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Vida d un elefante -Charo Bolívar- (R)

Me pesan las patas, no sé a dónde voy. El sol languidece hacia el oeste, ¿o era el este? ¡Uf! A saber por dónde sale el sol y por dónde se pone. Fue aquel ser de la tribu de los hombres quien me enseñó a caminar cuando mi madre murió al nacer yo. Y me enseñó a mirar el sol al amanecer y al anochecer para saber en qué lugar estaba. Pero ha pasado tanto tiempo, no sé si he perdido algo de memoria y solo unos pequeños recuerdos me atormentan a veces. Trozos de vida que se parecen a ratos de cosas que no sé si he vivido. Las fotos que los niños se hacían en el zoológico, ellos tan pequeños y yo tan enorme. Ellos tan felices y yo tan perdido. Me daban de comer y me limpiaban cada día, no me faltaba el agua, pero cuando miraba aquellas rejas no podía reprimir una lágrima. Estaba solo, aunque no me faltara de nada. Los hombres mirándome y riendo con sus dientes tan blancos y su piel tan oscura. Miraban mis colmillos, oro puro, pócimas para el amor, sabían cuánto valían y se les escapaba la avaricia por el rabillo del ojo. De repente recuerdo cuando era un cachorro y pensaba que me querían a mí y poco a poco fui descubriendo que sólo deseaban los colmillos que servían para mi defensa. Mi defensa en la selva porque del hombre es imposible defenderse. Ni de los aguijones que se me clavaban desde lejos cuando me dormían para hacer sus experimentos conmigo. Era un zoológico muy pequeño en Nairobi, los anuncios de los carteles así lo decían. Unos pocos leones y tigres, algún orangután y un cocodrilo en un lago artificial. Nada más. Y la principal atracción era yo. El gran elefante blanco y sus colmillos de obsidiana negros, completamente negros. Una rareza de la naturaleza, “un dios”, decían algunos, “un demonio”, escupían otros. Y todos ellos me miraban horas y horas intentando descifrar de dónde había salido. Fue Nana quién llegó un día y me compró. Los ojos de mis cuidadores se abrieron como platos cuando escucharon la cifra. Los hombres son tan estúpidos que se matan por cifras. Y Nana me sacó de allí, y Nana me llevó a un reserva natural y Nana me cuidó como sólo se cuida a un hijo. Pero Nana se fue, como nos vamos todos cuando llega la hora. Y antes de irse dejó mucho dinero para alguien en especial. Alguien que estuviese conmigo hasta que, una vez me llegara el ocaso supiera llevarme a ese lugar infinito y maravilloso, donde solo llegan los que tienen que morir. Y allí, con mis patas cansadas y sin aliento me quedé muy quieto y dejé que unos ángeles llegaran y me llevaran de regreso con mi madre, en un lugar verde y frondoso donde no había hombres. Aquí espero ver sus luces y sus manos abiertas para recoger mi alma. Al fin y al cabo mi vida no fue tan triste, seguramente muchos de mis hermanos yacen en cualquier sabana sin colmillos, desangrados por la codicia del hombre. Mi último pensamiento es que sin hombres la naturaleza seguiría su curso eterno. Sin duda, los hombres se extinguirán tarde o temprano. La naturaleza volverá a vivir con sus leyes y sin ambición. Vivir de la manera adecuada: dejando que los demás vivan en paz. Es tarde, se hace de noche, y veo esas luces maravillosas que se acercan. Ahora, por fin, soy libre.

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