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Felisa levaba más de diez años suspirando por la jubilación, había echado cuentas y ya le quedaban pocos, lo cual no era óbice para que sus quejas fueran creciendo en proporción a su mal humor. Pasaba la jornada barbotando sus penas mientras resolvía crucigramas compulsivamente. Su oficio de celadora se lo permitía, al igual que a su compañero que se dedicaba a escribir pequeños relatos rompiendo convencionalismos, sin especial preocupación por la coherencia o la lógica pero buscando la pregnancia sin resultar ostentoso. Echaba mano del abundante material de desecho que recuperaba en las notas desperdigadas que encontraba al hacer limpieza de bolsillos y cajones. «Me encanta el tintineo de mis palabras, esto es blivit», decía con la vanidad pretenciosa del sabihondo. Se presentaba a cuantos concursos podía con tan poca fortuna como pericia en las letras, aunque a modo de disculpa decía que no le importaban los premios, que escribía para él.
—A ver si sabes esta, Gustavo: persona desenvuelta y gallarda —disparaba Felisa con la esperanza de pillarle por fin en algún lapsus.
—Te he dicho mil veces que me llames Gustavo Adolfo. Si tengo nombre de ilustre de las letras hay que lucirlo. La respuesta me la pones fácil: barbián y añado otra acepción: arriscado.
—Vaya, Gustavo, sí que me cabe. Eres un cielo ¿Y orate?
—Eso es lo que me voy a volver como sigas bombardeándome todas las mañanas con preguntas. En tres palabras, vete al cuerno.
En estas estaban cuando salió precipitadamente de la consulta numero 4 el doctor Juanperiañez.
—Gustavo, haga el favor de hacer el paripé y cubrir mi ausencia durante un rato. Me ha llamado la policía que nos han entrado en casa, tengo que ver qué se han llevado y poner la denuncia. No espero a nadie, solo vendrá como todos los martes ese matrimonio acartonado, ya sabe, la que siempre quiere algo porque le duele todo y el marido que nunca abre la boca. En un cajón tengo las pastillas de placebo, deles una caja y luego cierre la consulta. Por los menos un día me libro de esa petarda.
Gustavo ponía cara de circunstancias porque sabía que era una más de las trolas del doctor para escaquearse con la querida. Estos eran los «momentos estelares Gustavo Adolfo», como él los llamaba. Se ponía la bata del doctor, se sentaba en su bufete, diagnosticaba y expedía recetas a pacientes imaginarios. También revisaba los cajones. Siempre encontraba alguna pastillita por ahí perdida que le ayudaba a urdir sus escenas narrativas. En esta ocasión había productos de todo tipo.
Llegaron puntuales el señor y señora Pedernal. Ochenta y cuatro años él y ochenta y dos ella. Felisa dejó a regañadientes el crucigrama que se le resistía por la falta de ayuda del erudito compañero y les escoltó hasta la consulta.
—Doctor Gustavo, están aquí doña Virtudes y don Plácido. Vienen a por su dosis semanal —dijo con retintín.
—Buenos días nos dé Dios, doctor. Por si no está al tanto, el otro doctor nos da siempre unas pastillitas que van bien para la carcunda, creo que dice. ¿Verdad que nos va de maravilla? —dijo la señora Virtudes dando un codazo a Plácido.
—¿Ustedes follan? ¡Uy!, perdón, quiero decir ¿tienen relaciones íntimas?
—¡Qué cosas tiene, doctor! ¡Dios nos libre de esas cochinadas, además a nuestra edad! El día de nuestros esponsales a este de aquí le dejé un poco, pero solo porque luego las vecinas preguntarían —aseveró con rotundidad la señora Virtudes.
—¿Y padecen dolores ventrales?
—Lo normal. Los achaques de la edad. Unos días más y otros menos...
—Me lo temía. Por mi dilatada experiencia, el diagnóstico es evidente: sufre usted una obliteración de los conductos linfáticos aferentes produciendo serosidad acompañada de miasma que se manifiesta en las zonas pudendas. Lo de su esposo es más delicado: padece una decrepitud desopilante que deviene en vagido, no confundir con vágido. Por ello —prosiguió haciendo una pausa para darse importancia como si estuviera en sus ensoñaciones—, a lo que les ha recetado el doctor Juanperiañez, añadiré unos productos que les irán de perillas. Ya me contarán, ya.
Tomó del cajón un espray de gel estimulante y unas pastillas azules.
—Señora Virtudes, antes de acostarse aplíquese el gel ahí abajo, ya me entiende, con un ligero masaje circular y dele al señor Placido, aquí presente, una de estas pastillas para tomarla día sí, día no, por vía oral, ¡ojo! Repitan el tratamiento durante quince días. Les ayudará a aumentar la libido, digo, el alivio.
*
Buenas tardes Isan: Me ha gustado mucho tu relato por la situación tan cómica que planteas con el bedel-médico repartiendo alegría a los mayores de 80 años. Mucho mejor eso que la vacuna, bueno mejor las dos cosas.
Enhorabuena. Nos vemos pronto. Un saludo, menta
Vaya, Vespasiano. Lamento que no hayas participado pero más lamento por el motivo que lo ha causado. Si has escrito esto es de suponer que la indisposición es controlable. Espero que para la próxima propuesta estés en condiciones.
Un abrazo.
Hola Isan, buenas noches:
Este mes no he podido participar. Una imprevista indisposición, cirugía incluida, me ha dejado fuera de combate y sin inspiración para escribir algo medio regular.
Así que no me detendré en comentarios aunque me uno a los elogios de los compañeros y decirte que tu relato me ha encantado.
Un fuerte abrazo
Hola Isan
Me sumo a las felicitaciones. Gran manejo del lenguaje.
No me extiendo porque me da vergüenza frente al despliegue que has hecho y que hacen los compañeros que me preceden.
Tan solo me sumo a las felicitaciones. Lo he disfrutado muchísimo.
Laura
Hola, Pepe. Gracias por tu extenso y certero comentario. Con el posesivo SU me encuentro como el cazador cazado ya que esta misma advertencia se la he hecho este mes a algún otro compañero. Mira que es algo que suelo meter en el repaso, como la conjunción QUE, los MENTE, los gerundios, los participios... Habrá que estar más atento.
Esperando la próxima ocurrencia para febrero y con la pluma preparada.
Un abrazo.