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Uno de los nuestros -Leosinprisa- (R)

—Cuénteme algo nuevo —dijo el hombre sentado al otro extremo de la mesa, ocupada por unos folios y un llamativo bolígrafo. —Pues no sé… —Ernesto dudó, no era la primera vez que aquel hombre intentaba enredarle en sus trampas. —Vamos, venza su timidez. No estamos aquí para causarle ningún daño —habló aquel individuo, mientras entrelazaba sus manos en un gesto amigable. —Yo… ya estoy bien. El efecto de la medicación produjo un efecto extraño. —Está tenso. Voy a examinarle —dijo el hombre levantándose de su asiento para mirarle los ojos. Un foco de luz directo impactó en su iris, cegándolo por unos instantes. —Cuénteme algo nuevo —insistió otra vez. A Ernesto le pareció que no era sino la continuación de un interrogatorio, una excusa para seguir reteniéndole en aquel edificio gubernamental. —Su nombre es Nicolás, psicólogo del CNI. Está evaluando mis capacidades para entrar en el servicio de inteligencia. No se fían de mí. —Veo que su memoria ha vuelto. Por el historial personal comprobamos que padece ausencias desde niño y está bajo tratamiento médico. ¿No cree pueda ser un serio obstáculo para su aceptación? —No soy quien tiene que decidirlo —dijo Ernesto con gesto resuelto. Nicolás lo miró. Su rostro carecía de expresión, frio, intrigante, como si en aquel momento el cuerpo de aquel individuo fuera tan solo una carcasa. —Bien, puede irse. Recibirá notificación nuestra en el plazo máximo de una semana —el psicólogo volvió a su asiento para tomar una serie de notas. Ernesto salió con paso dubitativo. Había algo que quería contar, pero temía que lo tomaran por un loco. Desde que tenía recuerdos, desde muy niño, siempre había tenido la compañía de… No. No debía decir nada, su lengua se paralizó como si le clavaran un aguijón, no era doloroso ni por lo cual debía sentir vergüenza. El silencio era la mejor opción. Deseaba trabajar allí. Quería ese trabajo. —Es de los nuestros —dijo Nicolás en aquella habitación vacía, mientras las cámaras ocultas habían grabado la que había sido la quinta reunión con Ernesto. No obtuvo respuesta. Tan solo se limitó a sacar, de debajo de los folios, una foto que aquel candidato a espía le entregó, en uno de sus lapsus de memoria. La observó por un momento y esbozó una leve sonrisa. Su compañero había vuelto a la habitación, el agente Marcos, quien llevaba el expediente de Ernesto. Una gruesa carpeta con exámenes clínicos, test psicotécnicos y documentación variada. Una serie de lápices de memoria, con fotografías y archivos de video, conformaban la otra parte de información recopilada sobre el aspirante. —¿Deseas incluir algo más? —Marcos abrió el dosier, invitando a que Nicolás aportará la última información. —Está es concluyente —afirmó el psicólogo, entregando la foto a su compañero de análisis de solicitantes. —Le enviaré la notificación cuanto antes. —Creo que dentro de un par de días será mejor. Es necesario que tenga un periodo de reflexión. Aún no sabemos si “él” aceptará —dijo Nicolás con aire dubitativo. —Es de los nuestros, tal como has afirmado demuestra grandes cualidades. Nunca baja la guardia. —Sí, pero es independiente. Su nivel de abstracción puede ser un problema a la hora de recibir órdenes. —Aceptará. Le gustan los desafios, quiere poner al límite sus capacidades —Marcos salió en dirección al archivo. Antes de introducir el expediente en el clasificador correspondiente, miró por última vez la foto que Nicolás le había entregado. No había ninguna duda, era de los suyos. Ernesto caminaba por la calle, con un paso tranquilo, para detenerse ante un escaparate de electrodomésticos que llamó su atención. La gente pasaba al lado, ignorándolo, como siempre habían hecho y no dudaba, lo harían en el futuro. —Se lo debía haber contado —dijo mirando su reflejo en el cristal. —Yo he obrado por ti. Saben que eres valioso, ten paciencia —contestó una voz procedente de su hombro derecho, aunque otras veces le hablaba desde el contrario. No solía tener un sitio preferente. Ernesto sonrió. Cogió una copia de la foto de su bolsillo. Allí estaba, sentado al estilo de un pequeño buda, sobre su hombro, como si fuera lo más normal del mundo. Miró al resto de la gente. Todos llevaban un ser a su alrededor, con diversas formas y colores. Ninguno igual. Pocos podían verlos y nunca, nadie, delataba su presencia. Para él era un pequeño elefante, de topos negros y piel blanca. Espíritu guardián, ángel de la guarda, de más allá de la muerte. Su otra mitad. El aliado que todo buen espía necesitaba.

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