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Volver a empezar (CL2) - Laura - (R)


Todo terminó. La ceremonia final nunca existió por la pandemia. Ella se fue en la ambulancia, no pude acompañarla, no la vi mas. Ambos sabíamos que así sería. Una secretaria me informó de su final.

Sara me había preparado para su partida, pero es inútil, es imposible estar preparado. El dolor sube en oleadas, me asfixia por momentos.

Tengo que aprender a vivir sin ella. La pintura de las paredes, las cortinas, los pisos, los muebles, el jardín, todo, todo me la recuerda. No puedo creer que ya no esté más

Estoy solo, y no sé que hacer. Recorro las habitaciones, mis pasos golpean el silencio de la casa tan vacía como yo.


Me siento en mi sillón. Un largo gemido surge de lo más profundo de mí, lo dejo salir.

A través de la ventana el otoño anida en las plantas. ¿Cuándo cayeron tantas hojas? El suelo del patio es una alfombra en distintos tonos del dorado hasta el rojo.

Estoy agotado, se me cierran los ojos, con suavidad me hundo en un pozo que se abre a mis pies. Voy hacia la nada.

Despierto con frío. Sin pensarlo, miro el reloj. ¡Son las siete! Voy a la cocina, pongo agua para prepararle un té mientras busco apresurado su medicación. ¿Cómo se me pasó? Me detengo cuando enciendo la luz, entonces recuerdo. Sara ya no necesita nada.

Me duelen las fotos, ella me mira confiada, siempre sonriente. Vuelvo al sillón donde pasé tantas horas .

La tarde da paso a la noche, el reloj marca el transcurso de las horas. Tal vez no le interesa mi dolor, tal vez es mejor que siga inmutable marcando el paso del tiempo.

Con cuidado me levanto, pruebo si mis piernas responden, estoy algo entumecido. Cierro las ventanas, las últimas luces del día se filtran dándome un pésame tardío.

La oscuridad me espía desde fuera, la dejo entrar. Duermo de a ratos, despierto sobresaltado. Deambulo por la casa a oscuras, soy una sombra de lo que fue un hombre.

Tengo hambre y frío. Reviso la heladera, preparo un sándwich con pan viejo que rescato desde el fondo de la alacena. Una taza de té me devuelve un poco del calor perdido, me reconforta.

Uno de nuestros hijos me llama, le aseguro que estoy bien, todo lo bien que puedo estar. Por enésima vez se ofrece quedarse conmigo, por enésima vez le digo que no es necesario. Necesito estar solo.

Estoy cansado. No quiero ir a nuestra habitación, no puedo afrontarla. Por suerte está la de los chicos, preparada siempre para cuando alguno se quería quedar. Me cubro con la manta, sin quitarme la ropa. Doy varias vueltas, la manta se cae, tengo frío en los pies. Me saco la ropa, me acomodo mejor. No puedo dormir.

Por la ventana veo el reflejo de la luna. Qué bella que está, Sara, te gustaría verla. Un nuevo sollozo hace que me sacuda en la cama. Sara, siempre Sara en todo.

Un cigarrillo tal vez me vendría bien, pero hace tanto que no fumo que no sé si sabría hacerlo. Cierro los ojos, me acomodo mejor en la cama. Sigo sin poder dormir. El silencio es insoportable, la cama es incómoda, no encuentro el encendido de la luz, me duele la espalda, me siento. No sé que hacer.

Un perro comienza a ladrar, otros le hacen coro, y luego comienzan a callar. De pronto, tengo la necesidad de salir, la noche me llama. No me puedo resistir.

Abro la puerta, me sobresalto. Hay un pequeño bulto, un perro que asustado se aleja con velocidad.

Me siento en los escalones de acceso. La luna esté plena, ilumina el jardín, la calle, todo. Es una hermosa noche serena. Nada ni nadie se mueve.

El perro vuelve a pasar por la vereda, lo llamo. Se acerca de a poco, cauteloso, se sienta a unos metros de distancia. Le traigo un poco de agua y algo de carne. Dejo todo en el suelo, y vuelvo a mi lugar. Bebe el agua con ansiedad, sin dejar de mirarme. Algo saciado, se sienta y me mira con sabiduría ancestral invitándome a hablar.

Le hablo de ti, Sara, de nosotros, de nuestro amor, de nuestra vida, descargando mi alma. Las palabras brotan imparables mientras la noche nos hermana, somos dos almas adoloridas.

Abro la puerta, levanta las orejas, interesado. Jadea con expectación, tímidamente mueve la cola. Lo invito a entrar, él acepta.

“Mañana será mejor” decías. Y, como siempre, estabas en lo cierto.

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