Mi desafío: El uso correcto y menos adjetivos
Ya anciano, hoy repaso uno de mis recuerdos de juventud, una de las tantas travesuras hechas, una que cambió mi vida, que anuló el futuro que, en esos años, pretendía alcanzar.
Recuerdo que transcurrían los años sesenta, época de guerrillas, de asaltos y muertes provocadas por fanáticos con armas, principalmente en las capitales provinciales. En donde yo estudiaba, eran escasas dichas batallas callejeras. Yo tenía dieciocho años, vivía en la residencia universitaria “Colegio Menor”, distante unos ochocientos kilómetros de mi casa paterna, que había abandonado nacía dos años.
Recuerdo que era primavera cuando, una mañana de domingo, fui con dos compañeros, a presentar una denuncia en el destacamento policial. Lo habíamos planeado bien, detalle por detalle, con la seguridad de que esa broma pasaría a ser inolvidable… y, lamentablemente, para mí, lo fue.
— Señor comisario, queremos hacer una denuncia —dije serio, escoltado por mis dos compinches de pieza. Estábamos vestidos y peinados como gente seria y responsable.
— ¿Qué les pasó? Cuenten…
— ¿Vio el taller mecánico?, el de la esquina, al lado del “Colegio Menor” —y ante la seña afirmativa del policía, proseguí con la acusación— bueno, ayer a la noche, estudiábamos y oímos unos ruidos extraños y voces raras como si hablaran en alemán o chino, que venían de ese taller. Eran gritos guturales. No les entendíamos nada. Fui con ellos —los señalé— a ver qué pasaba y cuando espiamos por el portón, eso… dejó de hablar y desapareció el barullo, pero alcanzamos a ver un calendario bonito y luces pequeñas parpadeantes. Minutos después, como un despiste para nosotros, se apagaron y… silencio total. Ah… Sí… las luces apenas brillaban cuando alguien ordenó: «No toques ese botón». Sin poder descubrir el botón, volvimos a escuchar palabrotas y muy asustados, escapamos hacia la pensión mientras nos preguntábamos: ¿serán guerrilleros? o ¿serán fantasmas? Por eso estamos acá, señor comisario.
— No se preocupen. Ya vamos para allá. Ustedes vuelvan a la pensión y… ¡estudien aunque sea un poco!
Volvimos cantando y riendo por lo bien que nos había salido la broma. Recuerdo haber repetido a viva voz: “Somos unos genios”… “Somos unos genios”… mientras los aplausos propios se repetían. Ya en la cocina, brindamos con agua.
Al rato llegó un patrullero con dos agentes y una escalera. La colocaron en el tapial del taller, subieron, entraron, revisaron, salieron y se fueron. No hablaron con nosotros que, risueños, los mirábamos trabajar desde la vereda.
Al mediodía del lunes, un policía tocó timbre en el “Colegio Menor”, preguntó por mí y ya frente a él, me dijo que el comisario necesitaba más detalles de la denuncia, que lo acompañara. Miré sorprendido a mis compañeros, los saludé con la mano en alto y confiado de mi capacidad creativa, subí al coche policial.
Llegué y no recuerdo los detalles del feroz reto del comisario, pero sí que estaba muy enojado. Cuando terminó el sermón, llamó a un agente y le ordenó en voz alta: ¡Llévelo!
Me encerraron en una pequeña celda. Allí pasé la noche con frío y desesperación. Pensaba en mi madre. De madrugada, metieron a cuatro muchachos que luego supe que eran guerrilleros, que peleaban por salvar al país, que los habían agarrado en plena lucha y que varios de los suyos habían muerto por la libertad universal.
Al rato comenzaron las discusiones entre ellos, uno sacó un cuchillo, corrió a otro y clavó el puñal en mi ojo derecho. Grité como un loco y desperté en un hospital. Conclusión: perdí el ojo, a pesar de cuatro operaciones delicadísimas.
A los quince días salí de terapia, pero ya no quise seguir con mis estudios. Desde ese entonces mi vida me fue ajena al anularse el poder ser ingeniero.
Regresé con mis padres, me encerré en la habitación y en mí mismo. Pensaba solo en desgracias y amarguras. Suponía ser un verdadero incapaz cubierto por la amarga desolación. Sufría abandonos internos y voluntarios. Vegetaba durante horas y horas a oscuras. Las esperanzas eran nulas y competían con la felicidad en definir que desaparecería primero.
Años después, en parte recuperado anímicamente —padres ya fallecidos— y alentado por mis hermanos que repetían: “Mañana puede ser tarde”, “haz hoy lo máximo posible”, formé una ONG y acá estoy, dando ayuda y consejos a ciegos y minusválidos visuales, a mostrarles cómo seguir en la eterna lucha de la vida.
Muy atrás quedó aquella vocación innata, hoy ya reemplazada por otra, la solidaria y por ella me siento vivo.
Es bueno recordar travesuras.
Hola Amadeo.
He leído tu cuento y como yo viví esa época siniestra de nuestro país, tu relato me impacta mucho más.
Ya te hicieron las opiniones y correcciones. logras respetar el desafío, el cuento presenta muy bien la situación. Coincido con lo forzado de las palabras obligadas y el reto. al título le dejaría sólo Travesura, en este caso no es simple. Buen final.
Me gusta mucho leerte, gracias.
Crisha
Hola Amadeo:
Muchas gracias por pasarte por mi relato y haber dejado tus comentarios.
El tuyo me ha parecido impactante. A mi entender, las consecuencias de aquella actitud irresponsable y premeditada, no parece ser el resultado de una travesura. ¿Tal vez el protagonista tendría algo pendiente con el dueño del taller? No sé, me parece irreflexivo denunciar a alguien sin motivos y más en un tiempo de guerrillas y disturbios donde le podía caer una gorda a cualquier sospechoso de activista, guerrillero o militante de un partido de izquierda. Personalmente me tocó vivir la época negra de dos dictaduras; la franquista y la militar de Castelo Branco en Brasil, allá por los años sesenta del siglo pasado.
La actitud del…
Amadeo
Tu relato me deja un gusto amargo.
Teniendo en cuenta todos los comentarios anteriores, elaboro mi propia teoría al respecto.
No me resulta verosímil, como diría una querida amiga al respecto de tu historia. En cuanto a lo formal, los compañeros han dejado sus huellas.
El hilo conductor llevaría como para escribir una novela y no un relato de 750 palabras. La historia es brutal y lastimosa, de travesura no tiene ni un ápice.
Yo quiero también quiero la libertad universal, y la paz mundial.
Cordiales saludos.
Hola Amadeo, no queda mucho que agregar a lo que han comentado los compañeros/as.
Mi impresión de la lectura es buena, lo he leido de una sola vez resultándome comprensible. Se saca una buena reflexión de ella: siempre, siempre...hay que salir adelante, por muchas adversidades que se nos presenten en la vida.
Saludos, nos leemos.
Vibe(17)
Hola Amadeo, gracias por pasar por mi texto y comentar. He leído el tuyo y lo encontré un buen ejemplo para reflexionar sobre la educación, la incertidumbre que tienen hoy los jóvenes sobre el futuro, la profesión, el trabajo.
En tu narración es una broma que resultó una tragedia, pero hay muchos casos que por otras circunstancias no pudieron realizar sus sueños, pero tampoco buscan otros caminos. Lo bueno de tu historia es eso, que el protagonista salió adelante cumpliendo una tarea muy noble y abnegada.
Nos seguimos leyendo. Saludos, Esther