La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.
Oscar Wilde.
Dentro de su traje presurizado, medita mientras flota en el espacio. No está en trance de muerte, pero su vida completa se atreve a desfilar por su mente, igual que las sombras platónicas sobre las paredes de la gruta. Tiene que probar una nueva tecnología y, aunque ha realizado múltiples simulaciones y ensayos, todavía está dudoso y ya no puede echarse atrás: va rumbo a reingresar a la atmósfera terrestre en solitario, sin nave, solo protegido por el traje de astronauta.
Lo eligieron por su destreza en las denominadas caminatas espaciales y por su temple de acero. Compitió con colegas que tenían experiencia de reingresos tormentosos y les ganó, no se sabe si por su amplio bagaje de maniobras en el espacio o por su amplia sonrisa que enamoraba a la directora.
Ahora está solo frente a la inexperimentada aventura. Desearía no haber competido limpiamente, para haber sido descalificado a tiempo; quiere ser salvado de su destino y ni su madre, que evoca con cariño, ni la directora, que le gusta mucho, le pueden dar una mano. Él tampoco podría recibírsela, pues está completamente envuelto, como los bebés antiguos, para asumir la aerodinámica forma de huso que le permita ingresar sin choque en la amenazante capa gaseosa terráquea.
La envoltura exterior está elaborada con un textil recién desarrollado, más resistente al calor que la cerámica, que no arderá ni transferirá energía a las capas internas, resistentes a las radiaciones y trepidaciones. Estas envuelven el uniforme impermeable del viajero, llevado sobre una tibia y relajante ropa interior. Para la agencia espacial, el éxito de este traje significará inmensos ahorros, al no tener que incurrir en los costos de la cubierta cerámica de las naves y su readaptación después del reingreso.
Siguiendo con sus meditaciones, recuerda cómo lo atormentaron las intrigas urdidas por un par de compañeros que, al verlo tomar ventaja en los puntajes, lo acusaron de su supuesta conducta aviesa de colegial, de ligeras sanciones que tuvo en su carrera de aviador y hasta de un dudoso amorío. Se arrepiente de haber triunfado sobre ellos y no haber sido eliminado para no tener que enfrentar lo que se le aproxima. Casi está en pánico; no deja de atender el reloj que se proyecta en su retina, esperando el momento estimado para el impacto.
Una ligera vibración le deja saber que ha penetrado; su vida se le vuelve a presentar a exagerada velocidad y unos segundos después respira aliviado al testimoniar, ¡qué ironía!, que no está ardiendo en la atmósfera, eso corroborado por los indicadores que le proyectan datos relativos al ostensible frenado en su descenso. Ya “solo” 1000 Km/h. Poco después, el tirón de la apertura de los paracaídas se siente bruscamente; la envoltura exterior se abre y se desprende como estaba previsto y ya puede observar el espléndido paisaje terrestre. Ahora desea echar hacia atrás toda la narración de su vida, para vivirla de nuevo tras su regreso. Se siente renacer.
Al llegar a tierra, se le hace opaco el estruendoso recibimiento, por una causa contundente: está completamente empapado; se ha orinado en el traje. Los funcionarios intentan disimular el hecho y se lo roban pronto de la vista de los periodistas, pero estos ya han notado el suceso y corren a dar la primicia. Llega turbado al cubículo de aclimatación; para calmarlo, le recuerdan que no es el primero en sufrir ese percance, que ya le había sucedido a uno de los pioneros de los viajes espaciales, pero nada le vale. Solo cuando se ducha y se cambia completamente, siente “renacer” una vez más.
Todavía sentado en la sala de descanso evocando los momentos críticos del ingreso, llega la directora y lo felicita con un explosivo beso que lo hace vibrar de felicidad, olvidar definitivamente el percance y ¿por qué no? renacer por tercera vez; ahora, al amor.
*
Hola Carlos J Noreña
Tomo nota de tus apuntes a mi relato: efectivamente me salto en muchas ocasiones los tiempos verbales, tendré que repasarlos más detenidamente.
Paso a comentar el tuyo: Creo que reingresar es correcto, puesto que ya había salido.
Estas envuelven el uniforme impermeable... (parece que tendría mejor sonido que éstas fueran con tilde).
Eso corroborado por los indicadores... quizá mejor ( hecho corroborado ?)
Envoltura exterior se abre y se desprende... quizá mejor, (y se despliega)
Una opinión: Buen invento parece el nuevo textil, que podría servir para las naves.
El detalle de la orina: si lo miras bien no encaja con la calidad del traje, y que los técnicos intenten tapar sin éxito (una mancha comprometedora?).
😆 Está bueno el apunte, Amílcar.
Pues te cuento que el caso que menciono allí de pasada es el de Alan Shepard, tripulante del primer vuelo suborbital de la NASA en mayo de 1961, de 38 años de edad, quien llegó orinado del vuelo.
Cordial saludo.
Carlos, yo creía que solo los viejos, a veces, nos meábamos encima. Gracias por devolverme una miaja de tranquilidad. salu2
Confieso que no es mi fuerte leer sobre astronautas, ni viajes espaciales. Se comprende la circunstancias en que viaja este hombre, experimentando un traje para realizar salidas de una nave, en el caso de explorar el espacio o un planeta. Al menos así lo interpreto .Me gusta cómo logras trasmitir sus emociones, cuando piensa en un posible fracaso de su misión.Por eso el stres le produce ese hecho tan desagradable, cuando siente el relax al ver la tierra.Pero la felicidad lo invade, cuando aparece la directora y le da un estruendoso beso, que lo hace olvidar los malos momentos.
En cuanto a la forma ya te marcaron varios puntos, otros compañeros.
Para mí es un terreno difícil. Lo considero un…
Hola, Carlos. Qué relato más potente. Desde el primer párrafo, con esa imagen del protagonista solo ante la inmensidad del espacio. Ese inicio es fantástico. De él se reinsertan, si me permites la broma, varias preguntas que hacen que el lector quiera avanzar. ¿Por qué está ahí? ¿Ha sufrido un percance? ¿Se ha equivocado en su maniobra? ¿No está totalmente cualificado y eso le va a llevar a un desastre? Preguntas que van aflorando en el lector y que se van contestando poco a poco hasta ese final tan feliz y que, aunque podría verse venir una vez esclarecida la trama, da igual. El prota se lo merece.
Fantástico, Carlos, mi enhorabuena, porque no es que me haya encantado, es…