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Una vida mejor - Valverdi- (R)


¿Alguna vez has pensado que hay alguien por ahí, idéntico a ti, pero completamente diferente?

Ya sabes, alguien que luce exactamente como tú. Pero que ahora mismo está relajándose en la terraza de su mansión en Beverly Hills, rodeado de hermosas mujeres. O quizá cerrando un negocio millonario en el Ritz de París, mientras bebe una botella de Dom Pérignon. Pues bien, si alguna de esas versiones de mí existen en alguna parte, sin duda soy el más jodido de todos.


Ya no hay mucho trabajo para un Investigador Privado estos días.

Cualquiera encuentra cualquier cosa en Internet. Solo necesitas poner el nombre de la persona en el buscador y un torrente de información te golpea en el rostro peor que Sidney Poitier en el ‘67. Lo peor es que la gente entrega toda esa información voluntariamente. Bastante estúpido, si me lo preguntan.

Aunque a esta generación no le importe mucho lo que un viejo de cuarenta-y-pico, casi desempleado tenga para decir. A menos, claro está, que lo publique en Internet. Ahí siempre hay alguien con algo para opinar.


Como sea. Iba por mi tercer vaso de Jack, cuando escuché una voz familiar. Sentí esas grandes tetas presionando contra mi brazo. Me giré para ver esos hermosos ojos verdes al tiempo que me lanzaba una sonrisa cómplice:


– ¡De nuevo aquí metido, ¿eh?!

– No hay mucho que hacer allá afuera, Mercy. Además, está helando.

– Me imagino que nuevamente tuviste un mal día. – Respondió mientras presionaba aún más fuerte sus tetas contra mi brazo.

– Hoy no estoy de humor, querida. Quizá mañana.


Me lanzó una mirada de aburrimiento por encima del hombro mientras se alejaba en ese ajustado vestido rojo. “No me gusta cuando se va, pero me encanta verla hacerlo”, me dije.


Y en realidad no estaba de humor. Mi ex había estado llamando por la pensión alimenticia. Generalmente le lanzo un hueso para mantenerla callada unos días mientras consigo el resto del dinero, pero como ya dije, el negocio ha estado algo lento estas últimas décadas.

Qué mierda de vida, pensé, mientras terminaba mi trago.


Desperté por la mañana. La luz del sol se colaba a través de las cortinas entreabiertas.

No hay nada como despertar por la mañana con una resaca terrible y la sangre de un desconocido en tu camisa favorita.

Momento, es labial de Mercy. Supongo que al final de la noche recuperé mi buen humor. La miré durmiendo a mi lado, desnuda. Al momento que lanzaba un sonoro ronquido.

Me levanté de la cama.


Llegué a la oficina cerca de las diez y treinta. Es una pequeña oficina arriba de una restaurante de comida oriental, en el centro de la ciudad. La calefacción llevaba cerca un mes rota, así que tengo que mantenerme puesto el abrigo para no perder calor.

Abrí la puerta y fui directo a mi escritorio, saqué del cajón derecho una botella de Jack y me serví un trago. Mientras ponía mi trasero en la silla tapizada en piel que estaba más fría que un carajo, recordé la mansión en Beverly Hills.


Había un mensaje nuevo en la contestadora. Un tipo entró aquí el otro día vociferando que su esposa le era infiel.

Generalmente las mujeres están hartas del mismo perdedor con el que llevan casadas veinte años. Así que se pasan el día en casa de sus amigas, tomando una copa o de compras en el centro comercial. Es un trabajo tedioso, pero me ayuda a pagar las cuentas.

El mensaje era el tipo. Según él, su mujer saldría de casa hoy cerca del mediodía. Aún tenía tiempo, así que me recosté en la silla.


Tomé el diario The Morning Post y me dispuse a leerlo. Nada interesante.

En tiempos de paz nunca hay nada interesante, aunque esa vieja máquina soldadora en los Clasificados se ve bastante bien.

Cerca de las once estaba listo para salir, incluso tendría tiempo de almorzar algo en el camino. Tomé del cajón izquierdo del escritorio mi vieja Smith & Wess. Nunca he disparado a nadie, pero me gusta cómo se siente en mi cintura.


Cuando estaba saliendo de mi oficina sonó el teléfono; tuve que decidir si abrir la puerta y tomar la llamada o hacer oídos sordos. Me pregunté qué haría mi doble en esta situación.

Tomé la llave de mi bolsillo, giré la cerradura nuevamente y abrí la puerta. Tuve que correr hasta el teléfono puesto que estaba entrando la contestadora:


–¿Diga?

–Tengo un trabajo para usted, respondió la voz al otro lado.

*




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