Pensaba hacer una limpieza general. Nunca apetece; la pospones con excusas. Por maravilla de la vida o castigo a la procrastinación, gano una mudanza. ¿Los motivos? Juan y yo terminamos. Como se intuía, me adelanté (algo poco habitual en mí); ayuda a sobreponerte, pero son seis años compartiendo tu tiempo, los recuerdos: tu vida. Te has perdido dejándote llevar, convirtiéndote en una egoísta (para contigo); no es justo. Lo más duro (parecerá un tópico): olvidó mirarme con aquella pasión. Realidad es notar un halo de frialdad: verlo en sus ojos; sentirlo por sus manos: no me tocaban. Confesaré que, en el último año, me he masturbado más veces que las que habremos follado; no es tan raro... Yo me veo estupenda. Agotada de engañarme cogí valor; acepté que la felicidad es estar sola. Juan necesitó cuatro cajas; yo no necesitaba tres habitaciones. Ahora, veo más amplitud: sin alfombras donde tumbarse descalzo a mirar el silencio; sin cuadros a colores pintados o fotos con sonrisas por el olor de los viajes... “¡Había tantas que colgar!” — repasándolas en la caja—. Nunca fuimos la típica pareja que quemaba carretes, pero fuimos especiales por aquellos viajes. Embelesada, miro sin ver la que reposa en mis manos; un vuelo a recuerdos escondidos en lo más profundo de mí. El timbre de casa suena a eco perdiéndose en ese viaje por mi mente transportándome a la realidad. Aturdida, vuelve a sonar. Al fin recuerdo que, a las 17.30, vendría Ana con Danna. Emocionada, pero confusa, abro: — ¡Mel! —¡Tita Mel! —saludan alegremente mi amiga y una vocecilla de la altura de sus piernas —. — ¡Ana! ¡Enana! — ¡Que no me llames enana! —reclama Danna con mirada retadora, frunciendo el ceño; aferrándose a su moto de peluche —. — ¿Ya empiezas a chincharla, Mel? —sonriéndome —. Gracias, estarás liada... No tardaré. — No te preocupes. Ana se despidió. Besó a su cielo (mientras esa le pillaba el cuello) recordándole ser buena, sincera y tierna, respondió sí mamá; nosotras con un beso y un hasta ahora, cariño. Danna, entró fugazmente a rebuscar para encontrar lo que serle útil. No tardó mucho. Tampoco sé de dónde sacó esos folios desgastados; no recordaba que los tuviera. La miro sorprendida, viendo cómo avanza hacia mí y, curiosa, me pregunta: — Esto papel, ¿qué es? Tiene polvo. — ¡Danna! —robándoselo de las manos—. E-S-T-E PAPEL, dirás. ¿Dónde has cotilleado? —sin mirarla, sé que sonríe sin vergüenza —. Este papel, es un viejo cuento que contaba mi madre cuando las cosas no nos salían como esperábamos y las cosas cambiaban. No sabía que lo guardase escrito... — Léelo. Tú leerás más rápido que yo —Danna, convincente —. — Vale. Aunque sea corto siéntate, estarás más cómoda y presta atención —se tiró al suelo sin dudarlo. Sonriendo, comencé —. El elefante y la avispa. En una lejana selva, vivía el elefante Ótus. Era muy sabio, pues era el mayor de todos y le gustaba pasear para conocer los alrededores, pero era un poco asustadizo: se sentía inseguro si cambiaba el camino. Un día de aquellos, por su senda habitual, le sorprendió la legendaria avispa Égram: conocida por su brillante aguijón, ese la hacía diferente a sus iguales, pero a Ótus le intimidaba. Cansado de aguantar las fanfarronerías de Égram, decidió darse la vuelta e irse por otro sendero. Al llegar, se detuvo, planteándose si seguir. Esta vez no lo hizo. Tras unos días, desanimado, al no avanzar por un sitio, ni por ninguna parte, se armó de valor: anduvo y anduvo hacia donde no conocía; sin pensar, solo con su inercia. Los días que siguieron fueron así; hacia una y otra dirección. El día en que, Ótus, quiso pasear por su antiguo camino, volvió a encontrarse con Égram, pero ahora no le importó. Pasó tanto que, ella, dejó de intimidarle; no le imponía y se sentía seguro cuando se proponía hacer cualquier cosa. Égram lo percibió; nunca molestó más. Ahora cuando se ven, hablan y hablan. — Bueno, ¿cuál es la moraleja, Danna? — No sé —mientras se encoge de hombros —. Dímelo tú. Riéndome por su salida, accedo: — La moraleja es que no siempre importa el cómo seamos: grandes o pequeños; astutos y lentos; rápidos o torpes. Lo que de verdad importa es: nuestra actitud para afrontar los miedos e inseguridades; o situaciones que no esperábamos y nos hacen sentir incómodos. — Me ha gustado. Me gustan los elefantes —sin más, se levanta y se aleja dando brincos, como si llevara muelles en sus pies —. Me quedo allí, observándola y sin decir nada. Pensativa.
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Hola Cris.
Primero agradecerte la visita a mi relato.
El tuyo está muy bien. Me gustan los cuentos dentro de cuentos.
Nos leemos en el reto de marzo.
Verso suelto.
Encantado de leerte Cris soy PROYMAN1 tu vecino de arriba y quiero decirte que me ha gustado tu relato lleno de realismo en ciertos detalles que a veces la vida nos lleva a ellos queriendo o sin querer,mejor que se vaya con sus cuatro cajas,si no aportaba en la convivencia mejor dejarlo y me gusta como esta escrito.saludos y nos seguiremos leyendo.
Hola Cris, gracias por tu visita.
¿A quien no le ha pasado estar un par de horas intentando hacer sitio en un cajón?...sobre todo cuando hace mucho tiempo que no lo abres. Esa mirada al pasado, por un motivo o por otro es un excelente tema para la reflexión. Buena elección
Saludos.
Jose María Moreno:
Gracias por tu comentario; todo eso es bueno. Me alegra que te haya gustado.
Nos leemos.
Cr!S.
Hola Cristina ,creo que cuentas el principio de una historia y sigues con un cuento con moraleja ,la segunda parte me gusta y la primera nos quedamos con las ganas.Un saludo