuando llegó aquel viento huracanado y se cayó la palmera de la casa de al lado. ¡Casi me da! ¡Qué miedo pasé! —se justificó Marga. —Exagerada —susurró Rosa pensando que Margarita no la escucharía. Enseguida el silencio se incorporó entre ellas junto con una leve brisa que agitó las hojas de los árboles y llenó el ambiente con el perfume de las flores de los jardines. Una abeja regordeta revoloteó alrededor de Rosa mientras esta contenía la respiración. No quería asustarla. —¡Mira Rosa! ¡Es el camión de la mudanza! —exclamó Margarita. —¡Qué susto me has dado!, querida. —Lo siento —se disculpó—. ¿Serán ellos? —Sí, sí…son los vecinos nuevos —afirmó Rosa—. Mira, allí están. Van a dejar el coche en la rampa del garaje. Y fíjate que tiene la pegatina del triángulo en el cristal trasero. ¿Sabes lo que eso significa Marga? —¿Que tienen niños? —le contestó dudando. —Exacto, has acertado. Y mira la cantidad de cosas que están bajando del camión. —¿Crees que traerán plantas y que su jardín estará tan bonito como los nuestros? —¡Por supuesto que sí! ¡No lo dudes! Esta zona se ha caracterizado siempre por tener las flores más bonitas del barrio. Te lo digo yo, que llevo viviendo aquí más tiempo que tú. ¿Acaso te preocupa, querida? —le dijo Rosa con un largo suspiro. —No, pero…ya sabes, los cambios y las novedades me dan un poquito de miedo. No puedo evit… —dejó la frase sin terminar al escuchar que alguien se acercaba gritando. —¡Mami, mami! ¡Ya estoy en el patio! ¿Cojo la maceta con la margarita? —chilló a pleno pulmón una niña pequeña. —¡Sí cielo! ¡Tráela al invernadero! ¡Y no corras, no vaya a ser que te caigas con ella! —contestó la madre. —¡Hola, margarita bonita! —dijo la niña—. Te voy a cambiar la casita en la que vives. Mamá compró un tiesto nuevo más grande que este. Es amarillo, para que haga juego contigo. Y tengo un saco lleno de tierra para echarte con cuidadito con una cuchara. ¡Verás que bien vas a estar! ¡Hala!, me ha caído una gota en la cabeza ¡Vamos corriendo que ya ha empezado a llover! —Adiós Rosa —dijo Margarita temblando desde la raíz a los pétalos. —Adiós Marga querida. Tranquila, no temas nada. Todo irá bien. Seguiré aquí cuando vuelvas, en mi macetero.
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Hola Lectora70:
Genial ese cotilleo entre las flores en un patio, que podría ser comunitario, de un corralón de vecinos, donde cada familia tiene acceso a su vivienda y comparten servicios comunes como lavabos y water. De ahí que la niña pueda coger la maceta amarilla sin ningún problema.
Me ha gustado tu historia, por ello te felicito.
Hola Lectora70,
la primera vez que lo leí no me percaté, las tomé como vecinas de barrio conversando (lo que creo pretendías). Luego volví a leer más despacio y vi que aparecía hasta el nombre de Jacinto. Un detalle, vas intercalando "Marga" y "Margarita", y yo hubiera utilizado siempre "Marga", a no ser que quisieras dejar a propósito una pista. Pero yo creo que no lo hubiera hecho. Por lo demás, alguna palabra como "amarillo" o "cuchara" me parecen metidas un poco a la fuerza. Siendo diálogos supongo que es más complicado. Amarillo quizá hubiera podido utilizarse cuando mencionas los rayos del sol más arriba, pero en diálogos sería raro que alguien lo hubiera empleado de ese modo.
Buen relato
Hola Lectora70
Tu historia es muy curiosa, tierna y cómica. Se lee de corrido y es entretenida. Si es verdad que se me hizo un poco pesado los diálogos, quizás intercalando un poco hubiera quedado un poco mejor, pero es solo una apreciación personal. Si no me quedo claro porque la niña tomo su maceta, como dice Jose, no era en otra casa la mudanza?
¡Nos leemos!
Saludos Lectora 70,bonita historia de jardín ,pero ¿no era en otra casa la mudanza? Saludos José María.
Buenas, Lectora70. Que historia más entrañable. Me ha parecido muy tierna. Aunque casi nada más empezar uno da por hecho que las que están hablando son flores, y al final no me llevé ninguna sorpresa con el descubrimiento.
Iba a comentar lo de los vocativos, pero K.Marce ya te lo ha dicho, así que no digo nada más.
Nos leemos.
Un saludo.