Tras pasar la noche mirando el reloj y contando ovejitas, bajé al parque a despejarme. Me derrumbé en un banco con un libro sobre Farinelli, il castrato, un dios de la ópera.
No me di cuenta de que hablaba solo hasta que me avisó doña Gertrudis, una vecina sorda como una tapia que madruga para pasear a su caniche. Pero eso fue después.
Cuando llegué ni me vio; sentada tres bancos más allá, echaba migas a las palomas.
Mientras leía, le daba vueltas a mi calamitosa situación. Todo se embarullaba en mi cabeza. No sé que me rondaba el coco cuando alguien se inmiscuyó en mi soliloquio. Si recuerdo lo que dije inmediatamente antes. “No es justo”, dije.
— ¡Qué sabrás tú de justicia!—respondió una voz de mezzosoprano.
Miré alrededor, bajo el banco, detrás de un madroño en el que un oso podría haberse camuflado y hasta en la copa de un pino. Pero nada; los únicos seres vivos en las inmediaciones eran doña Gertrudis y su chucho, descartables como fuente de aquellos arpegios.
―Todo es producto de tu imaginación ― pensé.
―Que te has creído tú eso ―, respondió la voz.
―¿Quién anda ahí?, ¡da la cara! ―grité bien alto, decidido a parar los pies al intruso.
―¿Eres tonto o te lo haces? ―La respuesta me dejó helado―, llevas una hora dándome la chapa; que si no es justo, que por qué te castigo, que si hay que ver con lo que me rezas y las misas de los domingos…, ¿y aún preguntas quién soy?, ¡hay que fastidiarse!
No era un vozarrón de trueno como el que yo atribuía al Todopoderoso, más bien tenía la tesitura de voz de una diva del bel canto, lo que quitaba hierro a una situación que, en clave de sol, me habría sobrecogido.
―Pensaba en las calamidades que me acucian ― respondí, con algo de retintín.
―Para lamerte las heridas no necesitas contarme tu vida, qué me importa a Mí si rezas, te la cascas o das limosna a los menesterosos: déjame tranquilo… ¡sé un hombre!
“No puede ser Él”, pensé. Pero, por si acaso, me postré de hinojos. Sentí un pinchazo horrible en la rodilla.
―¡Ay…! ―gemí de dolor.
―No grites, no soy sordo.
―Me he clavado algo puntiagudo.
―Ya lo sé, una aguja hipodérmica ―dijo la voz.
―Pero… ¿cómo lo sabes?..., si no estás aquí―tartamudeé.
―¡Qué soy Dios, puñeta!
―¡Lo que me faltaba! ¡el SIDA!
―¡Menudo hipocondríaco estás hecho!, aunque reconozco que me has salido algo gafado.
―Los médicos no me hacen ni caso ―protesté―... ¡oye!, ya que eres omnipotente, ¿no me podrías echar una mano con la Seguridad Social?, ¡si supieras como está la sanidad!, y no será por el parné, que, a la hora de pagar impuestos, mi menda el primero.
―Si solo fuera la sanidad…¡tenéis todo hecho un asco! Os doy los mares y ¡hala!, llenos de plástico y porquería; creo el firmamento y agujereáis la capa de ozono: ¡qué estamos hasta el cielo de CO2, coño!...y eso por no hablar de política…, en fin, ¡un desastre!; todo lo rompéis...y luego venís a que os saque las castañas del fuego.
―¡Nos sentimos tan solos!, debe ser el diablo que nos tienta —me disculpé.
―Aquí el único diablo sois vosotros.
―No me digas que no existe Satanás.
―¡Pues claro que existe!, lo inventé para teneros a raya, pero no le hacéis ni caso...¿y los curas?, ¡menudo fiasco! peores que el mismo diablo: ¡jodidos pederastas!
―Oye, Dios, en confianza, te veo un pelín deprimido, y encima… esa voz de flauta… ¿es que estás afónico?
―Si si afónico…el cabrón del romano...
―¿Qué romano?
―¿Hiciste pellas en clase de religión?, ¿no te acuerdas de los centuriones pinchándome en la cruz mientras se rifaban mis calzoncillos?; pues a uno se le fue la lanza y me rebanó los… ―Sentí que su voz zozobraba y se volvía opaca.
―¿los versículos? ―le animé a terminar la frase.
―¡que versículos ni versículos!… ―tronó―, ¡vaya preguntita!
―¡Bueno, bueno!, no te pongas así..., al menos eres eterno ― dije quitando hierro al asunto.
En ese momento sentí una mano que me zarandeaba. Era doña Gertrudis.
―¡Oiga!… ¿se encuentra bien?, ¿le pasa algo?, está gesticulando. Tenga, se le ha caído el libro, ¡qué cosas lee usted!, ¡por Dios, un castrado! ¡A ver si se busca una buena mujer, que desde que lo dejó la Puri está hecho una calamidad!
*
Hola Verso Suelto,me gustó tu relato, escrito con humor.
Bien estructurado, el tema interesante y un final inesperado que te hace reír.
Saludos y feliz descanso.
Hola Jesus, Gracias por pasar por mi relato y comentarlo. Vaya relato el tuyo bastante atrevido, lo digo en el buen sentido, como ahora abundan los ofendidos y algunos detalles son bastante controversiales. Me ha gustado mucho el tono divertido que le has dado y esos detalles "atrevidos" que te mantienen interesado en la lectura.
Saludos,
Wanda Reyes
Hola Jesús,
primero, te doy las gracias por el espléndido relato que nos has regalado. Me he reído un montón.
Te felicito, me ha encantado la irónica denuncia, haciéndonos ver los fallos humanos de boca del mismísimo, de esa forma tan irónicamente divertida.
Todavía tengo pendiente la lectura de tu relato del mes pasado, gracias por tu paciencia. En cuanto pueda me paso.
Un abrazo. Vibe(13)
Buenas tardes Jesús: Me ha gustado tu relato porque denuncias todo lo que cotidianamente denunciamos entre los amigos y grupos de wasap pero de una manera irónico y con mucho humor. Ha sido muy divertida su lectura.
Enhorabuena, un abrazo, Menta
Hola, Jesús. ¡Qué relato más bueno! Un relato al que no le sobra ni le falta nada para hacerlo perfecto. Eso se llama mimetismo entre lo que lee y su realidad precaria. Ya lo ha comparado con mucho acierto Isabel al hablar del Quijote. Un relato que, desde el principio, se lee con una sonrisa.
Irónico, divertido, fresco y a su vez soltando estopa a diestro y siniestro contra las injusticias. No se necesita mucho: un tipo atribulado, un libro y la vecina sorda que la presentas al principio en un flashback.
Los diálogos, geniales, le dan un dinamismo y una veracidad que de otra manera habría sido imposible. El lenguaje adecuado, no podía encajar mejor en la situación del…