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Viernes de Dolores - Isabel Caballero - (R) +18

El sargento Pellicer miró a la mujer  por encima del carnet de identidad que sostenía en su mano.  Nadie diría su edad  disimulada  bajo la capa de maquillaje y el rojo de los labios. Se  había informado de que fue una de las tantas siervas de la Casa Grande, en  aquellos tiempos de la España profunda y rural en la que existía el atavismo de respetar al amo,  aunque éste tuviera derecho de pernada.  Es lo que pensaba el sargento poniéndose inconscientemente de parte de ella. Él también era hijo de campesinos.

—Y antes de que lo averigüe, sí, fui puta y a mucha honra, pero ya no, pregunte a quien quiera.

Lo que no sabe el sargento, pensó Dolores, es que  cuando me quedé preñada    del señorito me  dieron algo de dinero  con el que me fui a París donde tenía a mi  prima sirviendo.

—Tuve una hija, ¿sabe usted?, y como no quería que hiciera  lo que yo hice,  desde que cumplió los trece la apunté  en un taller de confección  para que tuviera oficio.

—Tenga en cuenta, señora García, que solo son preguntas rutinarias dada la relación que mantiene…, que mantenía  con don Eufemiano Benjumera y Llanez.  No obstante, puede negarse a responder y  consultar con un abogado si así lo considera.

—A ver qué culpa tengo  de que el hombre haya fallecido,  que yo sepa, tener un querido no está penado por la ley.

Dolores miraba de refilón al sargento, quien anotaba  en un  cuaderno  todo lo que ella decía

—¿Por qué volvió a España?

— Ya tengo una edad,  no puedo trabajar de…, ya sabe, mucha competencia. Con mis ahorros montamos un taller aquí.

—Cerca de su pueblo natal —ratificó el sargento mirando su cuaderno —. ¿No habría sido preferible instalarse en alguna ciudad más importante?

Pensó que el policía no sabía nada de negocios.  Precisamente,  por lo provinciano del lugar a las señoras le encantaba todo lo que sonara a extranjero, ella conocía bien a sus paisanos. Hizo correr el rumor de que trabajó en uno de los “atelliers” de costura más importantes de París. Su pronunciación algo gangosa, lo gutural de sus   erres y el fingido olvido de algunos giros castellanos hicieron el resto.

—Mi hija tiene buen gusto y   arte  con las tijeras,  contratamos un par de modistillas del lugar... y  voilà!

Si es que  no aprendía, en el fondo era una sentimental. Cuando casualmente vio al señorito,  se le salió el corazón del pecho.  Me miró,  se acercó, y  al poco estábamos  charlando animadamente en una de las cafeterías.  No me reconoció y yo no le dije  que  era la Dolores.

—Así que  el señor Benjumera se vistió de nazareno en la casa de usted…

—De penitente. Yo misma le vestí…,  si es que vivía más conmigo que con su mujer, se encaprichó de mí, ya ve, aunque no soy su única querida, investigue usted.

—Ya lo hemos hecho.

—La legítima ya está más que acostumbrada a tanto cuerno.

Tuve que decirle  quien era, y que la chica era su hija, ni por esa dejaba de molestarla   el muy cerdo, si es que hice lo que  hice  porque no había otra.

—No es mía.  Puedes haberte quedado preñada de cualquiera.

—¿Es que ya no te acuerdas? Fuiste el primero, luego ..., ya en París no me quedó más remedio que...

—La que es puta es puta. Anda, déjate de monsergas y  hazme lo  que sabes hacer tan bien.

Él era el que mandaba,   si le daba la  gana  de tener a la niña  en su cama, la tendría.

El viernes de Dolores  le coloqué  la túnica de lino,  la capucha,  y  le sujeté a la cintura la madeja de cuerdas. Antes embadurné  las sogas por la mierda de mi gato y de mis dos periquitos.

Si es que me parece que lo estoy viendo ante la masa fervorosa.    Asió  la empuñadura de la madeja  y, balanceándola, golpeó sus hombros, a la izquierda,  a la derecha, a la izquierda… Pasado un rato, el  cofrade avisó al práctico, quien le picó la piel, doce pinchazos, pues doce fueron   los apóstoles.

No duró ni tres  días.  Así reventó el muy cabrón. A ver como convenzo al sargento de que yo no…

—¿Y de qué murió si se puede saber,  teniente?

Sargento. —corrigió —. De una septicemia. Falleció  entre escalofríos, fiebres altas, respiración acelerada y frecuencia cardíaca elevada.

—¡Vaya por Dios!

— Un caso desgraciado, a veces ocurren esas cosas.

No hubo más preguntas del sargento Pellicer.

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