«Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos". Esa fue la frase que llegó a mi pensamiento, al encontrarme en aquella autopista, poco transitada, con un sol centelleante. Se perdía en el horizonte, no alcanzaba a ver su final. Una ventisca levantó la arena, hiriéndome los ojos y el cuerpo. Me anudé un pañuelo en la cabeza para amortiguar los rayos del sol. Tuve que dejar el vehículo tirado, debido a que se le rompió el radiador y no había donde conseguir agua para alimentarlo y tratar de llegar a una bomba cercana.
Comencé a caminar en la misma dirección en que venía, había dejado una gasolinera y un restaurante muchos kilómetros atrás y pensé que de seguir adelante podría encontrar algo más cerca. El sol se aproximó a lo más alto y pronto sus rayos caerían de manera perpendicular. Lo que tenía de líquido era un litro de gaseosa que traje conmigo. Comencé a andar con vitalidad, lo hice a buen ritmo. Luego fui perdiendo energía y caminé más lento. El sudor corría por los brazos y el rostro. A lo lejos no avizoré ninguna edificación que diera señales de que alguien habitara cerca. La incertidumbre y el cansancio se apoderaron de mi mente.
Noté que el líquido en la botella se iba a agotar. Traté de racionarlo. Dos horas después el avance se hacía más penoso. No circulaba algún carro que me sacara de este destierro. Al frente solo veía una mancha arenosa bordeando una cinta negra de asfalto. A pesar del esfuerzo mí avance fue de unos pocos kilómetros.
Me vinieron al pensamiento, Isabel, mi esposa, y los hijos. Se sentirían desolados al no verme llegar esta noche. José y Patricia, eran todavía muy niños, Isabel era una mujer joven dedicada a la casa y al cuidado de nuestros hijos. Un susto se apoderó de mí: ¿Y si no salgo de esto? Traté de tranquilizarme y de ser más optimista.
Continué la caminata, el sol comenzó a bajar de intensidad. En un momento pensé en desandar el camino recorrido y volver al vehículo, pero devolverme no sería lo mejor. Saqué fuerzas de donde no tenía y apuré el paso. Pero nada aparecía al frente que me diera ánimos. Entró la noche y no se veía una sola luz que anunciara vida humana.
El cansancio se apoderó de mí y el sueño cerró mis ojos. Fue una noche cargada de imágenes. La primera en la sala con mi familia; de pronto ingresaron unos hombres, nos apuntaron con sus revólveres y nos maniataron. Luego vino otra en la que me despedían del trabajo. Me sentí agobiado. Un momento después, estaba en una isla, luego de un naufragio. El único que se salvó fui yo. A la playa llegaron varios de los guacales que venían en la embarcación. En ellos había comida, licor, bolsas de agua, mantas, unas almohadas y muchas cosas más. Pero entre todas, hubo una que llamó la atención, pero la deseché, la consideré inútil. Husmeé un poco más en el montón de bártulos y encontré un mantel. Lo extendí debajo de una palmera, serví frutas, carnes, pan, quesos, verduras y un vino. Un malestar revolcó mi estómago de tanto comer y tuve nauseas. Algo de lo que tenía adentro lo arrojé al mar. Me arropé muy bien con las cobijas, puse una almohada bajo la nuca y quedé dormido al instante. Pero algo no me dejó conciliar el sueño de manera profunda. Tenía fija la mente eso que me llamó la atención y que dejé a un lado. Después de un largo rato busqué entre esos trastos y lo encontré: era una lámpara. La froté. Esperé un momento y nada pasó.
El amanecer trajo el frío, temblé bajo el saco con que me abrigaba. Estaba recostado a un borde de la carretera sobre la arena. El sol comenzó a despuntar, busqué la lámpara por todas partes y no la encontré. El pito como de un barco retumbó en mis oídos. Miré a lo lejos, pero no veía nada. Volví a observar con más detenimiento y en el horizonte alcancé a divisar un punto que se movía, creí que se trataba de un espejismo. Aún permanecía entre dormido y despierto. Debe ser un transatlántico que se aproxima para rescatarme, pensé. Quise invocar al genio, pero había perdido la lámpara. El punto se hacía cada vez más grande y de un momento a otro sentí el aire de sus frenos respirar a mi lado.
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Hola, Lucho. Muchas gracias por pasar por mi relato. El tuyo me parece muy interesante. Esa narración en primera persona que nos mete en la piel del prota y ayuda a sentir sus emociones, de tal modo, que la parte final se llega a vivir junto a él. Quizá, para ganar fuerza, debieras replantearte la narración con menos verbos "comodín". Eso de "comencé", "sentí", "pensé", "dejé", "quise"... Todos esos verbos que en una narración en 3ª persona funcionan pero que pasada a primera persona hacen que a veces la cosa peque de artificiosa.
El ritmo es muy bueno. Esas frases cortas, y no tan cortas, hacen que la trama avance con lógica y claridad, aunque es bueno ir variando de…
Hola Lucho.
Me gusto tu relato. Yo no hubiera regresado a la vigilia. Me gusto el transito de la banda de la carretera al mundo onírico. La carretera como puente entre realidades. Tu texto es limpio, quizás, demasiado. Hace años que no leía o escuchaba la palabra "guacal". Me recordó a mi abuelo. En mi tierra ya es un arcaísmo. Fue un placer leerte. Felicidades.
Gracias Tirma por tus comentarios, los cuales tendré en cuenta. sobre todo lo de las frases cortas muy seguidas. Saludos
Hola Luis Fernando (Lucho), por fin llegué a tu relato.
Me gusta el título “Varado” con la doble acepción de: “quedar detenido un vehículo por avería” y también se dice de una embarcación que encalla en la costa, las peñas o en un banco de arena (por el sueño del barco)
Una aventura que transcurre entre la realidad y la ensoñación. El miedo nos paraliza. Has descrito bien la angustia, y la parte onírica refuerza la sensación.
Después de dos puntos se escribe minúsculas salvo algunas pocas excepciones que no vienen al caso.
Que hayas elegido contar la aventura con frases cortas y muy cortas, en parte es efectista y funcionan, prestan velocidad y dinamismo, pero convendría para que n…
Jesús muy acertados tus comentarios. Ismael y Jesús, me dan ánimos para seguir con este intento de escribir. Muchas gracias